San Potoloncio: un santo franquista

El pasado 4 de enero, la Iglesia Católica celebró la festividad de San Manuel González, que fue canonizado en el Vaticano por el Papa Francisco el 16 de octubre de 2016. Este santo, llamado «el Apóstol de los Sagrarios Abandonados», fundó la Unión Eucarística Reparadora (1910) y la congregación religiosa de Misioneras Eucarísticas de Nazaret (1921); había sido beatificado el 29 de abril de 2001 por Juan Pablo II, quien señaló que el entonces beato había sido en vida «un modelo de fe eucarística cuyo ejemplo sigue hablando a la Iglesia de hoy».
San Manuel González García (Sevilla, 1877, Madrid, 1940), obispo de Málaga (1920-1935) y de Palencia (1935-1940) fue el primer prelado, –el 20 de julio de 1936, en una publicación diocesana– que habló de Cruzada para definir a la sublevación franquista; decía que Dios estaba de acuerdo con el Alzamiento porque hay que «levantar la mano a fin de abatir para siempre las indolencias de tus enemigos».
Durante la Guerra Civil, tras la pérdida de Bizkaia, mi aita –gudari mutilado del batallón Mungia– y otros compañeros presos, tras pasar por otras cárceles, dieron con sus maltrechos huesos en Palencia capital. Las escuelas de Berruguete habían sido habilitadas para prisión, y como se hallaban atestadas y en obras, tuvieron que dormir sobre el guijo esparcido en el patio.
Las condiciones eran penosísimas. A poco de llegar se produjo un incidente, tan banal que la mayoría de los reclusos no se enteró de lo sucedido; el jefe militar al mando, ordenó formar y diezmar a los presos. En la cuenta fatal, mi aita fue uno de los elegidos para ser fusilado. Pero no fueron «pasados por las armas», como solía decir la prensa franquista de la época.
Cuando se enteró de la llegada de presos procedentes de Bizkaia, se acercó un barbero de la ciudad por si conocía a alguno de ellos; era palentino, y durante años había trabajado en una conocida peluquería de caballeros de Bilbao. El barbero, que en su fuero interno simpatizaba con la causa republicana, estaba al tanto de lo ocurrido.
—Habéis estado a esto –le dijo aplastando con el dedo pulgar la punta de la uña de su dedo índice– de ser fusilados. ¿Y sabes quién ha insistido en el Gobierno Militar para fusilar a presos vascos y dar un escarmiento?
Mi aita se encogió de hombros.
—El obispo de Palencia.
—¿Y tú cómo has podido enterarte? –le preguntó.
—Porque voy todos los días al Gobierno Militar para afeitar al gobernador y allí oigo y veo cosas, respondió.
Al parecer, el gobernador militar no refrendó las ejecuciones porque debió encontrar fútil el motivo y «por el momento ya se han matado bastantes», según le escuchó decir el barbero.
En 2012 la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Palencia dio a conocer, en un libro de 884 páginas, el informe redactado bajo la dirección de Pablo García Colmenares, catedrático de la Universidad de Valladolid, sobre la represión franquista en aquella provincia castellana. Se documentaron 1.322 víctimas mortales: 867 «paseados», 348 fusilados y 107 fallecidos en prisión. Desde entonces la lista se ha ampliado. En Palencia, al igual que en Nafarroa, triunfó el Alzamiento sin oposición.
El presbítero Julio Ugarte (Estella, 1904, Donostia, 2002), capellán de los batallones Amaiur y Araba, condenado a doce años y un día por «auxilio a la rebelión», fue uno de los sacerdotes y religiosos vascos presos en Dueñas (Palencia) desde el 17 de octubre de 1938. En su libro “Odisea en cinco tiempos”, refiere el canallesco comportamiento del ahora santo, a quien apodaban «el Potoloncio», en razón a su grosor y altura.
Entre los presos se hallaban el párroco de Elorrio, Juan Izurrategui, y el coadjutor Larrañaga, a quienes el obispo conocía porque solía tomar las aguas en el balneario de esa localidad. Izurrategui, de 78 años, estaba muy enfermo; murió acostado sobre tres tablas sostenidas por dos poyales bajos de hierro. El ahora santo nada hizo por él; y eso que el lema –sacado de los Salmos–, que eligió para su episcopado, y figuraba en su escudo, era “Sustinui qui consolaretur”.
Se implicó personalmente en la tramitación de expedientes de depuración de maestros y maestras en la provincia de Palencia. Incluso una vez finalizada la guerra era contrario al perdón y la reconciliación. El fervor franquista del nuevo santo y su «belicosidad pastoral» durante la guerra, no fueron óbice para subirlo a los altares.
Marcelino Olaechea, que fue obispo de Iruñea (1936-1946) también apoyó el Alzamiento y tuvo una actitud pusilánime y lacayuna con el nuevo Régimen; sin embargo, en su alocución pastoral del 15 de noviembre de 1936, pidió que cesara la matanza de presos «rojos» («¡Perdón, perdón! ¡Sacrosanta ley del perdón! ¡No más sangre! ¡No más sangre!»). Cosa que no hizo San Manuel González (ni tampoco Bergoglio en tiempos de Videla).
Ayer tuve el gran consuelo de distribuir en Medina de Rioseco (antes muy frío y con muchos rojos) 2.500 comuniones y más de 1.000 confirmaciones, el pueblo consta de 4.000 almas. ¡Qué buen misionero es Fray Palo!», escribía el ahora santo al primado de España, el cardenal Gomá. En el citado municipio fusilaron alrededor de 200 personas, el 5% de la población. A eso llamaba «Fray Palo» el «santo» obispo González; en Dueñas, donde se retiraba a menudo al monasterio de la Trapa, los franquistas mataron a treinta mujeres y cerca de ochenta hombres.
Monseñor Olaechea salvó a varios de ser ejecutados. Me consta que intercedió con éxito ante Franco para impedir que se fusilase a un preso de ANV –de Barakaldo como él, aunque no le conocía de nada–, sobre quien pesaban graves acusaciones (falsas) y había sido condenado a muerte. Del obispo González no hay referencias a este tenor (tampoco de Bergoglio); es más, hay testimonios en contrario.
La maestra Ubaldina García Díaz fue detenida en la capital palentina por unos falangistas el martes 1 de septiembre de 1936, cuando en compañía de su hija asistía a una misa de acción de gracias, y la trasladaron al Gobierno Civil. La hija y el padre de Ubaldina, en compañía del Delegado de Estadística, acudieron al Obispado para que intercediese por la maestra católica: «No haré nada por salvar a una mujer roja», fue la respuesta del prelado, ahora «santo». Ubaldina fue asesinada por los falangistas el día 6 de septiembre en Quintana del Puente.
Por sentencia 71/2016 del Juzgado de lo Contencioso Administrativo número 1 de Palencia, en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, se impuso al Ayuntamiento castellano la obligación de proceder al cambio de nombre en una serie de calles, entre ellas la titulada Obispo Manuel González. El consistorio decidió que pasara a llamarse Vera Cruz.
El antiliberalismo decimonónico de Pío IX sigue inspirando a la jerarquía. En septiembre de 2016 la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española emitió una declaración «de acción de gracias a Dios» por la canonización del Beato Manuel González García; en ella afirmaban que «la vida y obra del nuevo Santo Obispo español, centradas en la Eucaristía, constituyen un modelo para la Iglesia y para nuestro tiempo».
Tras la elección del Papa actual se dijo que era «un soplo de aire fresco para la Iglesia». Recuerdo que lo mismo se expresó cuando sus predecesores ocuparon la cátedra de San Pedro. Qué frescura.

NAIZ