La España constitucional

El nombre de España tuvo su nacimiento como provincia de la épica Roma. Tras la división del imperio, fue asumida por la Iglesia cristiana, en disputa con los godos por mantener la jerarquía suprema del poder. El poder se mantuvo jerárquicamente con la pretensión de que el poder papal estuviera por encima de los pueblos y reinos que constituían la península ibérica como provincia romana de Hispania. No obstante, fue el rey católico quien urdió la formación de sus capitanes, requiriéndoles jurar al estilo de España, compaginándolo como respeto sacramental, al tiempo de imponerse como representante de Dios y que autorizaba al saqueo de los pueblos conquistados.

La verdad es que a mí no me cuadra esta España como mi patria. Voy a ajustarme solo a datos de fechas y cambios institucionales que revelan la ficticia nación española que se propugnó y propugna como seña de entidad de la sacrosanta unidad de España. No obstante, en este artículo me limitaré a referirme solo a los siglos XIX y XX, obviando además los efectos sangrientos de muertes y angustia civil y social que conllevaron.

Voy a dar pues ese salto en el tiempo hasta el siglo XIX, cuando los pueblos sometidos al imperio, donde nunca se ponía el sol, encontraron su alma y los echaron fuera de sus mares, con lo que el dominio imperial debió limitarse a los pueblos de la esfera peninsular y las últimas colonias exteriores.

Empezaremos pues cuando el año 1808 Napoleón Bonaparte llamó sin usar la corneta a los cortesanos españoles a Baiona para jurar a su hermano Pepe Botella por rey de España. Los próceres españoles acudieron en abundancia, aprobando el Estatuto de Baiona como Constitución para España, sin que Carlos IV ni su hijo, el futuro Fernando VII, hicieran oposición pública. La implicación de las jerarquías hispanas fue total, y así dos únicos y vulgares oficiales (Daoiz y Velarde) murieron defendiendo Madrid con sus escasos soldados, mientras que quienes defendían el suelo patrio de los franceses fueron perseguidos por bandoleros. Los homenajes actuales a los primeros, y las glorias que se les cantan a unos y a otros, los plasmaron quienes los condenaron a sus suertes, obviando sus ocultas actitudes.

A esta entrega nacional de los hombres de la patria siguió la Constitución de Cádiz de 1812 (la llamada La Pepa), que incluía las colonias como parte de las Españas. Fue derogada dos años más tarde por el propio rey Fernando VII, que restauró el absolutismo. Seis años más tarde hubo un intento liberal-republicano (1820), contra el que volvió a dar otro nuevo golpe de Estado el mismo monarca apoyándose en los 100.000 hijos de San Luis franceses (1823).

Fallecido en 1830, dejó a una niña de dos años para heredar el reino, con su viuda como regente. Pero la cuestión de reinar ésta o el hermano del difunto llevó a tres guerras carlistas de amplia duración 1833-1839, 1846-1849 y 1872-1876. Con guerra o sin ella, las constituciones de España fueron y son alardes de patria y unidad.

En cuanto a constituciones, en 1833 se creó el Estatuto Real que rigió durante toda la 1ª guerra carlista y las exigencias de una unidad patria de la nación española que desmentían la carrera de constituciones que se sucedían. A la del año 1845 le siguió otra de 1856, y después otras en 1864, 1869, 1873 y 1876. Las regulaciones al asentarse multiplicaron aplicaciones legislativas de aplicación unitaria ante una sociedad social y económica diferente.

El siglo XX comenzó con la semana trágica de los sucesos acaecidos en Barcelona y otras ciudades de Cataluña entre el 26 de julio y el 2 de agosto de 1909. Los problemas sociales fueron en aumento y el año 1923 (excusado en el separatismo) el general Primo de Rivera dio un golpe de Estado, que duró hasta el año 1930 con un directorio. Fue sustituido tras su dimisión el 28 de enero de 1930 por la que llaman la dictablanda del general Berenguer. Proclamada la 2ª República al año siguiente, el golpe del general Franco (1936) puso en orden los lemas de orden y unidad. A fecha de hoy (80 años después) se están descubriendo los asesinados que ni siquiera fueron enterrados. Hoy todavía (más de 40 años después de muerto, todavía se le hace presente).

No es el historial concluso, ni siquiera aproximado, ya que los autores de la Constitución de 1978, de rigor en la actualidad, no se cortan ni avergüenzan al decir que la hicieron como está, por el miedo de que los garantes del régimen del caudillo se revolvieran, y que por eso fueron comedidos. Lo que no impidió que tras el golpe de Tejero, tres años más tarde, se admitieran nuevos recortes, conocidos y públicos, que se vitorean como reglas constitucionales y única fórmula democrática.

La desvergüenza no tiene nada que ver con los conceptos de democracia ni de nación. Y menos decir que la ley es base de la democracia, cuando es la democracia la base para hacer las leyes.

Noticias de Navarra