El gorrión de coronilla blanca

En otoño, viaja cada año desde Alaska hasta el norte de México y, en primavera, hace la ruta en sentido inverso, hacia arriba. Es el gorrión de corona blanca (‘Zonotrichia leucophrys’) y este espacio es su hábitat natural: aunque se encontró uno en el 2003 en Cork (Irlanda) y otro en el 2008 en Norfolk (Inglaterra), parece que Europa no entra en sus planes. En realidad, esta ruta migratoria que recorre toda la Costa Oeste es la misma que hacen centenares de otras especies. Pero este gorrión tiene un comportamiento realmente insólito: es capaz de mantenerse despierto, durante la migración, entre siete días y dos semanas, sin detenerse para descansar ni un solo momento. Richard Martin habló en un artículo el año 2003 y Jonathan Crary lo ha convertido en protagonista accidental de su último libro, de lectura inexcusable, 24/7. ¿Por qué?

Martin explicaba que la Agencia de Investigaciones de Proyectos Avanzados (DARPA) del Departamento de Defensa de EE.UU. estaba estudiando, con un programa específico, la capacidad de atención continuada e ininterrumpida del gorrión de corona blanca con objetivos militares. Es conocido, desde hace tiempo, el uso militar de fármacos que impiden el sueño y permiten estar en estado de vigilia, sin dormir, un par de días, quizás tres. Pero su uso tiene siempre el coste o la contrapartida de la pérdida de concentración y atención, así como el aumento de la fatiga. El gorrión de corona blanca, al contrario, es capaz de mantenerse despierto sin costes complementarios ni efectos negativos y, por eso, no extraña que el estudio de su metabolismo y de las sustancias químicas que le permiten un desvelo tan prolongado se viera como una posibilidad por explorar.

Jonathan Crary, en su libro, da un paso más allá. Consciente de que las innovaciones relacionadas con el mundo militar y la guerra han acabado introduciéndose muy a menudo en un ámbito social más amplio, se pregunta si “el soldado insomne resultará el precursor del trabajador o el consumidor insomne”. En este aspecto, su libro es muy revelador: “en el mundo desarrollado, muchas instituciones han estado funcionando las 24 horas del día, los 7 días de la semana, desde hace ya décadas”. Y añade: “pero es en época reciente cuando la elaboración y la definición de la identidad personal y social de cada uno se ha reorganizado para ajustarse al funcionamiento ininterrumpido de los mercados, de las redes de información y otros sistemas”. Se trata, sugiere Crary, de un entorno con la apariencia de un mundo social, pero que, en realidad, funciona como un modelo de rendimiento más propio de las máquinas.

Crary ha definido, mejor de lo que lo han hecho otros teóricos, el universo 24/7: un modelo que inscribe la vida humana en una temporalidad continua, ininterrumpida, en la que prima por encima de todo la lógica de la productividad a todas horas. No se trata de una teoría abstracta. Hemos experimentado en la propia vida la modificación de la distribución del tiempo en nuestras vidas durante las últimas décadas: se ha roto, como a estas alturas ya es suficientemente conocido, la distinción entre el tiempo de trabajo y el tiempo privado, porque las TIC nos mantienen trabajando a todas horas, con dificultad para desconectar; cada vez, y las estadísticas son brutales, dormimos menos; y la conexión a internet y las redes, a través de la telefonía móvil y todos los otros dispositivos de pantallas, nos mantienen en estado de continua alerta. Por otra parte, cuando buscamos por internet o perdemos el tiempo en las redes, eso que, para nosotros, puede ser una forma de entretenimiento o de explorar nuevas formas de socialidad, es, para las empresas, una forma de convertir en productiva la información que les facilitamos. Nunca estamos desconectados del todo y siempre estamos, aunque no nos lo parezca, en estado de comunicación continua, produciendo a menudo para otros, que se lucran con la plusvalía que les regalamos. Etcétera.

“El planeta”, escribe Crary, “se reimagina como un puesto de trabajo sin descanso, o un centro comercial siempre abierto, con opciones, tareas, selecciones y digresiones infinitas. El desvelo es un estado en el cual producir, consumir y desechar tienen lugar sin pausa, acelerando la extinción de la vida y el agotamiento de los recursos”.

El tiempo, realmente, ya no es lo que era. Tuvimos el tiempo rápido, en el que todo era ‘fast’: ‘fast food’, ‘fast learning’, ‘fast money’, ‘fast flight’… Como reacción, todo se ha empezado a querer lento: ‘slow food’, ‘slow cooker’, ‘slow design’, ‘slow education’, ‘slow motion’… Pero la gran revolución, en nuestra experiencia del tiempo, a la que estamos asistiendo ahora mismo, tiene que ver con esta idea del tiempo lleno, sin vacíos ni fisuras. El tiempo del universo 24/7, marcado, a sangre y fuego, por la lógica de la productividad y rentabilidad continuas. Todavía Crary: “cada año se gastan miles de millones en investigar cómo reducir el tiempo necesario para tomar decisiones, cómo eliminar el tiempo inútil dedicado a la reflexión y la contemplación. Esta es la forma del progreso contemporáneo: la implacable apropiación y el dominio del tiempo y de la experiencia”.

Frente a esta lógica infernal del capitalismo posindustrial, quizás sí que lo más revolucionario será, por una parte, reclamar tiempo para perderlo, y, por otra parte, como muy bien ha sabido analizar Crary, resistirse a que nos quiten el poco tiempo que todavía nos queda para dormir, el único tiempo radicalmente anticapitalista, porque no es, ni parece que pueda serlo, productivo. Nuestro enemigo es el gorrión de coronilla blanca, no lo dudes.

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