Impostores

El año pasado se publicó, y fue acogido muy favorablemente por los lectores, el libro de Ignacio Sánchez-Cuenca ‘La desfachatez intelectual’. El autor, profesor de ciencia política en una universidad madrileña, diseccionaba en el mismo de manera implacable la frivolidad y el dogmatismo con que una serie de personajes -amparados en la condición de novelistas, o poetas, o filósofos de renombre- pontifican desde los espacios de opinión de la prensa sobre cuestiones políticas o económicas, y excomulgan y condenan, compensando la falta del más mínimo rigor intelectual con toda la prepotencia y la soberbia del mundo. Huelga decir que más de un tercio del volumen estaba dedicado a los exabruptos que aquellos escritores habían dirigido contra los nacionalismos catalán y vasco.

Aunque del libro de Sánchez-Cuenca ya existe una segunda versión ampliada, lo cierto es que podrían aparecer sucesivas actualizaciones cada tres meses, porque el proceso catalán ha excitado hasta el paroxismo la facundia descalificadora de aquellos personajes.

Entre ellos, como en el fútbol, los hay que juegan en diferentes categorías. Por ejemplo, el ensayista Miquel Porta Perales, mal que le pese, juega en Regional Preferente, quizá porque aún no le han perdonado que, treinta años atrás, fuera un nacionalista casi radical, defensor entusiasta del derecho a la autodeterminación. En todo caso, hoy afirma que «el nacionalismo catalán tergiversa y manipula la realidad» y -como como una virgen vestal- denuncia las «terminales mediáticas de la Generalitat»… Lo hace -¡atención!- Desde el boletín de la FAES, que, como todo el mundo sabe, no es una terminal de nada ni de nadie, sino una plataforma académica independiente dirigida por aquellos modelos de intelectual puro, sin filiación ideológica, que se llaman José María Aznar o Cayetana Álvarez de Toledo.

Félix de Azúa Comella, en cambio, juega en la Champions League: para algo le deben servir el origen social, el puesto aristocrático, el sillón en la Real Academia Española, la residencia en Madrid, etcétera. Pero, si las trincheras desde las que dispara son de lujo, su pólvora argumental es de una calidad ínfima, mojada como está por obsesiones y fobias enfermizas.

Desde hace muchos años, las abundantes referencias que De Azúa dedica a Cataluña -y, en menor medida, en el País Vasco- son todas del mismo tono: «los sediciosos vascos y catalanes son el arcaísmo absoluto y lo más demagógico de España»; «unos fanáticos que multan a sus súbditos por usar la lengua oficial difícilmente puedo moderarse»; la Cataluña actual es como «la Checoslovaquia de los tanques rusos o la época de ETA en el País Vasco»; «Las obedientes masas de separatistas catalanes haciendo coreografías por la Meridiana» -desprecia el académico de la lengua- están formadas por «paniaguados» y gente «a sueldo», son «una minoría de fanáticos» dirigida por «políticos canallescos y golpistas» .

Si algo caracteriza la personalidad de Félix de Azúa es aquel clasismo que exhibió hace un año, cuando se escandalizó de que Barcelona tuviera como alcaldesa a Ada Colau: «Una cosa de risa. Una mujer que debería estar sirviendo en un puesto de pescado». Pues bien, en una columna de hace tres semanas, y empujado por el afán de sostener que «la independencia de Cataluña la estamos pagando los españoles, sobre todo los pobres y los de medio pelo», se incluía él mismo -¡con su partícula nobiliaria y todo!- en este colectivo, el de «los pobres y los de medio pelo». Era un hito más en el crescendo de la impostura y del delirio argumental.

La ofuscación provocada por el nacionalismo catalán no sólo distorsiona por completo la visión que De Azúa tiene de la realidad política, social, económica y cultural de nuestro país; también deforma su percepción del escenario político español. Por ejemplo, su hostilidad fanática contra Podemos se explica en parte por desdén clasista contra aquellos professorets de la Complutense que no se saben vestir ni para ir a la Zarzuela; pero sobre todo obedece a que los de Pablo Iglesias son el único partido estatal que parece aceptar un referéndum de autodeterminación en Cataluña.

En cuanto al PSOE, vean las palabras que le dedicaba nuestro académico hace una docena de días, a pesar de la gestora de Javier Fernández: “¿Por qué quieren suicidarse los socialistas? ¿Cómo se puede votar a un partido que ha tachado la E de sus siglas? Supongo que habrá algún abertzale que les vote en el País Vasco. Algún independentista catalán votará a Iceta. Pero los demás nos guardaremos muy mucho de votar a esos irresponsables…”. Queda por ver si, en el caso de una victoria de Susana Díaz, el implacable columnista rectificaría, o diría que la presidenta andaluza también tiene que ir a vender pescado, o a fregar escaleras…

A mediados de 2016, De Azúa anunció que, tras el verano, se retiraba como opinador: «Tengo cosas que hacer. Me voy a dedicar a regar mi jardín. Se acabó». Ha sido otra impostura. Si no pudiera seguir expulsando la bilis que destila, se moriría.

ARA