¡Bienvenido otoño!

EL otoño es por excelencia el tiempo de los bosques caducifolios, el momento del año en el que se visten con sus mejores galas, en el que se despliega la infinita gama de colores que van del ocre al amarillo. Pasear por los bosques en esta época, y por los hayedos especialmente, es una experiencia inolvidable.

La gama multicolor que el otoño extiende sobre el paisaje es solo la manifestación de una serie de complicados procedimientos químico-fisiológicos, que de forma invisible se desarrollan en las hojas y en los bosques. La caída de las hojas, especialmente llamativa en otoño, no es la única: esta caída se completa con una caída de las hojas en verano. Este procedimiento se puede definir como una especie de caída de emergencia, con la cual los árboles, especialmente en los meses de sequía, se despojan de aquellas hojas que ya no les son de utilidad.

El verde es el color más abundante que hay en la naturaleza: todas las diversas tonalidades en hojas y en frutos provienen de una sustancia llamada clorofila, que normalmente se forma mediante la luz del sol, que las plantas necesitan para elaborarla. Todos los procesos de descomposición juntos conducen finalmente al juego multicolor del otoño. Al desintegrarse la clorofila solo quedan las materias colorantes de color amarillo, dando así paso a las hojas de ese color. Dentro de esta gama pueden observarse el tono amarillo-rojizo, producido por la carotina, o el amarillo-anaranjado, causado por la xantofila o jantina, sustancias estas que previamente ya estaban presentes en las hojas. Si esta tiene aún brillo rojizo es porque todavía conserva restos de azúcar que, con las denominadas flavonas -materias que absorben la luz, especialmente la ultravioleta- se sintetizan formando la materia colorante roja antocianina.

Este pigmento, además de producir el color intenso de las amapolas, el arándano y otras floras, también es el causante de los azules y los violetas. Este componente se encuentra igualmente en la savia de las plantas; si la antocianina es ácida, el color que produce es el rojo, mientras que, si es alcalina, genera el azul o el morado. El roble y el arce tienen sus hojas rojas en otoño, porque la antocianina es de tonos rojos o violetas.

Las tonalidades amarillas y rojizas en la hoja indican que esta está aún viva, mientras que cuando se alcanza el marrón, significa que ya está muerta. Esto sucede porque en sus células ha entrado sin obstáculo oxígeno del aire, provocando con ello un proceso de oxidación. Todo el conjunto de este fascinante proceso natural de descomposición es lo que finalmente conlleva la paleta de colores que nos brinda la madre naturaleza en las especies de árboles caducifolios durante el mágico otoño.

El haya es, sin duda -conjuntamente con el roble y el castaño-, la especie arbórea más espectacular durante los meses otoñales, porque sus hojas proporcionan, entre octubre y diciembre, toda la variedad de tonos que la pupila del ojo humano puede analizar de golpe al contemplar este proceso.

Euskadi se beneficia de la situación geográfica que tiene, a remolque entre las regiones Atlántica y Mediterránea. Por ello, son unos cuantos los bosques que salpican nuestro territorio, en donde las hayas -hayedos de Burbona, Kapildu, Cañón de Izki, Otzarreta, Santuario de Urkiola, Urkabustaiz, Aizkorri-Aratz, etc.- se alzan como los reyes indiscutibles de un paraíso de vida vegetal, que estalla en multitud de cromatismos, siguiendo todo un proceso fisiológico sabiamente establecido por la madre naturaleza.

El hayedo es algo más que un bosque: es un pequeño universo que a lo largo de miles de años ha establecido complejas relaciones con las especies animales y vegetales que en él habitan. Por su suelo deambulan el gato montés, el zorro, la garduña, el corzo, la comadreja… Abunda igualmente el jabalí, que en grupos hoza entre la hojarasca y se da baños de lodo en la ribera de los arroyos. El hayedo también sirve de refugio a ratones, topillos y musarañas, que se encuentran a sus anchas entre la hojarasca y los árboles caídos.

Si levantamos la vista hacia las copas de los árboles, asistiremos a la eterna lucha entre cazadores y presas. La marta persigue durante la noche a pájaros, ardillas y lirones, en competencia con rapaces como el mochuelo o el imponente búho real. También son predadores nocturnos los murciélagos, a quienes el hayedo proporciona la humedad que necesitan sus alas. Cuando llega el día, son el azor, el gavilán y el águila real quienes toman el relevo.

Sin duda, el otoño es una de las estaciones más bellas y hermosas para disfrutar de la naturaleza y del extraordinario fenómeno multicolor de las hojas, así como admirar uno de los fenómenos más espectaculares que se producen, características de dos épocas del año, como es la migración de aves.

DEIA