F (r) icciones de pareja


Desde la mitología griega hasta hoy, de los amores de Helena de Troya con Paris a los de Lisbeth Salander con Mikael Blomkvist en la exitosa trilogía de Stieg Larsson, las relaciones de pareja han protagonizado miles y miles de páginas de la literatura universal. Incontables ficciones que, obra a obra, siglo a siglo, han sido también un reflejo de los tiempos en los que fueron escritas. Narraciones que nos cuentan historias personales, de éxitos y fracasos, de locuras de amor, de sentimientos correspondidos o rechazados; pero también, a través de estas historias, el retrato de un mundo cambiante en el que las mujeres han ido reclamando progresivamente su protagonismo

Si la realidad supera tantas veces la ficción, la cotidianidad es un tesoro infinito para los narradores sedientos de historias que giran alrededor de la ordinaria locura amorosa. Empujados por una mística enternecedora, los escritores que se encuadraron dentro del romanticismo contaron las hazañas del amor desde el subjetivismo sentimental, y convirtieron a sus protagonistas en amantes de la anarquía, de la naturaleza, de lo exótico de los elementos sobrenaturales, llenando el mundo de jóvenes Werther, héroes de una inocencia cautivadora como reacción a los personajes de la literatura racionalista del XVIII. Pero a la acción, reacción, y los postulados de la literatura romántica fueron desterrados por el realismo literario, movimiento que descalifica el subjetivismo y reivindica la literatura como testimonio de una época, exigencia que obliga a contar lo cotidiano a través de personajes corrientes y cercanos. Tras las sucesivas revoluciones de 1789, 1820, 1830 y 1848, la burguesía y su ideario vital fueron haciéndose paulatinamente con el control de la cultura. El movimiento realista, plenamente burgués, utiliza los objetivos de su clase social como leitmotiv de las historias que narra a través de los deseos y desencantos de unos protagonistas aferrados a la fe del materialismo, al éxito económico y al reconocimiento social como atajo a la felicidad. Las relaciones entre los seres que cruzan esa fina línea que separa el amor yel odio se verán fuertemente afectadas por los ideales burgueses. Desaparece así el sentimentalismo y la idealización del amor, y aparecen las primeras novelas en las que la realidad de la vida conyugal se muestra con todas sus luces y sombras. Para transmitir ideas no hay nada mejor que la objetividad externa e interna, como se verá más tarde con el nacimiento de la novela psicológica.

Madame Bovary es la gran novela de Gustave Flaubert y de las primeras que ahondaron en el adulterio para analizar las desilusiones en un tiempo de esperanzas. Emma, la protagonista, vive bajo el yugo de las novelas románticas y sueña con un mundo iluminado por la pasión y el fausto. Bajo ese influjo, decide escapar de su condición de campesina casándose con el médico del pueblo, Charles Bovary. Pero las expectativas de Madame Bovary van derruyéndose poco a poco arrastradas por la monotonía de un matrimonio enraizado en las costumbres de una ciudad de provincias. A ojos de Emma, Charles es un hombre sin ambiciones, y la única manera de calmar su desasosiego y su creciente hostilidad hacia él es siendo adultera con hombres más acomodados y cosmopolitas, con los que puede hacer de sus sueños una realidad. Al final, la tragedia caerá sobre Emma Bovary. «No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí», cantaría Serrat siglo y medio más tarde. Publicada en 1857, Madame Bovary fue la primera novela de Flaubert y se vio envuelta por el escándalo al ser acusada de obra inmoral, razón por la cual autor y editor fueron llevados a juicio. Situación, con mucho menor debate público, todo sea dicho, que también tuvo que sufrir Leopoldo Alas Clarín tras la publicación de su novela La Regenta en un país, España, sin una revolución industrial comme il faut. Ana Ozores, la protagonista, también sufre del síndrome de bovarismo en la chismosa, vulgar y provinciana ciudad de Vetusta (Oviedo). Descuidada sentimentalmente por el letárgico marido Víctor Quintanar, regente de la ciudad, Ana se ve abocada al adulterio con Don Álvaro Mesía y por conciencia, a las confesiones con el magistral Don Fermín de Pas, personaje a través del cual Clarín describe las virtudes y los defectos de Vetusta. La novela, demasiado progresista para la época, fue declarada pecaminosa por la ciudad de adopción del escritor y desautorizada por el arzobispado, razón por la cual sólo pudo ser publicada en Barcelona y con un eco limitado, que únicamente los valores literarios de la obra lograrían vencer a lo largo del tiempo. Las relaciones imposibles entre parejas de ficción fueron evolucionando hacia una intransigencia más descarnada, metamorfosis en paralelo a la evolución de la mujer en la sociedad y sus conquistas sociales. Moría la mujer costilla y nacía la fémina convertida en una úlcera para todo tipo de maridos, desde infieles hasta devotos, pasando por violentos o pusilánimes.

El sin vivir de Emma Bovary, o los sufrimientos de Ana Karenina, torturada por el dilema entre el amor por el conde Alekséi Kirílovich Vronski o la fidelidad hacia su marido, Alekséi Aleksándrovich Karenin, acabarían mostrándose con el tiempo como un retrato de un valor literario impresionante, pero como crítica de una sociedad, sus valores fueron devorados por los acontecimientos del estrenado siglo XX, cuando ya se sabía de qué males tenía que morir la sociedad burguesa. Aunque como dice la frase de la novela de Lev Tolstoi Ana Karenina:»Todas las familias felices se parecen; cada familia infeliz es infeliz a su manera». El tedio, el odio, la insatisfacción, la autodestrucción o el afán de riesgo son elementos demasiado poderosos para la siempre frágil psique humana.

«Las vidas americanas no tienen segundo acto», dijo Scott Fitzgerald, refiriéndose a que la felicidad como promesa siempre desemboca en eso, en una promesa. A decir verdad, para algunos autores ninguna vida tiene segundo acto, y los matrimonios difícilmente llegan a finalizar el primer acto sin nocturnidad y alevosía. Si hay una pareja que llegó a alcanzar cotas de amor y odio inaccesibles para los mortales fue el matrimonio Fitzgerald, o lo que es lo mismo, Francis Scott y Zelda Sayre. Una novela, Alabama song, escrita por Gilles Leroy y premio Goncourt 2007, cuenta la historia de Zelda. El amor de Leroy por el escritor estadounidense le hizo descubrir la personalidad excepcional y esquizofrénica de Zelda, y exponer la cara oscura del autor de El gran Gatsby y uno de los mitos de la Generación Perdida. Zelda no era una gran escritora, pero sus textos demuestran su influencia en la novelística de Fitzgerald. Existen tantas Zeldas en las obras del autor, que la caída a los infiernos del escritor fue a la par de la destrucción mental de su mujer. Ella le sobrevivió ocho años, hasta que falleció en 1948, durante el incendio en el psiquiátrico en el que estaba internada. No sin ciertas dosis de imaginación, Leroy utiliza la voz de Zelda para tildar a Scott Fitzgerald de homosexual y de mantener relaciones con un supuesto Hemingway. Sean ciertas o no las especulaciones literarias del francés, debemos agradecer a la tormentosa relación del matrimonio una novela como Tierna es la noche. La Generación Perdida fue definida por Scott Fitzgerald como aquella generación que había encontrado «todos los dioses muertos, las guerras combatidas y la fe en el hombre destruida». Pero mientras algunos de sus miembros lograron la eternidad narrando los desastres de la Gran Depresión, los Fitzgerald alcanzaron la gloria y la destrucción ahogados por la marea de los felices años veinte, eslogan inventado por el propio escritor, tan hermoso y maldito como sus personajes.

Como la vida misma Tierna es la noche es la propia historia de los Fitzgerald, convertidos en Dick Diver, psicoanalista, y en su antigua paciente y actual esposa Nicole, glamurosa pareja que ha alquilado una villa en la Costa Azul. Ricos y triunfadores, los falsos cimientos de un matrimonio empiezan a resquebrajarse cuando admiten en el grupo a una actriz llamada Rosemary Hoyt. Es el principio del fin. Los celos descubrirán la verdad sobre los Diver. Ella es una rica heredera enamorada locamente de su marido y confesor; él es un psiquiatra con deseos de triunfar. Pero el idealismo va desapareciendo y poco a poco van sumergiéndose en la vida extravagante y superficial. Si bien Dick utiliza la frágil psicología de Nicole para escalar socialmente, al final será él el gran perdedor. La caída de Dick Diver en el alcoholismo y la autodestrucción por haberse quedado allí, en el primer acto de la vida, narcotizado por el opio del lujo, irá en paralelo al resurgimiento de Nicole. Como la vida misma. Como la propia existencia de los Fitzgerald.

El escritor murió en Hollywood en 1940, alcoholizado y malviviendo como guionista fracasado dejando como legado sus novelas y un estilo literario que sería adoptado por muchos de los autores que le siguieron. Un talento joven, natural de Columbus (Georgia), llamado Carson McCullers, irrumpió en 1940 como un ciclón con la novela El corazón es un cazador solitario. Fue el anuncio de su siguiente novela, Reflejos en un ojo dorado, historia de sexo, traición y perversión emplazada en una base militar, y en la que los protagonistas son el matrimonio formado por Leonora y el capitán Penderton, oficial del ejército torturado por su homosexualidad silenciada y los caprichos de su mujer. Ella, sexualmente insatisfecha, tiene una aventura con el comandante Morris Langdon. Profanado su honor, Penderton sufre esa situación arrastrado por los celos y por la desesperación de no ser capaz de llevar a cabo sus verdaderos deseos en esa jaula castrense. El capitán ama a uno de sus reclutas, el soldado Elgee Williams, el cual, desconocedor del secreto de Penderton, termina siendo cabeza de turco en ese juego de pasiones. Conocida la homosexualidad de la autora – famosa es su relación con la escritora y aristócrata suiza Annemarie Schwarzenbach-, McCullers dedicó sus obras a explorar personajes marginales e inadaptados, como ella se sentía. Reflejos en un ojo dorado trata la temática del adulterio a través de la mirada de varios protagonistas aplastados por los valores de una sociedad que les invita al destierro emocional. «Hay ocasiones en las que la mayor necesidad de un hombre es tener a quien amar, un punto en el que centrar su emociones difusas», escribe McCullers en la novela.

McCullers es una escritora de ese sur de los Estados Unidos del que han surgido excelsos escritores y dramaturgos que han convertido historias matrimoniales en un espejo en el que se reflejan las bajezas más cotidianas. Un autor, nieto de un rector de la iglesia episcopal y criado en el puritanismo de Columbus (Misisipi), vio como le cambiaban su nombre de Thomas Lainer por el de Tennessee tan pronto llegó a Nueva York. Estaba marcado por su acento y sus historias sureñas. Tennessee Williams triunfó en el teatro gracias al nervio de sus textos, adaptados por pluridisciplinarios de la talla de Jean Cocteau. De sus obras sobrevive en la memoria de la gente La gata sobre el tejado de zinc. Como en la obra de McCullers, Williams se desnuda en los diálogos que mantienen Brick, hijo pequeño del patriarca y vieja estrella del deporte alcoholizada, y Maggie, su mujer, la gata que aguanta sobre ese tejado tórrido las acusaciones vertidas por su marido. Brick la culpa de haber sido la causante de la muerte de Skipper, su amigo íntimo. La realidad es muy distinta. Brick se siente culpable de no haber defendido a Skipper cuando tocaba por miedo a ser acusado de homosexual. El calor del sur, la burguesía del sur, el mal humor del patriarca de la familia al que le ronda la parca sin saberlo, son demasiados elementos para que Maggie y Brick puedan vivir soportando una tapadera.

Sagan, Yates, Salter…

Es probable que sin la novela de McCullers Frankie y la boda (1946), la francesa Françoise Sagan no hubiese escrito en 1954 Buenos días tristeza con dieciocho años. El amor de Cécile por su padre Raimond hará de ella una Electra de la Francia de los cincuenta y sus sentimientos conducirán al drama más rotundo. Sagan triunfó con esa novela triste, acorde con los pensamientos de esa niña bien y despreocupada que terminará transformándose en el más melancólico de los verdugos. Huérfana de madre, tras estar interna varios años, Cecile descubre los placeres de la vida y el lujo en el París del flash y la hautecouture o bajo la suave luz de la Costa Azul. Idolatra a su padre, su mentor y su príncipe, pero la aparición de Anne, mujer equilibrada y recta, y el anuncio de la inminente boda con Raimond, hacen que los sentimientos de Cécile bailen serenamente entre el amor y el odio por su futura madrastra. Admira a Anne, pero deberá destruirla para recuperar una dolce vita en la que ella dominaba el mundo a su antojo y en el que era el centro de las atenciones de su padre. Aunque, como cabía esperar, los planes fallan y Cécile abandonará para siempre la dulce adolescencia cuando Anne y Raimond terminan dentro de un coche en el fondo de un acantilado. No hay mejor remordimiento literario que el que se torna tristeza.

Pero no existiría este artículo sin un autor, Richard Yates, y una novela, Vía revolucionaria (1961). El cine nos ha devuelto a un escritor mayúsculo y a una obra inmortal. Desaparecido en 1992, Yates vivió en el purgatorio hasta que alguien tuvo la sensatez de rescatarle del olvido. La historia del matrimonio Wheler es un retrato intemporal. Pasarán los siglos y seguirán existiendo Franks y Aprils, mujer que tiene muchas reminiscencias de Emma Bovary. Los Wheler son un matrimonio convencional, contemporáneos a los cónyuges que retrata John Irving en Una mujer difícil. Pero a Marion y Ted Cole, un matrimonio acomodado e intelectual, les ha separado la tragedia de la muerte de unos hijos adolescentes y, sin ese cordón umbilical, no hay nada que compartir. A Frank y April, en cambio, les ha separado el tedio, otro tipo de tragedia. Ambas historias, situadas en los cincuenta, logran hacer de los personajes principales un dolor para el lector. Adorada por Styron, Parker o Tennessee Williams, la novela narra las desavenencias maritales que mantienen Frank y April, incapaces de interpretar correctamente los papeles de hombre y mujer sumergidos en el american way of life, dificultad que imposibilita encontrar la fórmula con que armonicen las responsabilidades familiares y laborales como garantía de felicidad. Unas gotas de angostura, un plan para revitalizar su matrimonio mudándose a París, convertirá la formula en un veneno que llevará a April a un callejón sin salida ante la evidencia de que es imposible recuperar los sueños pedidos, y a Frank a la cobardía por el temor de hacer de París una realidad que le aparte de esa confortable cotidianidad que amaga su vulgaridad.

De la misma generación que Yates, James Salter escribió también una novela fantástica que versaba sobre la disolución de una familia en apariencia sin fisuras. Años luz es la crónica de veinte años de vida en común de Nedra y Viri Berland, acomodado matrimonio que habita en el valle del Hudson. Influenciado por la prosa de Hemingway, Miller y Gide, Salter cuenta, con una prosa lúcida, cómo va pudriéndose la idílica unión de los Berland sin que ellos se den cuenta de la gangrena. Sin sobresaltos, sin culpabilidades, los Berland pasan de la alegría a la desilusión, y de la desilusión a una invisibilidad con una sola salida de emergencia: el adulterio y el divorcio. La prematura muerte de Nedra sumirá a Viri en la derrota: el hastío venció las expectativas de un matrimonio cuyas ambiciones estaban, al final, separadas a años luz. Una historia, la de los Berland, con claras similitudes a la de Salter, como quedó reflejado en las magníficas memorias del escritor tituladas Burning the days.

El amor, al fin y al cabo, puede descubrir los páramos más oscuros de nuestro carácter. Y si no, sólo hay que pensar en Humbert, el profesor que convirtió su amor por la niña Dolores, alias Lolita, en una obsesión que acabó con el asesinato del depravado Clare Quilty. Humbert descubrió los sinuosos contornos de Lolita en una piscina, y se casó con su madre Charlotte para estar lo más cerca posible de los encantos de la muchacha. Tras el accidente mortal de Charlotte, Humbert huyó con Lolita para vivir como una pareja normal. Pero la obcecación de Humbert estaba destinada al fracaso. No tuvo en cuenta que la niña era una adolescente prosaica, muy lejos de la imagen recreada por Humbert en su cerebro enfermo, y en el amor, la prosa y la poesía están destinadas al distanciamiento, como evidenció Nabokov en Lolita,esa novela calificada en la época como pornográfica y licenciosa.

El amor puede convertirnos en viajeros errantes a nuestro pesar. Le sucede a Ricardo Somocurcio, que desde que conoció cuando era adolescente a la humilde niña mala en el barrio limeño de Miraflores no ha dejado de seguir hipnotizado su rastro por el mundo, dirigiéndose allá donde la niña mala arriba escondida tras las personalidades de Lily, Madame Arnoux, Otilia, etcétera. Una novela de aventuras o una historia de amor entre dos amantes a lo largo de medio siglo en las que la unión entre la añoranza enfermiza que empuja a Ricardo a una orgía perpetua y el inconformismo de la niña mala, nos servirán para contarnos los tumultuosos cincuenta últimos años del siglo XX. ¿Evoca la niña mala a Emma Bovary sin los encorsetamientos del XIX? Las travesuras de la niña mala demuestra que Vargas Llosa tenía a la insatisfecha Madame en sus ruegos y a la Maga de Rayuela en sus pensamientos.

El amor puede dejarnos para siempre en manos de la mujer madura. Le ocurre al quinceañero Michael Berg, el lector de Hannah Schmitz, mujer entrada en treintena. Cuando Hannah desaparece sin avisar, Michael, el personaje de la novela El lector de Bernhard Schlink, transmutará en un esclavo de las caricias perdidas y acumulará fracaso tras fracaso sentimental y un divorcio. Pasados los años, el reencuentro con Hannah será inevitable y doloroso, al descubrir que el sexo era moneda de cambio de las lecturas compartidas. Hannah es analfabeta, y su analfabetismo le posibilitó en su juventud el único trabajo al alcance de una iletrada: ser carcelera de un campo de exterminio nazi. Michael es un juguete roto desorientado entre la compasión y el rencor hacia Hannah.

Pero la vida en pareja, esa que ha jurado fidelidad hasta la muerte, tiene recodos mucho más complejos que las obsesiones de Humbert, Somocurcio o Michael. La mujer ha dejado de ser una sumisa ama de casa, y el hombre ha perdido la condición de pater familias a quien se le preparan las pantuflas cuando llega a casa. Hoy, en este siglo aturdido, hombres y mujeres llegan al hogar tras horas de trabajo, y el nido de amor se convierte a menudo en una olla a presión, una jaula incapaz de tamizar los mensajes negativos acumulados a lo largo del día. Incomunicación, necesidad de silencio, el cónyuge roba el aire que respiramos.

«¿Cómo podía uno poner en orden su vida, causar poco daño y continuar unido a otras personas?», se pregunta Martin Austin, el protagonista del cuento de Richard Ford El mujeriego, primer relato de De mujeres con hombres. Martin vive feliz con su mujer Bárbara, pero la necesidad de un delirio que haga de su vida algo que merezca la pena, le convierte en un kamikaze enamoradizo la tarde que conoce a la parisina Josephine Belliard. Josephine no le promete nada, tampoco le ofrece esperanza alguna, pero Martin es incapaz de controlar sus deseos ante un enigmático abismo. Al final, una desgracia hace que Josephine se aleje de él. Confuso, Martin se da cuenta milagrosamente de que Bárbara es la mujer de su vida. Richard Ford, el autor entre otras novelas de El periodista deportivo, es un maestro a la hora de contar la épica de las relaciones con el sexo opuesto. Maestría compartida con su gran amigo, el escritor Raymond Carver. Los cuentos de Carver versan sobre las miserias y las hazañas carentes de oropel del ser humano. En su recopilación de relatos Vidas cruzadas, el cuento ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? nos hace una aproximación a la inconsistencia del matrimonio y cómo el pasado puede pesar en el fluir de la relación. El ser humano es simple y monótono, y cuando la monotonía está en peligro, aparecen las miserias de los hombres y las mujeres que pueblan el universo sin demasiados anhelos. Lírica deconstruida Extraños en nuestra propia casa, no quedan Menelaos capaces de asaltar fortalezas como las de Troya para recuperar a Helena de los brazos de Paris. Son tiempos extraños, en los que es probable asistir al enamoramiento entre dos seres antagónicos como el periodista Mikael Blomkvist y la introspectiva hacker Lisbeth Salander en la trilogía Millennium.Su autor, Stieg Larsson, ha logrado el milagro y ha demostrado que son nuevos tiempos para una lírica deconstruida. Tanto, que es muy probable que las historias de parejas que conviven con los sentidos convulsos desaparezcan definitivamente de la ficción por tópicas, y acaben siendo sustituidas por fábulas como las del cuento de Sergi Pàmies, Sangre de nuestra sangre, en el que un matrimonio que convive feliz y enamorado se ve obligado a separarse porque la hija quiere ser como las otras niñas de su clase, hijas de padres divorciados, con los privilegios de su condición. Ser hija de unos padres que se quieren la hace sentir un ser estigmatizado y marginal. La corrupción marital tiene en la literatura a un buen aliado.

Publicado por La Vanguardia-k argitaratua