Franco, hoy

Recuerdo el libro Si levantara la cabeza en el que Daniel Vázquez aborda con mucha ironía la vuelta de Franco a la política clonado en un tal Paquito, decidido a ser candidato en unas elecciones democráticas. En pleno siglo XXI, lo que pretende es aprovecharse de la cantidad de franquistas con vitola de demócratas para alcanzar un nuevo amanecer con un programa que se lo sabe de memoria: centralizar el Estado y uniformizarlo eliminando a rojos y nacionalistas sin olvidar a la Iglesia aperturista, a la que habría que soterrar, entre otras lindezas. Para ello no duda en hacerse líder del partido Cuarenta Años de Paz.

Si Franco levantara la cabeza… llegó a ser la coletilla de moda en los primeros pasos de la Transición del franquismo a la democracia. Se la echaban en cara los camisas viejas azules a tanto reconvertido de última hora a la democracia; y también las señoronas que penaban por el franquismo cuando veían el anagrama del Partido Comunista por doquier y los quioscos inundados de prensa plural y pornografía.

Si Franco levantara la cabeza y viviera, felicitaría a la Fundación Francisco Franco por lograr, después de tantos años, subsistir tan cómodamente y hacerlo en buena parte con subvenciones públicas. Se emocionaría viendo al valle de los Caídos con el uso que él quería. El organismo franquista Patronato Central para la Redención de Penas por el Trabajo no ha hecho mella suficiente y eso que sus datos afirman que, muertos aparte, 8 de cada 10 presos esclavos que excavaron la montaña para construir la gruta resultaron heridos en algún tipo de accidente; y varios miles arrastraron secuelas el resto de su vida, especialmente lesiones provocadas por el exceso de esfuerzo físico, la escasa alimentación y las dolencias pulmonares generadas por el polvo de granito que respiraban para acomodar a Franco y José Antonio.

Si Franco levantara la cabeza se enfurecería por la cantidad de enseñas franquistas que han ido desapareciendo con cuentagotas. Pero pronto reaccionaría al comprobar la cantidad de signos de su dictadura todavía sin quitar y el nutrido grupo de seguidores contentos de que se mantengan a la vista los que quedan, nombres de municipios con su nombre o que arrastran el latigazo del Caudillo cerrando el nombre del pueblo. Y en otros muchos que han cambiado sus nombres, mantienen sin embargo las cunetas intactas de cadáveres represaliados.

Si Franco levantara la cabeza se sentiría contento al comprobar que todavía no hay condena oficial al bombardeo de Gernika, ni a ningún otro perpetrado contra otras poblaciones civiles. Se felicitaría porque nadie de los aparatos del Estado haya denunciado en todo este tiempo al verdugo que él fue al pactar con Hitler la deportación de más de 9.000 personas a campos de concentración nazis. Estaría satisfecho de que camaradas carniceros como Queipo de Llano sigan enterrados en la basílica de la Macarena de Sevilla; y de que hasta este mismo año, Sanjurjo y Mola hubiesen descansado con todos los honores en el panteón funerario más importante del País Vasco, en Iruña. Seguro que Franco valoraría en su justo término que el PP todavía en septiembre de 1999 se negase a condenar el golpe de Estado de 1936.

Si Franco levantara la cabeza se congratularía de lo bien que le ha ido a su familia y de cómo conservan el pazo de Meirás, robado a la familia Pardo Bazán durante la guerra, sufragado forzosamente por los vecinos de la zona para uso del dictador. Qué satisfacción para él comprobar que sigue siendo hoy propiedad de sus descendientes que ningunean las leyes democráticas que les obligan a abrirlo unos pocos días al público.

Si Franco levantara la cabeza condecoraría a los que están logrando que no exista separación de poderes real, a políticos como Jaime M. Oreja y periodistas como Pío Moa, que hablan y escriben de su obra como “una dictadura históricamente necesaria, muy llevadera y con un balance positivo no ya bueno sino espectacular”.

Si Franco levantara la cabeza, en fin, comprobaría con satisfacción que le seguirían votando, como mínimo para conformar un amplio grupo parlamentario. Viendo las tendencias electorales en buena parte de Europa, albergaría las mejores esperanzas de plantarse en pocos años de nuevo en el poder; quizá cambiando el tono a un color azul más suave, quizá utilizando el naranja por ejemplo. Que el caudillo tuvo siempre presente que hay que aprender de los camaleones.

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