Entre Augustin Chaho y Roland Barthes, el desarme

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En agosto de 1961, cuando los Tupamaros se preparaban para intervenir como Movimiento de Liberación Nacional, habló el Che en el paraninfo de la Universidad de Montevideo y les animó a pensárselo muy bien, porque “cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”. A la salida de la conferencia, un tiro mató a Arbelio Ramírez, respetado profesor de Historia, en un confuso episodio nunca del todo aclarado. En ese tiempo, estaban instalándose en Iparralde los primeros escapados de ETA y reflexionaban también sobre la legitimidad y oportunidad de disparar el primer tiro, que en su caso se hizo esperar hasta 1968, cuando Txabi Etxebarrieta, militante de la segunda generación de la organización, mató a un guardia civil de Tráfico y se dejó matar pocas horas después, provocando que sus compañeros de dirección resolvieran ejecutar al comisario torturador Melitón Manzanas. Comprobarían otros más tarde, atrapados en la espiral acción-represión-acción, que la advertencia del Che era procedente, puesto que su último disparo se hizo esperar más de cuarenta años. Hubo dirigentes en los Tupamaros que asistieron al primer y último tiro y pudieron explicar su historia completa; no así en ETA.

Seguramente, los conocidos como artesanos de la paz no eran conscientes de lo propagandísticamente exitoso que iba a resultar su anuncio por adelantado y a plazo fijo de la fecha para el desarme definitivo de ETA. Las reacciones de sus adversarios más obtusos están convirtiendo lo que podía haber sido el último y natural paso de la decisión unilateral de renunciar a la lucha armada en algo así como un acto triunfal. Olvidando que lo que sucede es porque se impidieron anteriores intentos y modos de desarme, dicen algunos tenidos por expertos analistas que se está pagando un inadmisible precio a la trampa de la banda, que se está consistiendo un inadmisible auto-homenaje y un espectáculo triunfal, al tiempo que tratan de ridiculizarlo afirmando que parecerá una performance, un acto cursi y folklórico con toda la fanfarria a la que los vascos del Norte son tan dados. Una conocida periodista decía el otro día, entre enfadada y enterada, que ETA siempre se las ha arreglado para hallar samaritanos cuando más apurada estaba, en referencia al papel que están jugando los artesanos de la paz y los partidos políticos -todos menos PP y UPN- que han mostrado su acompañamiento y se han felicitado por la iniciativa. En efecto, las bandas armadas no se despiden acompañadas por los dirigentes políticos, sindicales y sociales más representativos de su pueblo.

Un responsable de Interior explicó en su día que una ETA desatada, acorralada, hubiera podido poner el país patas arriba. No es ni la cantidad ni la calidad de lo que se entregue ahora lo que certifica la importancia del gesto

ETA ha cometido actos reprochables y condenables desde todo punto de vista. ETA es responsable de atentados terroristas, aunque ningún politólogo riguroso la clasificará para la historia como una banda terrorista. Las víctimas agrupadas en Covite y sus acompañantes están empeñadas en vender una idea de impunidad en relación con ETA que a la luz de los hechos es insostenible. Sus militantes y sus entornos han sido perseguidos y castigados implacablemente. Se han usado contra ellos medidas legales, ilegales y alegales, como algo que se llamó deportación y que no era eso sino otra cosa inclasificable, para lo que se compró la complicidad de una docena de países. Se les ha aplicado la incomunicación y la tortura hasta límites escandalosos, se han aprobado medidas ad hoc con la complicidad de todos los poderes del Estado. Hoy, todavía, más de cinco años después del abandono de las armas, siguen en la cárcel en condiciones inaceptables varios cientos de presos que, a decir de las autoridades españolas y las asociaciones como Covite, no deben recibir mejor trato, el que por otra parte sus leyes contemplan para los presos ordinarios, aunque entreguen las armas, aunque hayan dado suficientes pruebas de que nadie debe temer nada de ellos. Hablar de impunidad en relación con los militantes de ETA y sus entornos sería una tomadura de pelo, si no fuera, como es, una muestra evidente de venganza.

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Alfonso Alonso, el hombre fuerte del PP en la Comunidad Autónoma Vasca, ha llegado a decir, en su ofuscación, que el lehendakari Urkullu estaba haciendo en este asunto de portavoz de ETA. El ex ministro Pérez Rubalcaba, menos pasional y más profesional, lo explicaba como la muestra de que les derrotamos y de que Batasuna (sic) no tuvo más remedio que cortar con ETA. No ponía en duda que el desarme fuera en serio y explicaba, en labores más propias de anteriores menesteres, que no va a influir ello en la investigación de atentados, aunque sí en el relato, lo que parece ser a la postre la madre del cordero: los que se empeñan una y otra vez en calificar de banda a ETA son conscientes de que ninguna banda se desarma voluntariamente, sin exigir nada a cambio y en compañía de una fanfarria en la que intervienen militantes pacifistas, alcaldes, ex ministros, magistrados, politólogos, y pueblo, como nunca antes en Iparralde, Hegoalde y Francia. Ha escrito uno de sus columnistas en Berria que el modelo de desarme adoptado por ETA no se parece en nada a los del IRA, las FARC y similares antes. Como tantas otras veces, ha dicho, para bien y para mal, tendrá que ser finalmente un modelo propio y distinto. Los gobiernos español y francés se han opuesto a la intermediación y observación internacional, han obstaculizado cuanto han podido un desarme al uso, han tenido que ser representantes de la sociedad civil los que concibieran y lideraran otro modelo, que quedará como modelo vasco de desarme para la paz.

Todo son especulaciones más o menos interesadas o morbosas sobre la forma y los detalles que adoptará, pero todo el mundo parece estar de acuerdo en que será real, efectivo, verificable y definitivo. No es casual que en el arme y desarme tenga tanto protagonismo el Norte de Euskal Herria. Las primeras armas le llegaron a ETA de manos de ex combatientes republicanos allí exiliados que nunca las entregaron, que las ocultaron durante años por si acaso. Los primeros y modestos ensayos los hizo con ellas en las fortificadas playas de Las Landas. Llegaron luego las compras de pistolas y metralletas en el milieu, en el mercado más o menos negro, y las requisas de explosivos en fábricas y canteras. Los polimilis, que nunca entregaron las suyas a la Policía o la Justicia, se abastecieron de armas cortas y largas, incluso semi-pesadas, a través de sus contactos en el Este. ETA montó talleres y fabricó su propio armamento, como ya lo habían hecho antes otros en Euskadi; lo guardó en sofisticados escondites utilizando tecnología imitada de los Tupamaros: un despechado marido que albergaba en su casa uno de sus arsenales más importantes lo puso en conocimiento de la Gendarmería antes de suicidarse y ésta tardó horas para dar con el mecanismo que permitía el acceso al mismo. Caseríos, casas, cuevas, canteras y panteones; montes y bosques, zulos -esta aportación tan exitosa al castellano- han sido testigos de muchas historias que acaban ahora y que los padres fundadores de la cosa jamás hubieran imaginado. Explicó un responsable de Interior un día que una ETA desatada, acorralada, contando con la capacidad que tenía para fabricar ingenios y artefactos explosivos a partir de materiales accesibles en el mercado, hubiera podido poner el país patas arriba; no es por tanto ni la cantidad ni la calidad de lo que se entregue ahora lo que certifica la importancia del gesto.

El Gobierno Vasco parece saber que el desarme se debe haber producido antes de las 10:30 horas de este próximo sábado, 8 de abril de 2017, porque su portavoz ha dicho que ningún representante suyo participará en los actos posteriores. Se anuncia que esos actos posteriores, salvo correcciones de última hora, que todo es posible, consistirán en mesas colectivas de reflexión para el futuro y en actos festivos que tendrán lugar a los pies de ese Baiona antiguo y recogido, testigo privilegiado de la historia y sus hombres: en la explanada que se acerca al Aturri por el muelle del protonacionalista Augustin Chaho y lleva por nombre el del semiólogo Roland Barthes. No parece mal escenario para preguntarse si ETA fue la enfermedad o la fiebre; para preguntarse si con su desaparición se desvanecen o renuevan los sueños de Chaho.

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