Ser o no ser… una nación

El Cercle del Liceu fue ayer un aula en la que el historiador José Álvarez Junco dio una clase sobre qué queremos decir cuando hablamos de nación. “Toda nación es un invento”, una construcción mental, y, como tal, sujeta a los azares de la historia. El autor de ‘Dioses útiles’ (Galaxia Gutenberg) dice que la “nación”, tal como se entiende hoy, la inventó Rousseau. “Se preguntaba ‘¿cómo es posible que alguien ordene hacer una cosa, yo le obedezca y al mismo tiempo yo pueda decir que soy libre?’ Soy libre –respondía– porque en realidad me obedezco a mí mismo, a un yo colectivo, a una voluntad general de la que formo parte, el pueblo, es decir la nación”. Poco a poco se fueron añadiendo más elementos. El más dañino lo dio el romanticismo. Cada pueblo tiene un alma: “¿acaso todos los rusos son tristes?”, ironiza Álvarez Junco. El sentimentalismo anulando la razón. El siguiente paso fue trasladar a la nación atributos de la religión. Morir en el sagrado altar de la patria. Hasta mediados del siglo XIX todos eran nacionalistas, desde Tocqueville a Marx. Después el concepto se relajó. ¿Qué define una nación? Ni tener la misma raza, lengua, religión o historia. Renan dijo: la existencia de una nación es un plebiscito de todos los días, la voluntad de un grupo de gente que quiere ser una nación o dejar de serlo. Los franceses se levantaban cada día queriendo ser franceses, hacían un plebiscito diario . “Claro –dice Álvarez Junco– en las escuelas desde niños les machacaban con símbolos de Francia para que si les preguntaban ¿queréis ser franceses? el 99 % contestara que si”. El nacionalismo, pues, es una construcción artificial e imaginaria inculcada por las élites vendedoras de identidades para tener derechos de propiedad sobre el territorio. De todos los derechos identitarios –mujer, hombre, homosexual, raza, etcétera– es el único cuyo ejercicio está vinculado al territorio. Si la nación es una comunidad imaginaria, ¿qué sucede cuando el sentimiento de ser una nación no es plenamente compartido por toda la comunidad y una parte la impone a la otra? El debate no se cierra.

Álvarez Junco se proclama europeo. Europeo pesimista. “Estamos en la cola de las patentes tecnológicas. Acabaremos siendo el parque temático turístico en el que miles de chinos irán a Florencia y nosotros les serviremos un café y pondremos la mano”.

LA VANGUARDIA