De una ‘epojé’ banderiza e identitaria

Lo que verdaderamente me atrae del concepto de la epojé es ese sentido de suspensión, que en Husserl es poner entre paréntesis el juicio, por la cual podemos prescindir, para un análisis más sosegado y reductivo de la realidad, de los discursos alrededor del mundo objetivo. Aunque si bien el concepto de la epojé, como es sabido, es anterior en el tiempo a este último de la fenomenología, al menos desde los escépticos griegos, consistiendo, para Sexto el Empírico, en entrar en “un estado de reposo mental por el cual ni afirmamos ni negamos”. Un diccionario de filosofía apunta además, en línea con la afirmación de Michel Henry, constituir “un punto en el tiempo” que justamente por haber sido testigo de un gran acontecimiento diera lugar a una nueva época histórica. Es decir, este concepto parece servir para lo mismo y para justamente todo lo contrario, participando, en cierto modo, del sentido jurídico del interdicto, formulado eclesiásticamente como entredicho, así como del más estético intervalo. Desde este punto de vista, el filósofo francés, analizándolo a través del pensamiento del fundador de la modernidad filosófica, Descartes, considera que “…semejante subversión de las esencias sólo es posible si previamente pone en cuestión otras cosas, a saber, el medio de visibilidad en el que son visibles tales contenidos esenciales. Tras la epojé, el medio de visibilidad y el ver en él fundado pierden su poder de evidencia y verdad, su poder de manifestación”. Es, por tanto, este sentido de suspensión de los referentes de una realidad para dar pie y lugar a otra, el que habré de utilizar aquí, pues a fuerza de ser sincero, entrar en los vericuetos de la escuela de pensamiento fenomenológico es una empresa que aún y a pesar de haberlo intentado a todas luces me supera.

Esta epojé, que ni niega ni afirma, contrariamente a la anterior, toma como referencia a la experiencia temporaria y espacial allá donde acontece, cuando el discurso más o menos lineal de la misma se ve afectado por una suspensión que diríase paradigmática. Y he de añadir que es importante su entendimiento para no ser políticamente lepenianos y confundir el anacronismo, una variedad de determinismo, con la realidad presente en su planeamiento proyectivo, de la cual asimismo forma parte todo pasado, basándonos en el principio de reflexión y elección, con o sin albedrío (pues en esto, a una con Husserl, habremos de considerar ser “la reflexión, el método de la conciencia para el conocimiento de la conciencia en general)”.

Así pues, un primer paso consistiría en poner entre paréntesis todo aquello que desde el tradicional parecer comunitario consideramos ser lo que nos ha venido dando una identidad. Esto es, terminologías como las de raza, lengua, simbología, historia y derecho, determinantes esenciales de nuestra identificación, siendo establecidas por un sesgo diferenciador, de la antropometría biológica (en algunos del ridículo factor RH), del idioma (euskera, castellano o francés), de nuestra territorialidad (perdida la soberanía e independencia en el caso navarro al que en modo alguno aspiran reintegrar nuestros euzkadianos hermanos vascongados, que no los de la Tierra de Vascos por ser tan navarra como la de los primeros, así como de las argumentaciones negacionistas que afirman todo lo contrario), de las peculiaridades originarias de nuestro pirenaico derecho (con influencia en su génesis del ethos consuetudinario), de su singularidad folclórica (reducida desde hace tiempo a mero suvenir turístico, de la jota y del zortziko, Sanfermines y Guggenheim incluidos), y, cómo no, de sus símbolos (emblemas, escudos, himnos y banderas).

A este respecto haríamos bien en considerar el objeto bandera, puesto entre paréntesis, como todas las banderas y cada una de ellas representando simultáneamente los extremos de la unidad y de la diferencia; o, dicho de otro modo, lo que presuntamente nos aúna en la diferencia hacia el otro. Y si una bandera, en su rabiosa actualidad, son todas las banderas, tal vez la solución venga dada por la constrictiva síntesis de la suma de todas las formas y de los colores habidos en su correspondiente tela bajo el signo de lo universal. Ninguno de estos hechos, no obstante, aislados en la aparente singularidad de la que puedan adolecer son definidores de la identidad sino, en todo caso, meros marcadores de la misma. Toda la dinámica de confrontación entre realidades diferentes, participadas por esencialismos propios, en este caso de los nacionalismos en colisión, suponen una lucha por la hegemonía racial, lingüística, de dominio territorial y de imposición de un marco legal sobre otro. Pero la solución del conflicto en modo alguno debiera presuponer la disolución de la realidad de las partes implicadas en el mismo -aún desde esa dual visión cartesiana propia de la modernidad donde mente y materia fluyen paralelas y, como mucho, entrecruzadas-, puesto que esto último, afectando a la parte cultural, al alma, supondría el etnocidio, y si lo es referida a la física, al cuerpo, es todavía más atroz genocidio.

Todos y cada uno de ellos son conceptos que encuentran su lecho en ámbitos tan diversos como los de la ciencia natural, el acontecimiento histórico, la organización institucional y el devenir de un todo-junto relacionado consigo mismo y con el ámbito de los demás, de la otredad y alteridad mediatizada por lo que nos es privativo de la humanidad entera, la cultura. Ahora bien, pese al distanciamiento requerido respecto de la realidad por el método fenomenológico a través de la antes mencionada epojé, Carlos Díaz nos recordaba el que “no deberían olvidar los fenomenólogos que el mismo fenomenólogo es un producto cultural, y que hasta sus actividades puras son acontecimientos del mundo natural.” Así como: “Tampoco deberían ignorar que la epojé es en la escuela moral griega a la que se retrotraen una actitud ética fundamentalmente”. Cuestión establecida sobre la excepcionalidad, siguiendo la pauta del fenomenólogo austríaco Josef Seifert, del hecho de que todo “conocimiento de la realidad de la libertad se basa en modo alguno en la epojé [constituyendo] uno de los objetos del conocimiento filosófico del hombre y de la ética”. Libertad basada en el albedrío y racionalizada por la acción del reflexivo pensamiento en la cultura, que nos es legada tanto como creada, configurando nuestra identidad. Ya que en parte somos libres para elegir y en parte nos encontramos sujetos a elecciones ya realizadas (históricas, sociales y políticas) que nos determinan. Y por ello viene al caso rememorar el que fueran sujetos euskalherriacos (Altadill, Campión, Olóriz) quienes diseñaron el objeto de la enseña navarra, razón añadida para el rechazo de la manipulación españolista que de la misma se pretende realizar.

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