Clepsidras

El origen de los cambios horarios se relaciona con  Benjamin Franklin quien en 1784 .
Publicó una carta anónima proponiendo a los franceses madrugar para ahorrar velas y aprovechar mejor la luz del sol

Pasado mañana, día 25, es el último domingo de octubre. Así que, como de costumbre en fin de semana para atenuar desbarajustes, nos toca pasar del horario de verano al de invierno. Una vez más tendremos que atrasar nuestros relojes y nos quedaremos durante sesenta minutos “atrapados en el tiempo”. Porque, a las tres de la mañana volverán a ser oficialmente las dos.

Estos cambios, regulados en nuestro caso desde la Unión Europea, no suelen hacerse ni en África ni en Asia y apenas tienen sentido en latitudes cercanas al Ecuador, donde la duración de los días es similar en verano e invierno. Aquí los sufrimos en una búsqueda de mayor aprovechamiento de la luz solar del estío, lo que se traduce en un discutido ahorro energético y en más horas de luz para actividades al aire libre.

Su origen se relaciona con Benjamín Franklin quien en 1784, durante una estancia en Francia, publicó una carta anónima proponiendo a los franceses madrugar para ahorrar velas y aprovechar mejor la luz del sol. La idea no surtió efecto hasta 1916, cuando se puso en práctica para ahorrar carbón en la Primera Guerra Mundial. Después de la segunda Guerra Mundial se abandona su uso y no se vuelve a retomar hasta la crisis del petróleo de 1973.

Sin embargo, en algunas civilizaciones antiguas como la egipcia y la romana ya tenían diferentes escalas para medir el tiempo según la época del año. Incluso, ajustaban sus horarios al sol con mayor flexibilidad que nuestro horario de verano. En Roma, por ejemplo, la hora tertia (tercera tras el amanecer) duraba 44 minutos en invierno y 75 en verano. ¿Cómo lo conseguían? Utilizando unos relojes de agua (para uso nocturno, cuando los relojes de sol no servían) de origen egipcio llamados clepsidras.

Publicado por Gara-k argitaratua