Políticos y cultura

El Mobile World Congress es el acontecimiento anual más relevante que se produce en el mundo sobre las tecnologías punta que suponen una de las revoluciones de más calado de la historia. Barcelona es la sede de la innovación global que está cambiando la manera de trabajar, conocer, comunicarse y divertirse.

El móvil ha transformado la actitud de cientos de millones de personas en relación con su trato con los demás. Se tiene acceso de forma inmediata a millones de datos, biografías, música, literatura, información y respuesta a cualquier tipo de pregunta. La aldea global diagnosticada por McLuhan ha quedado desbordada por el cruce permanente de la comunicación entre personas, tiempos y espacios.

El punto de partida de un adolescente adiestrado es muchas veces superior al de hace treinta años. Las nuevas tecnologías han puesto la cultura al alcance de todos. La cuestión que se plantea es si somos más cultos, si se puede mantener el criterio propio en una sociedad masificada informativamente, si la realidad virtual de los nuevos dispositivos nos hace más libres.

La sensación de estar bajo el control de la nube en la que se almacenan los pequeños y grandes movimientos que podamos hacer en internet causa miedo.

El Gran Hermano orwelliano se situaba en 1984, era comunista y penetraba sin escrúpulos y con métodos primarios nuestra intimidad y pensamientos. Pero quien de verdad sabe hoy todos nuestros movimientos es una gran empresa capitalista que no paga los impuestos que le corresponden y que cotiza en bolsa. Nació en Silicon Valley y se llama Google. Lo sabe todo y también llega a relacionar nuestras pisadas digitales en las redes sociales y nos organiza nuestras preferencias más personales e íntimas.

Es un gran avance, ciertamente, que está marcando también la forma de hacer política de tal manera que la cultura ocupa un lugar muy secundario. Adolfo Suárez demostró que se podía ser un político decisivo en un momento concreto sin haber leído un libro de la primera página a la última aunque una vez avanzó mucho en el best seller de la época, Papillon, como cuenta su biógrafo de referencia, Gregorio Morán. Churchill, por el contrario, alcanzó su hora sublime después de haber escrito muchos libros y conseguir el Nobel de Literatura en 1953, siendo primer ministro por segunda vez, por sus descripciones históricas, los perfiles biográficos y una oratoria brillante. De Gaulle era hombre culto y leído, así como todos los políticos que arrancaron el proyecto europeo en los años cincuenta y sesenta. François Mitterrand y Jacques Delors sacaban ideas de sus vastas lecturas y Helmut Schmidt será recordado por construir un relato europeísta desde la socialdemocracia que complementaba con el papel de la democracia cristiana. Javier Solana, Jordi Pujol, Ernest Lluch y Jordi Solé Tura han sido personajes cultivados, independientemente del juicio que merezca su gestión pública.

Cuenta Josep Maria Flotats en una entrevista que le hizo Arturo San Agustín cómo Raymond Barre, siendo primer ministro, fue a la Comédie Française a ver Sertorius, de Corneille. “Yo interpretaba a Pompée. Cuando me saludó, me dijo que en una de mis intervenciones había echado en falta dos versos alejandrinos. Y era cierto. El director había decidido eliminarlos. Era una persona culta y por eso lo reconoció. Nos dijo que, antes de ir a la Comédie, había releído una obra que siempre le había apasionado”. Barre fue alcalde de Lyon y primer ministro conservador desde 1976 hasta 1981. Tenía una gran familiaridad con Barcelona y Catalunya.

Es un tópico pensar que los estadistas eran los de antes y que ahora no aparecen por ninguna parte. El nivel de retórica de muchos políticos de la República era superior al actual. Y el de los primeros años de la transición, pienso que también.

Siguiendo los discursos simplistas, xenófobos y populistas que han llevado al poder a Donald Trump o que han convencido a una mayoría de británicos a abandonar la Unión Europea cabe dudar de la solidez intelectual de planteamientos que han recurrido sin escrúpulos a la mentira con el objetivo de ganar. Hay, ciertamente, políticos que conocen bien la historia de sus propios países y la del mundo contemporáneo. Pero cada vez son menos y se sienten inseguros ante la radicalidad con que las nuevas tecnologías facilitan las descalificaciones y los insultos, muchas veces desde el anonimato o nombres ficticios.

Las nuevas tecnologías han socializado el conocimiento y la interacción universal. Sería un grave percance si de paso borraran el criterio propio, la cultura acumulada individual o colectivamente, si se impusiera un pensamiento único basado en la aglomeración de datos recogidos de forma masiva y administrados con criterios desconocidos. La cultura no puede perder esta batalla que le plantea la era digital.

LA VANGUARDIA