La vida e ideología Arturo Campión

Toda su obra está inspirada en su profundo catolicismo integrista, en su gran amor a Navarra, al sistema foral de autogobierno y a la lengua vasca, señala en este artículo

El acuerdo del Gobierno de Navarra de otorgar a título póstumo la medalla de oro de Navarra a los historiadores Campión, Olóriz y Altadill, ha abierto una polémica sobre el primero y sus posiciones en los difíciles momentos históricos que le tocaron vivir. Como es habitual en los debates políticos, que se basan en el uso político de la Historia, se valoran desde perspectivas actuales personas y hechos del pasado, intentando obtener de aquella una rentabilidad política para el presente. En este caso, sin considerar que todas las personas son hijas de su tiempo y circunstancias, mucho más cuando son eminentes en sus aportaciones y compromisos.

La vida y obra de Campión está suficientemente estudiada y documentada como para valorarlo en su totalidad, porque es un claro prejuicio interesado quedarse en algunos aspectos puntuales, despreciando la totalidad de un personaje poliédrico. La magnitud de su obra está por encima de los cortos intereses coyunturales partidistas o rencores históricos. No se pretende entrar en polémicas del momento, ni juzgar intenciones de quienes las protagonizan, sino exponer elementos que permiten conocer su vida y obra.

Campión fue un polígrafo, que lo plasmó en sus discursos políticos y literarios en su obra narrativa, en sus investigaciones históricas y lingüísticas. Toda su obra está inspirada en su profundo catolicismo integrista, en su gran amor a Navarra, al sistema foral de autogobierno y a la lengua vasca. Su aportación fue decisiva en la investigación histórica, autor de una Gramática de los dialectos de la lengua vasca y precursor de la unificación lingüística. Fue promotor de la Asociación Euskara de Navarra, presidente de Euskal Esnalea, miembro de Eusko Ikaskuntza, Instituto de Estudios Históricos y Comisión de Monumentos de Navarra, académico de Euskaltzaindia y correspondiente de las Reales Academias de la Historia, Ciencias Morales y Políticas y de la Lengua Española.

La descripción de cuanto fue Campión, de sus ideas y obra la trazó Unamuno en la reseña de su novela Blancos y Negros (Guerra en la paz): “Las tendencias y sentimientos del autor, su ardiente regionalismo, su odio al jacobinismo centralizador y al unitarismo español, hijo, según dice, de la guerra de la Independencia; sus arraigados sentimientos católicos, hostiles a la lucha intestina entre carlistas, mestizos e integristas, son tendencias y sentimientos que se descubren a cada paso en la obra”.

Le tocó vivir una época convulsa y fue evolucionando ideológicamente durante la misma. Tras la caída de la I República Campión abandonó el republicanismo-federal y se incorporó al federalismo fuerista de la mano de Iturralde y Suit, con quien colaboró en el órgano fuerista La Paz.

El 19 de mayo de 1876 publicó en La Paz un artículo titulado Los Fueros y la idea liberal, y el 25 de octubre otro con el título De la conservación de la lengua bascongada. En ese mismo año se editó su primera obra importante, Consideraciones acerca de la cuestión foral y los carlistas en Navarra, en la que sostuvo que habían sido los liberales navarros quienes habían defendido el autogobierno, y Navarra no podía ser víctima de las actitudes y las guerras de los carlistas contra el régimen liberal. Trató de demostrar que los fueros eran conformes y compatibles con los principios liberales y contrarios a los postulados carlistas. La defensa de los fueros, como parte del ser de Navarra, constituyó uno de los objetivos de su vida y obra. A todo lo largo de aquella, lo hizo en múltiples ocasiones, con la palabra y la pluma, hasta el punto de elaborar una doctrina del foralismo, base de posteriores formulaciones ideológicas nacionalistas y navarristas.

La Restauración fue la época del compromiso político de Campión. De miembro de la milicia republicano-liberal en la batalla de Oroquieta (1872) contra los carlistas se había convertido en federal-foralista. Durante el periodo de la Restauración fue un fuerista vinculado hasta 1893 al integrismo nocedaliano, versión ultramontana del carlismo. Mantuvo su actitud foralista y conservadora hasta su muerte. Aunque en algún momento se declaró nacionalista, nunca se identificó totalmente con las concepciones de Sabino Arana. En opinión de Mitxelena “así como creo que Sabino fuera burgués -yo diría que fue pre-burgués‑, Campión sí fue de espíritu netamente burgués”.

Fue diputado integrista por Navarra bajo el lema Dios y Fueros. Intervino en los debates parlamentarios contra el proyecto presupuestario de Gamazo y su atentado al régimen foral. En sus discursos políticos recogió sus ideas sobre los fueros, el federalismo, el nacionalismo y la cuestión social, que reflejan un pensamiento profundamente católico-integrista, conservador, antiliberal, enfrentándose al carlismo a pesar de que el integrismo era una de sus corrientes.

Desde su catolicismo y conservadurismo propios de la Iglesia española de la época y de la burguesía nacional y local, participó activamente en los movimientos defensores de los valores católicos frente al anticlericalismo republicano, apoyando al obispo en la excomunión del republicano director de El Porvenir Navarro, Basilio Lacort. Rechazó el anticlericalismo de la minoría dirigente contraria a la Iglesia y de la masa popular obrera anarcosindicalista y socialista, de las que fue radicalmente contrario por ser doctrinas extranjeras opuestas al ser navarro y vasco.

El ambiente anticlerical fue el caldo de cultivo de la reacción integrista en el seno del catolicismo tradicionalismo español. Los integristas se consideraban “católicos a machamartillo, como dirían los que pretenden ser más y mejores católicos que el mismo papa”. Para Campión sus ideas políticas “constituyen un ideal o tesis elevado y grandioso […] como que están extraídas de la purísima cantera de documentos pontificios y de códigos nacionales, y limpias de todo sabor y deje monárquico-absolutista”. Aunque se separó de las actitudes maximalistas del integrismo sobre el alcance de la unidad católica como vínculo nacional, su ideología es coincidente en muchas de sus formulaciones.

El cambio de actitud de la Iglesia respecto del orden político de la Restauración y del comportamiento de los católicos fue el factor determinante de la ruptura con Nocedal. Sin embargo, la concepción de Campión sobre la sociedad, la foralidad, los valores cristianos, las ideologías, etcétera, seguirán siendo integristas-tradicionalistas. Él mismo reconoció que aceptaba esos posicionamientos ideológicos, porque “a la larga el integrismo favorecería la formación de un partido netamente vasco”. Esta versión, una vez que había proclamado el carácter nacionalista de su regionalismo, confirma que su identificación con el tradicionalismo integrista había sido plena.

El lema Dios y Fueros del movimiento fuerista era propio de un “católico enragé, católico antes que nada”. Esta actitud católico-integrista contribuyó a la creación de un “foralcatolicismo” antirracionalista, antirrevolucionario, antiliberal, anticentralista, plenamente coincidente con el pensamiento de los integristas, “de quienes no me separaba ninguna diferencia fundamental”, en el que se aúnan la tesis católica y la afirmación foral. Con el lema “marcha al asalto del Estado moderno, omnipotente y centralizador, monstruo abortado por el racionalismo, apoyándose en la Religión, en el derecho y la justicia. Ningún movimiento puede prosperar en Nabarra si no circula por su tronco la savia católica: Dios es, señores, el personaje más importante de Euskal-Herria, y renunciaríamos cobardemente a la más augusta y fecunda de nuestras tradiciones, si renegásemos de Cristo y, como Judas, lo vendiéramos por treinta dineros”.

Esta doctrina la reiteró en 1892 en la sede integrista, al afirmar que su “obra y labor pueden compendiarse en la siguiente brevísima fórmula: que los católicos sean cada vez más fueristas y los fueristas cada día más católicos”. Recalcó la sustancial coincidencia entre el regionalismo navarro que profesaba y el integrismo tradicionalista español. Afirmó el “sentido católico de las reivindicaciones fueristas” y la “misión histórica del pueblo navarro en la palabra resistir”; en Navarra la presencia de los principios católicos inspiraba toda su vida institucional.

El foralcatolicismo que Campión profesó, constituyó una versión navarra del neocatolicismo, uno de los componentes del nacionalcatolicismo español, en cuanto “resistencia al cambio histórico”, que se manifiesta en una actitud de frustración frente a la imposibilidad de detenerlo y de fijar el pasado. Lo puso de manifiesto en su discurso en el Congreso de 14 de enero de 1895 sobre la libertad de cultos, en el que rechazó la presencia protestante en España. Estableció la ecuación entre lo español y lo católico, en oposición a las herejías protestantes y a la libertad de cultos, aduciendo que se reniega del pasado cuando se permite su ejercicio y la presencia en España de la Iglesia anglicana.

Para Campión su época “se caracteriza por la lucha entre el Catolicismo y el Racionalismo, entre el derecho nuevo y el derecho antiguo, entre la Iglesia y la Revolución”. El Liberalismo era la ideología política que desde el naturalismo se proponía “descatolizar a las naciones, contrayéndose principalmente a dar libertad al error cuando es manso, como sucede ahora en España, y propasándose a perseguir la verdad cuando es fiero, como sucede ahora en Francia”, invocando a Donoso Cortés. Rechazó la libertad del liberalismo por carecer de “contenido moral”: “al estudiar el primer término del lema Dios y Fueros que los llamados euskaros enarbolábamos después de la guerra civil, llegué a penetrarme de que la libertad del liberalismo era una libertad sin contenido moral, una libertad falsa”.

Definió los fueros como los “derechos peculiares de un país, constituciones autónomas de antiguas naciones independientes que los conservaron y retuvieron al ingresar en otra nacionalidad superior”. Los fueros estaban inspirados en los principios católicos y ordenaban una sociedad desde una concepción religiosa, que es combatida por el racionalismo liberal: “Mas como éstas nacionalidades eran católicas, claro es que su legislación era católica también. Éste y no otro, es el punto concreto donde esencialmente son incompatibles los Fueros y el Liberalismo, en la misma medida y proporción que se contraponen el espíritu católico y el espíritu naturalista que respectivamente los informan”.

Sostuvo que si el liberalismo español “en vez de patrocinar soluciones unitarias, hubiese patrocinado soluciones federales, las formas y los organismos forales habrían cabido perfectamente dentro de la constitución nacional”. Sin embargo, la antítesis entre ambas concepciones se plantea desde su contrapuesto fundamento. Realizó una dura crítica de la política liberal en materia educativa, ejercicio de las “libertades de perdición”, que era categoría propia del integrismo, presencia e influencia de la masonería, desconsideración y calumnia al hecho religioso en general, adoctrinamiento del proletariado en el ateísmo, el socialismo, el comunismo, el colectivismo y el anarquismo.

El liberalismo era el primer enemigo de los fueros, porque el “nacimiento del uno y muerte de los otros son sucesos casi coetáneos. Así se viene demostrando desde que aquellos diputados de las Cortes de Cádiz, amamantados a los pechos impuros de la Revolución francesa, ahítos los hueros cerebros de las teorías del Pacto social resolvieron redactar una Constitución”. A pesar de que su prefacio aludió al Reino de Navarra “presentando a cada paso en sus venerables fueros una terrible protesta y reclamación contra las usurpaciones del Gobierno”, ponderación de los fueros que la misma Constitución “abolía y extirpaba de cuajo en el texto, fabricando con los sillares derruidos nuevos templos al ídolo horrendo de la llamada unidad constitucional”.

El fuerismo militante había de convertir la restauración foral en un medio para la restauración católica antiliberal. Con palabras de Sagarmínaga afirmó que “la autonomía, si ha de ser real y completa, requiere que el país basko-nabarro recupere su poder legislativo propio. Persigamos, sin tregua, la restauración foral, que representa un derecho que nadie, legítimamente, nos puede detentar, y hagamos de ella el instrumento de la restauración católica”.

El protonacionalismo de Campión se fundamentó en la religión, la historia y la lengua como elementos determinantes del hecho nacional, de la recuperación del autogobierno del pasado dentro de la Monarquía entonces, y del Estado ahora. La pérdida por el pueblo vasco de la identidad, valores y capacidad de decidir por sí mismo estaba motivada por factores y conflictos ajenos, que eran coincidentes con los que producían su aculturación. Constituyó una reacción cultural y religiosa ante la crisis de la sociedad rural y de sus señas de identidad, en un momento de cambios culturales y económicos, consecuencia del inicio del proceso de transformación de la sociedad vasca en una sociedad industrial. Se trataba de una manifestación de la resistencia de la sociedad tradicional y del catolicismo a la modernidad, que se tradujo en los movimientos políticos que representaron el carlismo, el integrismo y el nacionalismo. Todos ellos estuvieron íntimamente relacionados en sus fundamentos, en su concepción de una tradición mitificada heredada del romanticismo, en una visión religiosa intolerante, en el rechazo de las novedades, fueran sociales o culturales, en la configuración de un imaginario esencialista vinculado a una dialéctica defensiva frente a la agresiva que atacaba las esencias patrias. Todas estas concepciones fueron compartidas por esos movimientos, como lo refleja el proceso ideológico de Campión.

La ideología liberal-democrática de la II República y su evolución no estuvieron dentro de los parámetros de Campión. Tampoco la guerra civil, la adhesión del nacionalismo vasco a la causa de la República y la alianza con los anticatólicos republicanos, socialistas, comunistas, anarquistas, etc., que le produjo profunda decepción y gran consternación. Campión y su esposa estuvieron protegidos durante la guerra civil por una guardia de gudaris que instaló Manuel Irujo en la casa de Ategorrieta, en la que ondeó una ikurriña hasta la entrada en la ciudad de la tropas franquistas. Fue una medida de protección para evitar que, como había ocurrido en la ciudad, fueran víctimas de las milicias izquierdistas. Como transmitió Mitxelena: “Cuando estalló la sublevación, Campión estaba enfermo en su villa de San Sebastián. Aturdido por los acontecimientos, su única frase debió de ser: “¿cuándo llegan los nuestros?”. Estos no eran los gudaris que ya le protegían sino los sublevados navarros, que acabaron con la II República y el Estatuto Vasco.

La toma de San Sebastián se produjo el 13 de septiembre de 1936. Por información de D. Fermín Negrillos, admirador de Campión, a quien conoció y trató, amigo de sus sobrinos y herederos los hermanos Ferrer Galdiano, el día siguiente acudieron a visitarle y les dictó un documento, porque su ceguera le impedía escribirlo, con el siguiente texto: “Tengo el gusto de hacer constar que liberada esta ciudad de la tiranía roja, quiero manifestar a la vez que mi protesta más enérgica por el incalificable proceder del nacionalismo vasco, mi adhesión inquebrantable a la Junta Nacional de Burgos”. Arturo Ferrer lo entregó a las autoridades militares en Pamplona el día 15 en que lo publicó el Diario de Navarra. Superado el riesgo vital, el comportamiento era congruente con su actitud de clase, valores e ideología.

El 18 de agosto de 1937 falleció Arturo Campión en San Sebastián. El Diario de Navarra de 19 de agosto de 1937 le dedicó una breve necrológica en la que hizo constar sus diferencias y su aprecio a quien había sido el gran polígrafo navarro inspirador del filovasquismo cultural y católico-integrista de sus primeros tiempos en la actitud conservadora-vasquista y antirrevolucionaria: “Distante de nosotros en la manera de pensar respecto a Navarra en España y España en Navarra, con distancia que no puede ser salvada sin una total inversión de conceptos fundamentales, no hemos de eludir por eso, a la hora de su muerte, la oportunidad de los elogios a su talento poderoso”.

Como constató López Antón, se difuminó con su muerte “toda una generación intelectual navarrista, fuerista y vasquista que no ha logrado quebrar la caduca bipolarización ideológica que atomiza la conciencia de las Vasconias. En el franquismo doctrinal, la figura de Campión se desvanece”.

Con la llegada de la democracia, Campión volvió a aparecer como señera figura intelectual, como persona comprometida con su tiempo y ejemplo de libertad intelectual, pero muy distante de la sociedad y del tiempo actuales. Desde el navarrismo social y político no se recuperó su figura; por el contrario, se le marginó considerándole un inspirador del nacionalismo vasco, siendo así, que toda su vida estuvo movida por su fe religiosa y por su amor a Navarra. En el rechazo a su eminente figura estuvo siempre la izquierda en reciprocidad con el que mantuvo contra ella.

Por tanto, nada nuevo bajo el sol en el debate actual. Es aplicable a Campión lo que expresó Edwards respecto a Montaigne: “No pensaba como hombre de partido. Juzgaba las cosas por sus méritos propios, sin el menor ánimo de favorecer a uno u otro bando. Se proponía ser íntegro, vivir en plenitud, conforme consigo mismo. Como dijo en uno de sus textos, refiriéndose a las luchas de familias y de facciones en la Italia del siglo XIV […] era güelfo para los gibelinos, gibelino para los güelfos”.

Obras de referencia: López Antón, Arturo Campión entre la historia y la cultura, Pamplona, 1998. De Andrés Soraluce, J. R., voz “Campión” en la Gran Enciclopedia de Navarra, I, Pamplona, 1990. Alli Aranguren, J. C., “Arturo Campión y Jayme-Bon, escritor y político (1854-1937)”, en Notitia Vasconiae, 1, 2002, pp. 469-547.

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