Mitología lingüística

Grupo de Estudio de Lenguas Amenazadas (GELA)

El estreno de la película ‘Arrival’, con una lingüista por protagonista, hizo salir durante un momento bastante efímero la lingüística del mundo universitario. Si tengo que decir la verdad, mi impresión de los quince minutos de gloria fue que la vida del lingüista debe ser percibida como algo muy triste si es necesario recurrir a los mitos para hacerla interesante. Para empezar, la protagonista no me pareció propiamente una lingüista. Los méritos que hacen que la contraten son sus servicios como traductora y los lingüistas no se dedican precisamente a eso. Aún más, hay lingüistas reconocidos que sólo hablan una lengua. Quiero decir que la idea del lingüista como políglota o experto en lenguas raras es en sí misma un mito. En la primera clase de lingüística a la que asistimos en la pantalla, la lingüista anuncia que explicará por qué el portugués es tan diferente del resto de las lenguas románicas. Suerte que llegan los extraterrestres y no puede continuar, porque yo temblaba pensando los disparates que se podrían llegar a decir sobre el portugués.

En otro momento, la protagonista quiere defender su posición esgrimiendo el mito del canguro. Tal como explica, cuando el capitán Cook volvió de Australia, llevó una lista de palabras entre las que había ‘kangaroo’. En sucesivas expediciones se intentó contrastar este dato y no encontraban ninguna en la que canguro se dijera de esta manera, así que se llegó a la conclusión de que, en realidad, al capitán Cook no le habían dicho el nombre de ningún animal sino algo similar a ‘no te entiendo’. La lingüista deshace el mito poco después, pero no dice que fue John B. Haviland quien, en los años setenta del siglo XX, describió el ‘guugu yimidirr’ y constató que, en esta lengua, el canguro en efecto se llama ‘gangurru’.

Pero lo que me han mencionado más veces de la película y la causa definitiva que me llevó a verla fue que el argumento se basa en la hipótesis Sapir-Whorf. Déjenme decir que el mismo nombre de la hipótesis ya es un mito. Whorf la formuló con el nombre de ‘hipótesis de la relatividad lingüística’, y dijo que se había inspirado en Sapir. La cuestión es que Sapir fue un gran lingüista que escribió mucho y que puede inspirar muchas cosas, pero que precisamente en este terreno también dice cosas totalmente contradictorias. Cuando ambos ya estaban muertos, Harry Hoijer bautizó la hipótesis con sus nombres, lo que me parece bastante injusto con Sapir, que luchó siempre contra los mitos de la lingüística y en la lingüística. ¿Y qué dice la hipótesis? Pues lo que hemos visto tantas veces parafraseado como ‘la lengua condiciona el pensamiento’, o ‘la visión del mundo’. O, como dice el curador de Whorf, John Carroll: ‘La estructura de la lengua de un ser humano influye en su manera de entender la realidad y de comportarse respecto de esta realidad».

Seguro que todos hemos topado con versiones diferentes de esta idea. Sin pensarlo mucho, me vienen a la cabeza formulaciones similares de Humboldt, Cassirer, Piaget, Durkheim, Mauthner, Lévi-Strauss, Wittgenstein… ¿Y qué dice la lingüística? Pues hay de todo, desde los que defienden que el lenguaje es innato y, por tanto, no se puede correlacionar con la cultura, hasta los que creen que no se pueden formular generalizaciones sobre las lenguas porque todas están sujetas a su entorno. Sapir mismo puede ejemplificar este abanico cuando en un lugar afirma: ‘Y tampoco puedo creer que la cultura y la lengua estén causalmente relacionadas en algún sentido real’, y en otro, ‘Los mundos en que viven sociedades diferentes son mundos diferentes, no sólo el mismo mundo con rótulos diferentes’.

Más allá de que la idea es bastante sugestiva e incluso inspiradora, el hecho es que no se ha podido demostrar nunca, y generalmente, cuando se hace referencia, el fundamento son otros mitos. Uno bastante conocido es el de los términos para la nieve de los inuits. No hay curso en que, cuando hablo de la relación entre la lengua y la cultura, más de un alumno no me salga con los incontables términos para la nieve o para el blanco. También existe la versión de los términos para camello en árabe o de los términos para hormiga en lenguas bantúes. Pero el de la nieve es bonito porque ha experimentado literalmente el efecto bola de nieve. Resulta que Franz Boas -profesor y colega de Sapir y Whorf- hizo trabajo de campo para su tesis doctoral en Alaska. En un momento menciona cuatro términos para ‘nieve’ en la lengua de los inuits y hace una reflexión sobre cómo cada cultura puede segmentar la realidad de manera diferente. De hecho, Hjemslev emplea un ejemplo de Ferdinand de Saussure para mostrar la diferente segmentación de la misma realidad: ‘arbre, bois, fôret’ que para nosotros sería ‘árbol, madera, bosque, selva’ y en danés ‘trae, skov’. Pero Hjemslev, quizá porque no era tan exótico, no hizo fortuna como Boas y el ejemplo de la nieve fue creciendo y multiplicándose hasta llegar a cifras sin pies ni cabeza y sin que a nadie se le ocurriera decir que nosotros también tenemos ‘aguanieve’, ‘nieve polvo’, ‘nieve primavera’, ‘hielo’… y no somos ni inuits ni siquiera grandes esquiadores.

El ejemplo de la nieve es una muestra de lo que en antropología lingüística llamamos ‘énfasis cultural’. Todas las lenguas tienen términos para destacar lo relevante culturalmente, al igual que todos conocemos el léxico especializado de nuestro oficio o afección. Las lenguas son sistemas portentosos que pueden explicar cualquier realidad y por eso son tan versátiles y adaptables. Que cada lengua explique el mundo a su manera no quiere decir que nos haga ver el mundo de una manera determinada. Como tampoco significa que sea la lengua la que configura la realidad. Lo único que podemos constatar es que, si el mundo cambia, la lengua se adapta a los cambios. Pero las lenguas cambian siempre, todas. Y cambian a su manera. Sapir propuso el término ‘drift’ para designar los cambios que, sin explicación alguna, se producen de la misma manera en lenguas diferentes. Este misterio de las lenguas es la demostración más clara que funcionan al margen de la voluntad de los hablantes. Pero la idea de que la lengua configura la realidad prescinde de este hecho y la violenta.

Si quienes quieren cambiar la lengua para cambiar el mundo reflexionaran de verdad sobre la relación de la lengua y la realidad, no querrían cambiar la lengua, querrían cambiar el mundo, porque la lengua no hace más que mostrarnos que, no sometiéndose nos hace iguales. Quizás no nos hemos parado mucho a pensar en todo esto y a diferenciar, por ejemplo, la voluntad de hacer del mundo un lugar más amable de muchas propuestas descabelladas de lo políticamente correcto. Hace unos días, mi alumno Xavier Sirés me hacía leer una entrevista en ‘La Contra’ de La Vanguardia a Juan Soto Ivars y encontré esta afirmación: ‘La corrección política cree que lo que alguien dice -chiste, broma, opinión…- conforma la realidad. Y que cambiando la representación, cambia el mundo real: censurar, pues, sería constructivo’. Si Whorf y compañía supieran que sus ideas podían llevar a la censura (de hecho, Hitler también utilizó las ideas de Humboldt) quizás se habrían dedicado más a explicar los mitos. Está claro que, sin mitos, la lingüística no habría tenido su momento de gloria hollywoodiense.

Dos notas a pie de página

1) No se preocupe que, en este artículo, no hay ‘spoilers’.

2) Puestos a hacer salir lingüistas en el cine, sugiero a Roman Jakobson. Una vida de película que ilustra la historia de Europa y la de la lingüística del siglo XX.

*Maria Carme Junyent, miembro del Colectivo GELA

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