Los Caídos: un punto de vista urbanístico

A propósito del debate sobre el futuro del Monumento a los Caídos, quería aportar otro punto de vista sobre el que no he leído apenas hasta la fecha: el punto de vista del urbanismo, de la ordenación del espacio en nuestra vieja Iruña. Comprendo que puede no ser el punto de vista más importante para decidir el futuro de este monumento a los caídos de uno de los bandos de la guerra civil; pero creo que este monumento no tiene las mismas implicaciones que, por ejemplo, el Monumento del Valle de los Caídos en Madrid (sobre el que también existe un debate en la actualidad). No tiene las mismas implicaciones porque el de Madrid fue un campo de trabajos forzados para prisioneros de un bando, mientras que el de Pamplona se construyó por contratistas sin más connotaciones represivas. Tampoco tiene las mismas implicaciones porque aquél está fuera de la ciudad y el de la plaza de la Libertad está en medio de nuestra ciudad, forma parte de la trama urbana de uso cotidiano, para bien o para mal. Antes de analizar el monumento en sí, creo que es bueno recordar que, a principios del siglo XX, se hizo un derribo urbanístico en Pamplona cuyas características y circunstancias presentan bastantes similitudes con el caso que nos atañe: se trata del derribo del edificio del teatro Gayarre sito en la plaza del Castillo, cerrando su fachada Sur. Por entonces la ciudad medieval de Iruña (su casco antiguo) estaba colapsado de viviendas y se proyectó un Ensanche para que creciera la ciudad hacia el sur, se trataba de la Pamplona del siglo XX. Para enlazar la vieja y la nueva ciudad en 1931 se derribó el edificio del teatro Gayarre que cerraba la plaza del Castillo hacia el sur, y se enlazaron la ciudad medieval y la ciudad del siglo XX a través de la nueva avenida de Carlos III. Habría habido opiniones para todos los gustos, pero nadie puso el grito en el cielo y el Ayuntamiento de entonces tuvo el acierto de derribar un edifico noble para dar continuidad a las dos partes de la ciudad; era una solución urbanística comprometida, costosa, con partidarios y detractores, pero aquel Ayuntamiento tuvo una buena visión de futuro y acertó. Al final de la nueva gran avenida de Carlos III se proyectó un edificio singular: una iglesia, que iba a ser dedicada a San Francisco Javier pero que, tras el levantamiento franquista, las autoridades de entonces cambiaron de idea y lo dedicaron a los levantiscos. La ciudad acababa allí, al final de Carlos III, y los arquitectos plantearon una buena solución urbanística: una gran plaza presidida por un monumento singular y unos porches, que cerraban visual y físicamente la ciudad del siglo XX. Han pasado casi 100 años desde que se empezó el 2º Ensanche, Pamplona ha crecido mucho en todas direcciones; pero hay una que nos interesa en especial: su crecimiento hacia el sur, en el Soto de Lezkairu. He aquí que aquel monumento que cerraba la ciudad del siglo XX por el sur se ha convertido en el tapón que no permite enlazar bien la Pamplona del siglo XX (el 2º Ensanche) con la Pamplona del siglo XXI (Lezkairu), algo similar al efecto tapón que suponía el edificio del teatro Gayarre a principios del siglo pasado. ¿Por qué razón ahora nos entra un miedo escénico a derribar una construcción que estorba para la continuidad entre estos dos desarrollos de Pamplona? Es cierto que quienes diseñaron Lezkairu no resolvieron bien la conexión con el 2º Ensanche, es cierto que la continuidad con coche entre Carlos III y Lezkairu no está bien resuelta, pero ¿quién piensa en coches dentro de la ciudad? Una movilidad sostenible dentro de Pamplona debe estar basada en desplazarse a pie o/y en otros medios poco contaminantes. Bajo este prisma de la comunicación peatonal, todavía es posible conectar adecuadamente estas dos partes de nuestra ciudad si suprimimos el tapón edificado que supone el Monumento a los Caídos; aún es posible dar continuidad peatonal cómoda y segura entre ambos barrios. ¿Lo intentamos? ¿Es un tapón urbanístico el Monumento a los Caídos? Yo diría que sí, por varias razones: El jardín/piscina interrumpe la continuidad de Carlos III, tanto a nivel visual como peatonal. Si desapareciera la piscina, que no parece ni costoso ni traumático, quienes suben por Carlos III podrían continuar su camino hacia Lezkairu sin problemas. El podio de piedra sobre el que se levanta el monumento es una barrera física importante, pues está elevado unos dos metros por encima del resto de la plaza. Este podio impide no sólo la hipotética continuidad de Carlos III hacia Lezkairu, sino que dificulta la movilidad para las personas entre las calles Paulino Caballero y Amaya, obligando a subir unas escaleras no accesibles para todo el mundo, o usar unas rampas mal diseñadas e incómodas, o dar la vuelta al podio, cualquiera de estos recorridos resulta incómodo y es solventable. El podio sobre el que se levanta el monumento es también una barrera visual para quien venga de Carlos III porque su altura no deja ver el otro lado de la plaza, el lado sur ni, por tanto, que la ciudad continúa hacia allí. Los porches estaban bien diseñados en origen para cerrar visualmente la ciudad, estaban bien para el siglo XX, cuando la ciudad acababa allí, pero están mal para el siglo XXI en el que la ciudad no acaba en la plaza de la Libertad, sino que sigue hacia el sur. Esa barrera física y visual que son los porches y el podio bajo el monumento, hace que la parte posterior de la plaza (que no es pequeña, pues son más de 6.000 m2 peatonales) quede como abandonada, con poco uso ciudadano, como una gran trasera invisible; siendo como es la parte más soleada de ese entorno, pues la plaza principal, la norte, tiene en sombra la zona pisable durante la mayor parte del día, sombreada por los altos edificios laterales y por el propio monumento. ¿Qué pasaría si renivelamos la plaza de la Libertad, con ese criterio de hacerla más agradable y cómoda para pasear y para estar en ella, sin derribar el Monumento? Pasaría que: podemos sustituir la piscina por un paseo peatonal amplio, con las mismas dimensiones y materiales que Carlos III, como continuación de éste. Podemos mantener las dos alineaciones centrales de arbolado de gran porte, que existen y que proporcionarían sombra al paseo central y a los laterales de la plaza. Podemos derribar el podio alto y los porches, para dar continuidad visual y peatonal entre ambos lados de la plaza, al norte y al sur del monumento. Podemos reordenar el arbolado profuso y confuso de la parte sur, renovar los pavimentos, la iluminación y el mobiliario de esta parte de la plaza, para hacerla más atractiva como lugar de estancia. Habría que completar las escalinatas que permiten acceder hasta la puerta del monumento, prolongándolas hasta el nuevo nivel de la plaza, para lo cual se ocuparían unas bandas de unos cuatro metros de ancho por las cuatro caras del monumento. Con estas y otras medidas podemos resolver las conexiones entre todos los lados de la plaza de la Libertad, de norte a sur y de este a oeste, podríamos lograr una plaza más habitable, más utilizable pero, haciendo un esfuerzo de imaginación, a mí me surge una gran duda: ¿Qué pinta ahí ese monumento sobreelevado tres metros por encima de la plaza, por encima de las personas que por allí paseamos? ¿Qué hacemos con él? ¿Lo derribamos y abrimos el paso natural de enlace entre la ciudad del siglo XX y la del siglo XXI, logrando continuidad peatonal total entre Ensanche y Lezkairu? ¿Nos atrevemos, como el Ayuntamiento de 1931, a derribarlo y terminar de crear un espacio ciudadano nuevo que conecte por completo las dos partes de la ciudad por el sur? ¿Nos atrevemos a sustituir esta barrera monumental por otro edificio del siglo XXI que termine de ordenar esta gran plaza y dé cabida a un Museo de la Memoria Histórica para el reencuentro social o lo mantenemos en pie y lo intentamos camuflar interiormente (complicado) y exteriormente (casi imposible) aunque siga estorbando ese enlace necesario entre barrios? ¿Aunque sea un anacronismo edificado? ¿Aunque no tenga sentido urbanístico dentro de esa renovada y ampliada plaza pública de la Libertad? Este es el debate ciudadano en el que el aspecto urbanístico es uno más sobre el que pensar y ayudarnos a decidir.

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