Nos toman por cretinos, la cuestión es si lo queremos ser

Lo he dicho en otras ocasiones: la cultura es de quien la trabaja. No quiero decir que sólo sea de los creadores, en absoluto. El arte y el pensamiento no se completan sin los destinatarios, los receptores o, si se quiere, ya que lo quieren poner de moda, los consumidores, el público o las audiencias. Siempre que esta audiencia acuda a la cultura, no para dejarse sorber el entendimiento, sino para dialogar, para mezclar placer y conocimiento, para hacerse más sabia, no me da vergüenza de expresarlo tan ingenuamente. La cultura es -debe ser- lo contrario de la alienación, esto en que tantas veces se ha convertido el fútbol.

Hablo de una cultura que debe ser controlada por la sociedad, no la podemos dejar en manos de la política de partidos. ¿Por qué? Porque se ha demostrado que en el campo de la cultura casi nunca ponen a gente preparada, porque colocan a cualquiera que sepa leer y escribir, pero no es necesario que tenga un aval profesional como ocurre en otras consejerías o ministerios. Actualmente, tenemos dos ejemplos muy sintomáticos: Santi Vila en la Generalitat y Jaume Collboni en el Ayuntamiento de Barcelona no tienen trayectoria en el mundo de la cultura, pero están ahí, cubriendo cuotas de poder entre partidos o entre coaliciones de gobierno en las que la creación es el eslabón más débil de todos.

Y yo me pregunto: ¿cómo puede ser que la población se queje tan legítimamente por problemas de vivienda, de sanidad o de educación y no diga nada sobre las políticas culturales de las instituciones, cada vez más alejadas del conocimiento y más cerca de el entretenimiento por el entretenimiento, en suma, de la alienación? ¿Creemos que la cultura es como ir al supermercado, donde si no encuentras un producto ya comprarás otro? Nos endiñan un día y otro marcas blancas que se hacen pasar por cultura catalana de alto registro. Y cuando no es así, siempre resaltando los grandes éxitos, las grandes producciones, la industria cultural que tan pomposamente airean los que no saben ni quieren concebir el arte como un reto; para ellos la cultura debe ser comodidad. Y de la comodidad no sale el verdadero conocimiento. La cultura hace un pueblo y nosotros vamos directamente al abismo, si no es que ya estamos en él.

No digo nada nuevo. Pero me angustia que siempre seamos los mismos los que nos preocupamos de la cuestión. Y que, en una jugada inverosímil, caiga sobre nosotros el estigma del elitismo, del gremialismo y tantos otros defectos que se nos atribuyen. Y, mientras tanto, los poderes públicos, en vez de trabajar por una cultura de excelencia para todas y todos, por un arte y un pensamiento ligado con la enseñanza (de la primaria a la superior), que forme las personas, se dedica a la endogamia, la manipulación, quién sabe si al onanismo. Ellos con ellos se coronan, lo dice Foix en algún poema.

El último ejemplo es descarnado. Y merecería que la sociedad lo denunciara con la misma fuerza con la que se denuncian las desigualdades económicas, educativas y sociales. La consejería de Cultura de la Generalitat ha programado para mañana y pasado mañana un encuentro con el título de ‘La cultura que viene’. Les invito a ver el programa de estas jornadas que ha organizado el departamento que dirige Santi Vila. Y, se lo diré con arrogancia, soy consciente: si después de haber leído el ideario y la composición de la convocatoria no le dan ganas de protestar ante la Generalitat es que tenemos un sistema cultural muerto, que es tanto como decir que somos una sociedad enferma.

Primero: ¿cómo puede ser que sea la tropa convergente la única que pueda decirnos cómo será la cultura del futuro? Fíjense: Pilar Rahola, Jordi Sellas, Vicenç Villatoro, ¿gente encastada en el poder desde hace tantos años es la que debe iluminarnos? No jodamos. Santi Vila tiene la obligación de fomentar el diálogo con todos, de todos los colores políticos, pero sobre todo de todos los registros de la creación. Es intolerable que con dinero público pague una reunión de los afines a su partido y que se hable de la creación sin creadores.

Segundo: ¿Cómo puede ser que para hablar de la cultura del futuro nos convoque a toda una cuadrilla de mamuts? ¿Dónde está la gente joven en esta iniciativa, la que debe saber mucho mejor cuál es la cultura actual y la que está por venir que todos aquellos que empezamos a trabajar antes de la eclosión del mundo cibernético? Cómo se entiende que la cultura del futuro sea diagnosticada por gente que proviene y que vive en la cultura del pasado y, más grave aún, que no es directamente creadora, sino que en todo caso la gestiona desde las instituciones, instituciones y más instituciones.

Tercero: fuera de la tropa convergente hay dos personas que se avienen a participar en el simulacro de debate. Son dos directores de museos que invitan a personas del extranjero, como si todos los catalanes que se dedican a la cultura, jóvenes y viejos, fuéramos unos parvulitos y nos tuvieran que venir a adoctrinar. Es la cuota que sirve de coartada para esconder el acantonamiento convergente. Alguien tendría que explicar qué urgencia tenemos que el director del Smithsonian o el de la Taschen vengan a explicarnos la cultura imperial en una colonia como la nuestra. Provincianismo es pensar que los de dentro son todos buenos y autosuficientes; provincianismo es, también, pensar que sólo los de fuera merecen crédito.

Cada vez veo más claro que, a raíz del cierre de las instituciones en sus endogamias, no queda otro camino sino la acción directa: trabajar en nuestras cosas, apoderarnos de estas políticas que viven de espaldas a los artistas y pensadores (sobre todo los jóvenes) autóctonos. Pero necesitamos que la sociedad nos acompañe, que se dé cuenta de que no todas las políticas culturales son iguales; que unas trabajan para todos y otras para sus tropas.

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