Gernika 80, la noche de la luna roja

Iñaki de Arzanegi (1923-2013) y Pablo Izagirre (1927-2011) eran dos niños el día 26 de abril de 1937, cuando fueron testigos muy directos del bombardeo de Gernika, del que esta primavera conmemoraremos el octogésimo aniversario.

Cuando el gobierno vasco les homenajeó, hace veinte años, los entrevisté, y conservo sus testimonios grabados. La voz de Iñaki temblaba al relatar el paisaje después de tres horas de ataques indiscriminados: 1.200 muertos, cientos de heridos graves con el dolor intenso de quemaduras y metralla.

«Nunca olvidaré esa noche. Era un día de luna llena. Y la luna se veía roja, roja, roja, roja del resplandor. Quizás desde otro lugar no se veía, pero desde aquí se veía roja, roja, roja».

De Arzanegi era un chico listo de 14 años. Estaba con los observadores situados en el monte, para hacer señales con banderitas cuando llegaran los aviones. Pablo Izagirre tenía 10 años y hacía de monaguillo en la parroquia de Santa María. Él y el sacristán subieron al campanario, para tener contacto visual con los del monte, y cuando las señales alertaban, ellos tocaban las campanas para que todos corriesen hacia los refugios.

A las tres de la tarde hizo una primera razzia un avión que ya conocían y llamaban «el alcahuete». Media hora después, llegaron dos aviones más, que además de bombardear ametrallaban a la gente: a mucha gente, porque era día de mercado y el pueblo se concentraban vecinos de toda la comarca Busturialdea-Urdaibai y la de Durangaldea.

Izagirre y De Arzanegi evocaban el terror con esa palabra. Las bombas incendiarias que dejó caer una escuadrilla de una veintena de Junker y Heinkel, fuego y humo, las correderas, los gritos de angustia… Y las caras de los pilotos, que volaban bajos, a 200 metros a lo sumo; casi los veían pasar a su lado. Iñaki y Pablo aún volvieron a ver a los nazis de cerca, y también recordaban el episodio con una mezcla de miedo y asco.

Tres meses después del bombardeo, la legión Cóndor hizo una excursión morbosa para ver los efectos de su devastación. Llegaron en dos autocares, con los uniformes de la Luftwaffe. Un capitán español les hacía de intérprete. Espetó a los chicos, que les miraban perplejos: «Mirad, majetes, estos fueron los que os bombardearon. Pero nada de decir que esto lo ha bombardeado Franco o que han sido estos, si no, vais a la jaula”.

Incluso los mismos criminales de guerra franquistas querían tapar la masacre contra la población civil. Aquellos dos niños, testigos excepcionales de una concatenación de secuencias terribles, vieron también cómo la propaganda fascista filmaba un noticiario ficticio para atribuir la destrucción a los republicanos. Iñaki tenía presente una cámara de cine rodando planos de actores disfrazados de milicianos que lanzaban bidones de gasolina y de aceite y los encendían.

El homenaje a los supervivientes de Gernika tuvo lugar en 1987. El gobierno vasco hizo una serie de actos a raíz del sexagésimo aniversario del bombardeo. Fue especialmente impresionante la ofrenda floral en el cementerio. Aquellos dos niños que ya pasaban de los setenta años abrían un cortejo cargado de emoción, mientras las campanas tocaban a muerto, aquel repicar profundo, lentamente acompasado. Llevaban flores amigos de los vascos de aquí y de allí, amigos solidarios de tiempos difíciles. Josep Benet representaba a Cataluña.

Hubo conferencias y simposios y la conclusión analítica era doble. Una, particular: quisieron atacar a los vascos en la ciudad simbólica en la que los reyes castellanos literalmente se humillaban bajo el roble ancestral, jurando fidelidad a los fueros. Una segunda, universal, la que había resaltado The Times (04/28/1937). El periodista George Lowther Steer estuvo en Gernika dos horas después del raid y escribió una aterradora crónica. Resaltaba que el bombardeo contra una población civil no tenía precedentes en la historia.

Después de Gernika, los nazis bombardearon Barcelona y otras ciudades, y diezmaron Varsovia y Londres. Lamentablemente, sin embargo, los que luchaban contra ellos en nombre de la democracia también atacaron poblaciones civiles: destrozaron Hamburgo, Tokio… y Dresde, que con más de 20.000 víctimas quedó como memorial de aquel perverso todo vale, monumento a los cínicos «daños colaterales», en la teoría de justificar el mal para evitar lo peor. Picasso pintó Guernica y Shostakovich puso música a Dresde.

Después, Hiroshima y Nagasaki. La espiral de la violencia contra los inocentes ha sido una constante hasta ahora mismo. El informe anual de Amnistía Internacional, que apenas se acaba de hacer público, es un escandallo de víctimas civiles. Describe «atrocidades masivas», desde Siria hasta Filipinas, pasando por los ataques con armas químicas en Darfur y por el drama humano de los refugiados que ha convertido el Mediterráneo en una inmensa fosa común. La luna roja está cada noche entre nosotros.

ARA