Felipe III firma el decreto de expulsión de los moriscos

4 DE ABRIL DE 1609

Tal día como hoy del año 1609, hace 408 años en Madrid, Felipe III –de la dinastía de los Habsburgo hispánicos– firmaba el decreto de conversión forzada o expulsión de la minoría morisca que residía en sus dominios peninsulares. La expulsión se haría efectiva durante los primeros días de septiembre de 1609, y sería uno de los capítulos más trágicos –y más intencionadamente ocultados– de la historia de España. Una medida presentada como una profilaxis de fe que, en realidad, era la culminación de las luchas internas en la Corte de Madrid. La expulsión ponía fin a una larga historia de convivencia y de desavenencias de casi mil años; que se había iniciado con la islamización de la península Ibérica.

Los moriscos eran las comunidades de cultura árabe (con un destacado elemento bereber) y de religión islámica que habían quedado atrapadas por el avance conquistador de los estados cristianos del norte peninsular, generalmente formadas por el segmento más humilde de las clases rurales y agrarias. Pero no tenían un origen común. Los iberorromanos (o hispanorromanos) convertidos al Islam eran el elemento principal de un corpus de mestizaje con árabes y con bereberes. En Catalunya había comunidades concentradas en el territorio de las actuales comarcas del Segrià, de la Ribera de l’Ebre y del Baix Ebre, que en el momento de la expulsión sumaban unas 8.000 personas (el 5% de la población del país).

Felipe III firma el decreto de expulsión de los moriscos. Embarque de moriscos en el puerto de Vinaròs

Los moriscos catalanes estaban plenamente integrados en la dinámica social dominante. Vestían como los cristianos y tenían la lengua catalana como propia. Pero estaban sujetos a un régimen de semiesclavitud. En Catalunya la expulsión no tuvo efectos porque las diócesis de Lleida y de Tortosa maniobraron para evitarlo. Se produjeron bautizos masivos y se les repartió por todo el país. En cambio en el País Valencià la expulsión fue una verdadera tragedia. Representaban un tercio de la población total y su grado de integración era mínimo; con una historia de conflictos sangrantes con las clases humildes cristianas. Quedaron docenas de pueblos abandonados que tardarían años en ser reocupados.

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