Hemeroteca: La muerte de Lévi-Strauss

El mundo pierde al apóstol de la diversidad humana

El antropólogo que se fraguó en Brasil

El libro más conocido de Lévi-Strauss es Tristes trópicos, donde describe su encuentro en la selva amazónica con una tribu hasta entonces desconocida. El libro se publica en 1955, pero narra la estancia que hizo en el Mato Grosso entre 1935 y 1939 y en Francia se considera un clásico tanto por su valor literario y biográfico como por sus aportaciones antropológicas y etnológicas. Su primera obra fue su tesis doctoral sobre Las estructuras elementales de parentesco (1948). Pero su obra principal fueron los cuatro tomos de Mitológicas, que escribió entre 1964 y 1971.

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Lluís Uría

El etnólogo Claude Lévi-Strauss fallece en París a punto de cumplir 101 años

 

Exiliado en 1941 en EE.UU., el etnólogo francés adoptó el método estructuralista del lingüista Jakobson

Claude Lévi-Strauss abandonó el pasado fin de semana un mundo en el que ya no se reconocía, un mundo que le disgustaba. Apóstol de la diversidad del ser humano y de sus culturas, el mundo superpoblado e uniformizado de la globalización representaba para él una grave amenaza para toda esta riqueza que tanto había defendido. «Pienso en el mundo en el que estoy acabando mi existencia, no es un mundo que me guste», confesó en una de sus últimas entrevistas. El genial etnólogo francés, uno de los grandes intelectuales del siglo XX, se extinguió finalmente en su discreto domicilio de París en la noche del sábado al domingo. El próximo día 27 hubiera cumplido 101 años. Una cita que no habrá lamentado eludir: «Ami edad no se festejan los cumpleaños, cada año es un escalón en el descenso hacia la degradación física e intelectual», dijo en una ocasión.

La noticia de la muerte de Lévi-Strauss, confirmada ayer entre otras instituciones por la Academia Francesa, fue dada a conocer una vez celebrados los funerales por voluntad de la familia, que quiso de esta forma evitar la «mediatización» de las exequias. Estas se celebraron el lunes en Lignerolles en total intimidad. El propio Lévi-Strauss había evitado hace casi un año participar en el homenaje nacional que le brindó Francia con motivo de su centenario. El presidente francés, Nicolas Sarkozy, se desplazó entonces a su domicilio para cumplimentarle personalmente.

La mirada sobre el mundo y el hombre tiene un antes y un después de Claude Lévi-Strauss. Los trabajos del etnólogo francés revolucionaron las bases de la antropología y arrojaron una nueva luz sobre las llamadas civilizaciones primitivas. Los trabajos de Lévi-Strauss – en particular su obra maestra, Tristes tópicos (1955), convertida en un clásico-demostraron que las sociedades primitivas podían ser tan complejas como las desarrolladas, y que detrás de las diferencias entre unos pueblos y otros subyacían estructuras análogas. Crítico con la «arrogancia» occidental, Lévi-Strauss desmontó los prejuicios raciales sobre la superioridad de los llamados «pueblos civilizados» y en El pensamiento salvaje (1962) sostuvo que este está presente, en contra del tópico admitido hasta entonces, en todas las sociedades, en todos los seres humanos. «El pensamiento salvaje es una herencia de toda la humanidad que podemos encontrar en nosotros, pero que preferimos normalmente ir a buscar en sociedades exóticas», escribió.

Ecologista avant-la-lettre,Lévi-Strauss estudió al hombre indisolublemente asociado a la naturaleza e hizo de la defensa de la diversidad cultural y de la diversidad natural un mismo combate.

Nacido el 28 de noviembre de 1908 en Bruselas (Bélgica) en el seno de una familia judía de origen alsaciano – su padre, pintor, le transmitió el gusto por el arte-,Claude Lévi-Strauss pasó su adolescencia en París, donde cursó el bachillerato y luego estudió filosofía en la Sorbona. En 1935 obtuvo un puesto como profesor de sociología en la Universidad de São Paulo y, con 27 años, se trasladó a Brasil. Allí, en compañía de su primera mujer, Dina Dreyfus – Lévi-Strauss se casaría tres veces-,organizó y dirigió diversas expediciones etnográficas al Mato Grosso y al Amazonas, donde estudió las tribus de los indios Bororos, Caduveos y Nambikwaras. El etnólogo explicaría esta experiencia en Tristes tópicos, un libro escrito en forma de autobiografía intelectual.

En 1939, Lévi-Strauss regresaría fugazmente a París. El desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial, como a millones de personas, cambiaría de arriba abajo la vida del pensador francés y a la postre resultaría fundamental para su actividad intelectual. Exiliado en 1941 a Estados Unidos, adonde huyó de la persecución a los judíos, profesor en la New School of Social Research de Nueva York, allí conoció al lingüista Roman Jakobson, cuyo método estructuralista adoptó para estudiar a los grupos humanos.

Instalado definitivamente en París, Lévi-Strauss ingresó en 1959 en el Collège de France, donde ejercería como profesor hasta su jubilación en 1982. En 1973 se convirtió en el primer etnólogo en integrar la Academia Francesa, un reconocimiento de gran calado, aunque un tanto tardío. Celebrado en todo el mundo, acumuló numerosas distinciones, entre ellas el Premi Internacional Catalunya, otorgado en el 2005.

El presidente francés Nicolas Sarkozy rindió ayer homenaje a Lévi-Strauss, al que calificó como «uno de los más grandes etnólogos de todos los tiempos» y creador «de la antropología moderna», un hombre – subrayó-«libre de todo sectarismo y adoctrinamiento». El jefe de la diplomacia francesa, Bernard Kouchner, deploró por su parte «la pérdida de un visionario» para el que la reflexión científica «ha estado siempre marcada por una alta exigencia moral, con esta convicción tan fuertemente anclada de la igualdad y la dignidad de las culturas y los hombres». Por otro lado, la primera secretaria del Partido Socialista, Martine Aubry, remarcó que su «obra pertenece al patrimonio universal».

El profesor Philippe Descola, que sucedió a Claude Lévi-Strauss al frente del laboratorio de antropología del Collège de France, recordó que estamos ante la obra del antropólogo que ha ejercido más influencia en el siglo XX y destacó su dimensión moral «denunciando sin descanso el empobrecimiento conjunto de la diversidad de las culturas y las especies naturales».

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Roger Sansi

Muerte del hombre

La generación de Foucault y Derrida destacó los procesos de significación inconscientes

La mayoría de los filósofos postestructuralistas están muertos. Pero aún hoy, son referencias escolásticas fundamentales. Por un extraño e inquietante azar, Lévi-Strauss, el estructuralista, al que seguían y criticaban, los ha sobrevivido, llegando a los 100 años; pero ya nadie lo citaba.

La historia tiene esas cosas. Lévi-Strauss no fue sólo el antropólogo más influyente entre los antropólogos, sino también entre los filósofos del siglo pasado. Su obra fue fundamental para toda la generación de los sesenta, comenzando por Foucault y Derrida. De Lévi-Strauss, estos autores tomaron el antihumanismo: frente a la razón consciente ilustrada, Lévi-Strauss enfatizaba la importancia de los procesos de significación inconscientes, no sólo a un nivel individual, sino colectivo. Por supuesto, todos estos autores después criticaron abiertamente a Lévi-Strauss, hasta el punto de que en EE. UU. fueron promocionados con la marca de postestructuralistas. Pero incluso la marca de post – después de-nos muestra la deuda profunda de estos autores con él.

Hoy en día es un poco difícil entender el debate sobre el humanismo en aquella época. La muerte del hombre que proclamaba Foucault frecuentemente se ha reducido a la anodina crítica del hombre blanco imperialista y falocéntrico que conduce un 4×4. Por otro lado, muchos filosofastros de derechas, en Europa y EE. UU., claman por un retorno al orden, a los valores ilustrados frente a los peligros del relativismo, la inmigración, la religión y quién sabe qué otras plagas bíblicas. Puede que haya llegado el momento de revisar las raíces de los debates de las últimas décadas, y en ese sentido puede que no sea tan mala idea sacar a Lévi-Strauss del armario. Comenzando por la cuestión de la muerte del hombre. De hecho, la crítica a la teoría ilustrada de naturaleza humana se encuentra ya contenida en la tradición antropológica, desde Boas y Mauss, pero quizá encuentra en Lévi-Strauss su expresión más brillante, en particular en El pensamiento salvaje, que fue maravillosamente traducido al catalán por Martí i Pol para Edicions 62. En El pensamiento salvaje,Lévi-Strauss usa la metáfora del bricolaje para describir cómo funciona el pensamiento salvaje, o mejor, cómo funciona el pensamiento humano en general cuando no sigue el método científico, cuando no nos podemos permitir elaborar complejas teorías que luego puedan ser contrastadas en condiciones experimentales, sino que nos debemos conformar con dar sentido al mundo con los elementos y acontecimientos que encontramos sobre el terreno. El pensamiento salvaje no es irracional, sólo está pre/ determinado por su contexto de actuación, su mundo. Sólo podemos conocer el mundo a partir de los elementos que nos ha sido dado encontrar, de la historia que nos ha sido dado vivir. Y lo que hace el bricoleur es poner juntos elementos dispares para armar un entarimado que dé sentido al mundo – lo que Lévi-Strauss llamaba una estructura-.Ese entarimado es a la vez el resultado tanto de los elementos que nos vienen predeterminados como del trabajo del bricoleur, unidos por un cierto azar. Pero este azar es un azar objetivo, para usar la expresión surrealista: un azar que da sentido y organiza la experiencia. Es ahí que la metáfora del arte como forma de conocimiento adquiere una importancia particular. Y Lévi-Strauss recurre a un ejemplo que puede sorprender a una sensibilidad contemporánea: el retrato de Elizabeth de Austria, Reina de Francia, hecho por François Clouet en 1571. Lévi-Strauss se fija en particular en la gorguera de randa que, según él, nos provoca una profunda emoción estética, por su minuciosa reproducción a escala; se trata de un modelo reducido. De hecho, para Lévi-Strauss toda obra de arte sería un modelo reducido, incluso si es mayor que el original, puesto que toda obra de arte debe renunciar a alguna de las características del objeto representado, sea el volumen, textura, olor, movimiento… ¿Cuál es la virtud de la reducción para Lévi-Strauss? Primero, que nos hace el objeto inmediatamente accesible, está hecho para ser percibido, precisamente porque renuncia a ser lo mismo que el objeto. Segundo, porque está hecho por la mano del hombre: no se trata sólo de una proyección o una sombra, sino de una experiencia del objeto. En la obra de arte percibimos al mismo tiempo el objeto representado y el trabajo del artista, el mundo y el hombre, el acontecimiento y la estructura.

Pero lo que explica Lévi-Strauss va más allá de una teoría del arte. El bricolaje es una teoría de la cultura en general, de cómo construimos el mundo con los elementos y acontecimientos que encontramos por el camino, y cómo nos apropiamos de él a través de nuestro trabajo. El resultado es siempre deficiente, un modelo reducido que nos ayuda a encontrar significado e ir tirando, pero no mucho más. Está muy lejos del optimismo ilustrado, que ve en la razón pura un arma invencible para someter la naturaleza al hombre. Ahora bien, ¿podemos realmente decir que el pensamiento salvaje no es un humanismo? ¿Quién podría cuestionar que este es un modelo profundamente humano? El gran hombre ilustrado ha muerto, como decía Foucault. Pero el pequeño hombre que construye el futuro con los retazos del pasado está todavía aquí, somos todos nosotros.

R. SANSI, antropólogo en la Universidad de Londres Este artículo fue publicado en Cultura/ s (31/ XII/ 2008)

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Joan Bestard

Lévi-Strauss y el hombre desnudo

Claude Lévi-Strauss ha sido el antropólogo más influyente de nuestra era. Vivió exactamente 100 años y su vida es un claro testimonio del siglo XX. Inició su carrera como etnólogo en 1935 estudiando los indios bororo y nambikwara de Brasil. Gracias a sus excelentes memorias, Tristes trópicos, estos nombres, antaño absolutamente desconocidos, son ahora familiares a cualquier lector occidental.

El análisis de unos pueblos al margen de la civilización occidental permitía comprender el malestar causado por nuestra cultura a unas poblaciones que habían tenido un modo de vida y de pensamiento original.

Claude Lévi-Strauss dedicó toda su larga vida a restablecer la dignidad intelectual de un modo de vida a punto de desaparecer. Basta citar sus libros, El pensamiento salvaje y, sobre todo, los cuatro volúmenes de las Mitológicas, para darnos cuenta de la envergadura del proyecto. Se trataba de buscar la originalidad de una forma de pensar que se define al margen de nuestro pensamiento occidental centrado en la escritura y la racionalidad. La figura del bricoleur surrealista era la mejor manera de acercarse a este pensamiento de formas sensibles. Claude Lévi-Strauss siempre hizo esta aproximación con rigurosidad de científico introduciendo los métodos de la lingüística estructural al análisis de los fenómenos culturales propios de la disciplina de la antropología. Para Lévi-Strauss el motor del sentido humano era la diferencia y el contraste. Por ello ha sido tan importante el análisis de otros modos de vida; sin ellos desaparece el sentido.

La destrucción simultánea de las diferencias culturales y de la diversidad natural nos acerca a la entropía. Sin diferencias ni diversidad desaparece lo que es más genuino de la especie humana, la cultura. Este fue el mensaje que Lévi-Strauss expresaba brillantemente en el último volumen de las Mitológicas y que fue repitiendo muchas veces de formas diferentes. La última vez que yo recuerdo haber oído este mensaje de su voz fue en el discurso de recepción del Premi Internacional Catalunya que le ofreció la Generalitat en el 2005.

J. BESTARD, catedrático de Antropología Cultural de la Universidad de Barcelona

El mundo pierde al apóstol de la diversidad humana (cont.)

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Veronique Mortaigne

Muere Claude Levi-Strauss a los 100 años. Una entrevista de 2005

«Este mundo ya no es el mío»

Con ocasión del fallecimiento del gran antropólogo francés, rescatamos esta entrevista de marzo de 2005.

Referente para varias generaciones de intelectuales, ya próximo a cumplir un siglo, Claude Lévi-Strauss repasa aquí los años que pasó en Brasil, cuando realizó los estudios etnográficos que marcaron el rumbo de la antropología estructural. En la charla aparecen el impacto colosal de la «selva virgen» y de la formación urbana, así como los cambios que sufrió nuestra relación con los pueblos «primitivos», con sus ritos y su cultura.

¿Es posible quedar marcado físicamente y para siempre por un país?

Sin duda. Cuando yo fui a Brasil, en 1935, para enseñar sociología en la Universidad de San Pablo, mi primer impacto fue la naturaleza, tal como todavía era posible contemplarla sobre las pendientes de la Serra do Mar, entre San Pablo y el puerto de Santos. Allí existía un desnivel de 800 metros tan abrupto que la civilización había desdeñado el lugar en beneficio de la selva virgen. Al desembarcar en Santos se tenía un contacto breve pero inmediato con lo que el Brasil del interior, a miles de kilómetros de allí, todavía podía reservar. En el interior me encontré de nuevo con una naturaleza absolutamente distinta de la que había conocido… Pero hay otra dimensión a la que no siempre se le presta atención y que para mí fue fundamental: el fenómeno urbano. En 1935 decían que se construía una casa por hora en San Pablo. Había una compañía británica que abría los territorios al oeste del Estado y construía una línea de ferrocarril y urbanizaba una ciudad cada quince kilómetros. En esa época, uno de los grandes privilegios de Brasil era poder asistir, de manera casi experimental, a la formación de ese fantástico fenómeno humano que es una ciudad.

¿Toda ciudad?

En nuestro país, la ciudad es a veces sin duda el resultado de una decisión del Estado, pero sobre todo de millones de pequeñas iniciativas individuales tomadas a lo largo de los siglos. En el Brasil de los años 30 se podía observar cómo se producía todo el proceso en unos años. Como yo ejercía la etnografía, los indios fueron para mí esenciales, pero esa experiencia urbana ocupó un lugar muy importante, y los dos Brasil coexistían. Novelistas como Euclides da Cunha —autor del clásico Os SertÉes — describieron magníficamente a ese Brasil. También conocí muy bien a Mario de Andrade: musicólogo, poeta, fundador de la Sociedad de etnografía y folklore de Brasil. Fuimos muy amigos.

De Andrade había imaginado con mucho humor, en su novela «Macunaima», a un indio de Amazonas mentiroso y haragán, convertido por su matrimonio en emperador de la selva virgen, que terminaba recalando en San Pablo para recuperar un amuleto antes de ser transformado en constelación: la Osa Mayor. Ese espíritu indígena, ese vínculo entre ciudad, selva y mito, ¿perdura? ¿Siguió su rastro?

Sigo la evolución de los indígenas que había estudiado a través del pensamiento, y gracias a mis colegas mucho más jóvenes, sobre todo de la universidad de Cuiaba, en el Mato Grosso, que trabajan con los Nambikwaras. Me escriben, me envían sus trabajos. Esos pueblos han soportado pruebas terribles: han sido casi exterminados. Pero lo que se produce actualmente es de sumo interés. Estos pueblos se han puesto en contacto unos con otros. Saben ahora lo que durante mucho tiempo ignoraron: ya no están solos en el universo. En Nueva Zelanda, Australia o Melanesia existe gente que, en épocas diferentes, pasó por las mismas pruebas. Toman consciencia entonces de su posición común en el mundo. Naturalmente, la etnografía ya no será nunca lo que yo pude practicar en mi época, cuando la cuestión era encontrar testimonios de las creencias, de formaciones sociales, de instituciones nacidas en total aislamiento respecto de las nuestras y que constituían por lo tanto aportes irreemplazables al patrimonio de la humanidad. Ahora, estamos, por así decirlo, en un régimen de «compenetración mutua». Vamos hacia una civilización a escala mundial. En la que probablemente aparecerán diferencias —al menos, eso esperemos— pero que ya no serán de igual naturaleza.

La rapidez de desplazamiento, la velocidad de propagación de las culturas, la comunicación, son factores determinantes…

Antes mis colegas y yo nos tomábamos barcos mixtos que después de muchas escalas tardaban diecinueve días en llegar a América del Sur, deteniéndose en las costas españolas, argelinas, africanas. De África, dicho sea de paso, solamente conozco las escalas que hice en los viajes a Brasil ida y vuelta.

¿Qué significa hoy Brasil para usted?

Representa la experiencia más importante de mi vida por el alejamiento, por el contraste, pero también porque determinó mi carrera. Tengo una deuda muy profunda con ese país. Abandoné Brasil a comienzos del año 39 y recién volví brevemente en 1985, cuando acompañé al presidente Mitterrand para una visita de Estado de cinco días. Aunque fue muy corto, ese viaje me produjo una verdadera revolución mental: Brasil se había convertido en un país totalmente distinto. En los 30, San Pablo tenía apenas un millón de habitantes y en 1985, más de diez millones. Los vestigios de la época colonial habían desaparecido. San Pablo se había transformado en una ciudad bastante horrorosa, erizada de rascacielos, a tal punto que cuando quise volver a ver, no la casa donde había vivido —seguramente ya no existía— sino la calle donde había vivido, pasé la mañana bloqueado en embotellamientos sin poder llegar. La urbanización hizo desaparecer su naturaleza; el río Tietè, que fue fundamental en la conquista del interior de Brasil, está moribundo…

Ese relajamiento de los vínculos entre el hombre y la naturaleza ¿no es característico de nuestra época?

Ya en mi tiempo, la naturaleza de San Pablo había cambiado mucho. El vínculo entre el hombre y la naturaleza quizá se haya roto y, al mismo tiempo, se puede comprender que Brasil, desarrollado tan notablemente, tenga respecto de la naturaleza la misma política que Europa en la Edad Media: destruirla para instalar una agricultura.

¿Volvió a ver a sus amigos, los indios Caduveos, Bororos o Nambikwaras, que usted había estudiado?

En 1985, Brasilia era una de las etapas del viaje presidencial. El diario O Estado de Sao Paulo me propuso llevarme a ver a los Bororos, un viaje que me había costado mucho en 1935, pero que, en avión, se podía hacer en unas horas. Subimos una mañana a una avioneta que transportaba solamente tres pasajeros: mi mujer, una colega brasileña y yo. El avión voló sobre los territorios Bororos, pudimos incluso divisar algunas aldeas todavía con su estructura circular, pero cada una tenía ahora una pista de aterrizaje. Y después de sobrevolarlas, el piloto nos dijo: Podría aterrizar, pero las pistas son tan cortas que tal vez no pueda volver a despegar. Renunciamos y regresamos a Brasilia atravesando una tormenta espantosa. Creo que nuestra vida nunca se había visto tan expuesta, ni siquiera en la época de mis expediciones. Llegamos apenas a tiempo para que mi mujer se pusiera un vestido de fiesta y yo un smoking para asistir a la cena de gala ofrecida por el presidente de Brasil a Mitterrand. Todo eso mostraba hasta qué punto había cambiado el país. No volví a ver a los Bororos en carne y hueso, pero sobrevolé el Bermejo, un afluente del Paraguay que me había llevado varios días remontar en piragua, y que ahora está bordeado por una ruta asfaltada.

La fotografía, a la que se ha dedicado con entusiasmo, ¿puede fijar esos mundos perdidos?

Nunca le di mucha importancia a la fotografía. Tomaba fotos porque era necesario, pero siempre con la sensación de que representaba una pérdida de tiempo, una pérdida de atención. Sin embargo, me gustaba mucho y me dediqué a la fotografía en mi adolescencia. Mi padre era pintor y trabajaba mucho con la fotografía. Pero la fotografía era un oficio aparte, por así decirlo. Lo que yo hice es un trabajo de fotógrafo en el grado cero. Publiqué un libro de fotos — Saudades do Brasil , que podría traducirse Nostalgia de Brasil, en 1994— porque a mi alrededor insistieron mucho. El editor eligió un poco menos de 200 clisés entre montones de otros. Durante mi primera expedición a los Bororos había llevado una pequeña cámara portátil y cada tanto oprimía el botón y tomaba algunas imágenes, pero en seguida me hastié porque cuando uno tiene el ojo detrás de un objetivo de cámara no se ve lo que pasa y se comprende menos todavía. Quedaron algunas migajas que en total hacen más o menos una hora de fragmentos de películas. Las encontraron en Brasil, donde yo las había abandonado y las mostraron una vez en el Centro Pompidou. Además, voy a hacerle una confesión: las películas etnológicas me aburren enormemente.

¿Qué pasa con el Museo del Hombre, inaugurado en 1938?

El Museo del Hombre se encamina hacia un nuevo destino. Fue concebido siguiendo una fórmula muy ambiciosa pero que, en mi opinión, ya no responde a las realidades del momento. Su objeto era unir la prehistoria, la antropología física, la etnografía, que tomaron en cada caso caminos divergentes. En el caso de la etnografía, el Museo del Hombre pretendía mostrar cómo vivían aún en 1920 y 1930 los pueblos lejanos que los etnólogos iban a estudiar. Eso ya no responde al presente. Si quisiéramos mostrar cómo vive hoy una población melanesia, desconocida en 1930, habría que poner en la vitrina bolsas de café y autos Toyota junto a algunos utensilios tradicionales. Y sería una imagen mentirosa. La idea general del futuro museo del Quai Branly es recoger todo lo que estas civilizaciones han producido de grande y bello, teniendo en cuenta que son testimonios del pasado. Eso responde bien a la relación que esas civilizaciones pueden y deben mantener con su pasado, y a la que podemos mantener hoy con ellas.

¿Es posible que un objeto sacado de su contexto ritual, comunitario, conserve su sentido?

Una máscara que tiene una función ritual es también una obra de arte. El enfoque estético no me inquieta en absoluto. El Museo del Louvre es ante todo un museo de bellas artes. Tiene, por lo tanto, un espíritu, una función estetizantes. Nunca impidió que la historia o la sociología del arte se desarrollaran, ni que los conservadores de ese museo fueran muy buenos estudiosos. El hecho de suscitar el interés o la emoción del público a través de objetos bellos no me preocupa para nada. La estética es una de las vías que le permitirá descubrir las civilizaciones que los produjeron. Y así algunos se convertirán en historiadores, observadores, estudiosos que se dedicarán a esas civilizaciones.

Usted coleccionó objetos y llegó a comparar los mitos, tema de sus investigaciones, con «objetos muy bellos que no nos cansamos de contemplar». ¿Todavía le encantan?

Siempre he amado los objetos, desde la infancia, el baratillo. En un tiempo, los objetos que llamábamos primitivos eran accesibles a los bolsillos modestos. Con André Breton, por ejemplo, cuando estábamos en Estados Unidos, sabíamos que esos objetos eran tan bellos como los de otras civilizaciones; y que podíamos comprarlos por casi nada. Todos los objetos ahora tienen un precio tan alto que lo único que se puede hacer es mirarlos de lejos sin pensar en tenerlos. Si las condiciones se hubieran mantenido, seguramente seguiría coleccionando. En 1950, tuve problemas personales y a toda costa tenía que comprar un departamento. Tuve que separarme de mi colección. Hoy veo pasar objetos que me pertenecieron. El Quai Branly compró el extremo superior de un tocado de indio de la costa noroeste de Canadá que se encontraba, no sé cómo, en una colección en la provincia. En el Louvre hay una máscara de transformación kwaktiul. También se podrán ver objetos que reuní para el Museo del Hombre durante mis expediciones; sufrieron mucho durante la guerra y luego por las malas condiciones de calefacción. Los tocados de plumas se arruinaron mucho. Las plumas estaban pegadas con resina o cera y en la época que yo traía mis colecciones, pensaban que debía inundar mis cajas con un desinfectante cuyos vapores disuelven esas resinas.

Usted es melómano. Su libro «Mitológicas» arranca con una obertura y cierra con una finale. En «Lo crudo y lo cocido», el primero de los cuatro volúmenes de «Mitológicas», comienza recitando un canto Bororo: la melodía del buscador de pájaros. ¿Analizó su música?

No, para nada, no soy etnomusicólogo; no estudié sus cantos. En algunos casos me impresionaron, en otros me emocionaron. Por otra parte, una de mis primeras emociones fue la de las ceremonias que se desarrollaban cuando conocí a los Bororos. Acompañaban sus cantos con sonajeros que manipulaban con tanto virtuosismo como un director de orquesta su batuta. Hace unos meses recibí la visita de dos indios Bororos que acompañaban a dos investigadores de la universidad de Campo Grande del Mato Grosso, donde ellos mismos enseñan. Quisieron, en mi oficina del Collège de France, por su propia iniciativa, cantar y bailar para mí. Esa es una de las paradojas en las que vivimos: esos colegas Bororos conservaban toda la frescura y autenticidad de una música que yo había escuchado sesenta años antes. Fue muy emocionante. La música es el misterio más grande que enfrentamos. La música popular brasileña de mi tiempo era, además, sumamente sabrosa.

¿Qué diría del futuro?

No me pregunte nada de eso. Estamos en un mundo al que ya no pertenezco. El que conocí y amé tenía 1.500 millones de habitantes. El mundo actual tiene 6 mil millones de humanos. Ya no es el mío. Y el de mañana, poblado por 9 mil millones de hombres y mujeres —aunque se trate de un pico de población, como nos dicen para consolarnos— me impide cualquier predicción…

* Lévi-Strauss

BRUSELAS, 1908 ANTROPOLOGO

Desde «Las estructuras elementales del parentesco» (1949) hasta «Mirar Escuchar Leer» (1993), Claude Lévi- Strauss ha conseguido situarse como figura central de lo que se conoce como antropología estructural, o «estructuralismo» francés, que aún hoy influye en todas las ramas de las humanidades, tanto en su abordaje como en su enfoque temático. Formado en leyes y filosofía en La Sorbona, Levi-Strauss encontró en Jean- Jaques Rousseau la base de su propia obra. La transición de lo animal a lo humano, desde el estado de naturaleza hasta el de cultura, ha sido central en sus estudios antropológicos, que toman como eje las estructuras del parentesco y el mito. Sus primeros estudios etnográficos, realizados en Brasil, entre 1935 y 1939, inspiraron su obra «Tristes trópicos» (1955). En «Mitológicas I-IV» (1964-1973) analiza cientos de mitos indígenas e intenta revelar los sistemas subyacentes. Severa crítica del estructuralismo, la escuela empirista anglosajona ha objetado la imposibilidad que tiene su método de verificar independientemente las estructuras decodificadas.

Fuente: http://www.ddooss.org/articulos/entrevistas/Claude_Levi_Strauss.htm

Publicado por Rebelión-k argitaratua

Silvina Friera

A los 100 años, murio Claude Levi-Strauss

“La humanidad se dispone a producir civilización en masa”

Imposible sintetizar su legado en algunas líneas. Capaz de estudiar a Marx y Freud y luego internarse en la selva amazónica, el filósofo francés llevó a las alturas su gusto por las ideas, que lo condujo a explorar el conocimiento con auténtica pasión.

El maestro de cara angulosa y ojos pequeños, que odiaba los viajes y a los exploradores, hizo escuela. Enseñó nada más ni nada menos que a mirar contemplando lo remoto como ordinario y sorprendiéndose ante lo cotidiano. El valor de la pluralidad humana y la necesidad de defenderla, el estudio de los fenómenos sociales y culturales, enfocados en los mitos, fueron la espina dorsal de sus reflexiones, de su escritura traviesamente literaria, que incita a preguntarse si no será uno de los grandes autores de la literatura francesa. Las hipótesis y conjeturas, se sabe, las responde, cuando puede, el tiempo. Anticiparse y definirlo como escritor también, ahora que se multiplicarán las alabanzas al “sabio del siglo XX”, sería una empresa probablemente destinada al fracaso. El antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, uno de los intelectuales más relevantes del siglo XX y padre del enfoque estructuralista de las ciencias sociales, que influyó de manera decisiva en la filosofía, la sociología, la historia y la teoría literaria –y hasta bien podría ser tenido como uno de los precursores de la ecología, en el más amplio de los sentidos–, murió el viernes pasado a los 100 años, según informó ayer la editorial Plon. En uno de sus libros más celebrados, Tristes trópicos, de 1955, escribió una de esas frases que suelen dar mucha tela para cortar, más allá de la coyuntura en la que fue pensada: “La humanidad se instala en la monocultura; se dispone a producir civilización en masa, como cultiva la remolacha”.

Este sabio longevo, que nació en Bruselas en 1908, estudió filosofía en la Sorbona, porque su gusto por las ideas era “lo que menos dificultades me planteaba”, como dijo. Leyó a Marx durante sus años de estudiante y militó en la SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera) a fines de la década del 20. Otra de las grandes revelaciones intelectuales de su vida fue Sigmund Freud, quien le enseñó que “incluso lo que se presentaba bajo los aspectos más irracionales, los más absurdos, los más chocantes, podían ocultar una racionalidad secreta”. Las influencias no se detienen en estos dos titanes. Lévi-Strauss fue hijo intelectual de Emile Durkheim y de Marcel Mauss; se interesó en la lingüística de Ferdinand de Saussure y Roman Jakobson y el formalismo de Vladimir Propp. Y más allá de los nombres que conforman esta suerte de breve retrato de sus lecturas capitales, además era un apasionado de la música, la geología, la botánica y la astronomía.

El telefonazo

Su vocación nació, como le gustaba contar, de un telefonazo. Marcel Mauss y su equipo estaban buscando, entre los licenciados en Filosofía, gente que quisiera trabajar en el recién creado Departamento de Etnografía, una ciencia que acababa de adquirir rango universitario y que hasta entonces había dependido de misioneros y administradores coloniales. “Yo hacía sólo dos años que ejercía como profesor de Filosofía, en Mont-de-Marsan y en Laon, en 1932 y 1933. El primer año es apasionante, tienes que construirte todo un programa, pero los cursos siguientes te limitas a retocarlo. Estaba claro que no era eso lo que iba a dar sentido a mi vida. Tenía ganas de descubrir el mundo. Y de ahí que aceptase un puesto en la universidad de San Pablo y comenzase mis viajes de etnólogo.” Lévi-Strauss tenía 27 años cuando abandonó la confortable vida académica francesa para meter las patas en el barro del Mato Grosso y la selva amazónica brasileña. Esa prolongada estancia con los indios del Amazonas marcaría a fuego la identidad de este hombre que vivió en Brasil entre 1935 y 1939. ¿Qué encuentra el antropólogo en esa sociedad humana “reducida a su expresión básica”? Lo que el zoom de su mirada acerca, lo que enfoca con una precisión hasta entonces desconocida, son las fauces del colonialismo y cómo el viejo “buen salvaje” de Rousseau deviene en desechos del progreso industrial europeo.

“El viaje del etnógrafo tiene muy poco que ver con la aventura romántica que pude imaginarme antes de marchar hacia Brasil”, confesó el antropólogo muchos años después de aquella emblemática experiencia. En esa región selvática se encontró al “Otro”, a los indios, a hombres “sin Historia”, que lo iniciaron en otra manera de pensar, donde el mito juega un papel más importante que la razón. Partiendo de los indígenas Bororo, Nambikwara y Tupi Kawahib de Brasil, Lévi-Strauss comenzó su gigantesca investigación sobre la mitología de los indígenas del continente. “He sido siempre un americanista a causa de la impresión imborrable provocada en mí por el Nuevo Mundo, a lo que se agrega el trastorno, que dura aún, causado por mi contacto con una naturaleza virgen y grandiosa”, escribió. “Creo que ningún otro continente necesita tanta imaginación para estudiarlo”, aseguró el pensador e investigador, que plasmó posteriormente esta visión en ese curioso y paradigmático artefacto narrativo que es Tristes trópicos, modelado con la arcilla de la escritura literaria. Cerca de la frontera con Bolivia, precisaba en el libro, se cruzó con los Tupi Kawahib. El intento de comunicación fue frustrado por la imposibilidad de entablar un diálogo. Imposible sortear la muralla que levantaba la lengua. “Estaban realmente dispuestos a enseñarme sus costumbres y creencias, pero yo nada sabía de su lengua. Estaban tan cerca de mí como una imagen vista en un espejo. Los podía tocar pero no podía entenderlos. Allí tuve mi recompensa y al mismo tiempo mi castigo, pues, ¿no consistía mi error, y el de mi profesión, en creer que los hombres no son siempre hombres? ¿En pensar que algunos merecen más nuestro interés y atención porque en sus maneras hay algo que nos asombra?”

La transformación radical que él iniciaría en la etnología contemporánea consistió en elaborar un método original que mezclaba las aguas del estructuralismo y el psicoanálisis a la hora de interpretar los mitos; método que el antropólogo francés utilizó para estudiar la organización social de las tribus de Brasil y la de los indios del norte y sur de América. Tres bloques de hormigón constituyen las aportaciones que puso sobre el tapete de las ciencias sociales: la teoría de la alianza, los procesos mentales del conocimiento humano y la estructura de los mitos.

La teoría de la alianza plantea que el parentesco está más vinculado con la alianza entre dos familias por matrimonio respectivo entre sus miembros que con la ascendencia de un antepasado común. El autor de Las estructuras elementales de parentesco astilló la distinción entre pensamiento “primitivo” y “civilizado”; la mente humana organiza el conocimiento en parejas binarias y opuestas que se “modulan” de acuerdo con la lógica. El mito y la ciencia, entonces, están estructurados por pares de opuestos relacionados lógicamente.

El mito de la nostalgia

Una de las críticas que tuvo en su momento cierto predicamento acusaba a Lévi-Strauss de mirar con nostalgia las sociedades que producen mitos, que tienen estructuras de parentesco sofisticadas, pero totalmente ajenas al cambio, conservadoras y cerradas en sí mismas. Esta lectura, para muchos errática y reduccionista del más complejo pensamiento del antropólogo francés, ocasionó que en su momento se interpretara que la antropología debía dedicarse al estudio de las sociedades arcaicas, “sin historia”, cuando, en rigor, el autor de libros fundamentales como El pensamiento salvaje (1962) y su monumental Mitológicas (cuatro tomos publicados entre 1964-1971) siempre se interesó por la estructura en el porvenir. La concepción del tiempo en las sociedades modernas se ubica en el horizonte del progreso, mientras que las sociedades que él estudiaba conservaron una sabiduría particular que las impulsaba a resistir cualquier modificación de su estructura resistiendo la idea de progreso. En este nudo se afincaba el reproche hacia la nostalgia que cultivaba el pensador francés.

Luego de su inmersión por la selva amazónica y su trabajo como profesor en la universidad de San Pablo, volvió a Francia en vísperas de la Segunda Guerra Mundial y estuvo movilizado como oficial entre 1939 y 1940, pero fue dado de baja por su origen judío. Escapó de la ocupación nazi y se instaló en Estados Unidos, donde impartió clases en la New School for Social Research de Nueva York, ciudad en la que conoció y trató al lingüista Roman Jakobson, cuya obra fue fundamental para la evolución de sus ideas. A su regreso a Francia, fue sudirector del Museo del Hombre de París, enseñó en el Collège de France, desde 1959 hasta su jubilación en 1982; y en 1973 se convirtió en el primer antropólogo en ingresar a la Academia Francesa. A Lévi-Strauss le gustaba bromear y afirmar que había descubierto el estructuralismo antes de leer. “El secreto del estructuralismo creo haberlo intuido mientras estaba en el frente, en la Línea Maginot, como oficial de enlace que esperaba servir de intérprete a las tropas británicas. Allí, mientras esperábamos una batalla que no comenzaba, pude observar con detalle cómo, detrás del aparente azar de la belleza ondeante de un campo lleno de flores, estaba una organización estricta de cada una de ellas”, explicaba. “Luego, en Nueva York, el encuentro con Roman Jakobson fue definitivo. Me reveló que era estructuralista sin saberlo.” Catherine Clément, filósofa y especialista en la obra del antropólogo francés, recuerda la irritación del etnólogo al descubrir, en casa de ella, sus libros puestos en el mismo estante que los de Michel Foucault, Roland Barthes, Louis Althusser o Jacques Lacan. “Los únicos estructuralistas al lado de los cuales acepto figurar son Emile Benveniste y Georges Dumezil”, aclaró Lévi-Strauss.

La frontera de la humanidad

“Demasiado cientificista”, sentenciaron al estructuralismo muchos filósofos. “Demasiado filosófico”, protestaron muchos científicos. Algunos con mayor o menor ironía vieron en Lévi-Strauss a una suerte de mago que no dejaba de sacar de su galera estructuras por todos lados. A otros les resultó imperdonable que el antropólogo planteara preguntas que supuestamente no respondía al pie de la letra de lo que otros esperaban. “Al estructuralismo se le reprochó ser antihumanista y eso es parcialmente cierto”, admitía. “Es imposible para un etnólogo no tomar en consideración la destrucción sistemática y monstruosa que los occidentales hemos hecho de las culturas distintas de la nuestra desde, como mínimo, 1492. No es posible separar o aislar esa condena de la destrucción de la que hoy son víctimas especies animales y vegetales, y todo eso en nombre de un humanismo que situó al hombre como rey y señor del mundo. La definición que el humanismo clásico hace del hombre es muy estrecha, lo presenta como un ser pensante en vez de tratarlo como un ser viviente y el resultado es que la frontera donde se acaba la humanidad está demasiado cerca del propio hombre.”

Lévi-Strauss reconocía que el escepticismo llega con la edad. “El espectáculo que ofrece la ciencia contemporánea invita a ello. Durante el siglo XX esa ciencia ha progresado mucho más que en todos los siglos anteriores, una aceleración enorme en la producción de conocimientos y, al mismo tiempo, ese progreso vertiginoso nos abre abismos insondables, cada descubrimiento nos plantea diez enigmas, de manera que el esfuerzo humano está abocado al fracaso. Pero está bien que sea así.” Ese escepticismo se profundizó en una de las últimas entrevistas que concedió, en 2005, en la que pronosticaba que “vamos hacia una civilización de escala mundial en la que probablemente aparecerán diferencias”. “Estamos en un mundo al que yo ya no pertenezco. El que yo he conocido, el que he amado, tenía 1500 millones de habitantes. El mundo actual tiene 6000 millones de humanos. Ya no es el mío.”

El mundo cultural francés cayó rendido a sus pies el año pasado cuando celebró los 100 años de su “hijo más ilustre”. Suplementos especiales, documentales, exposiciones y reediciones de sus libros proliferaron en lo que bien podría haber sido declarado el año Lévi-Strauss. La crítica literaria, el psicoanálisis, la lingüística, la historia, la filosofía llevan medio siglo dialogando con él. Incluso contra él, sin que ninguna haya podido esquivar el influjo de este “pensador salvaje”. “¿Para qué sirve actuar, si el pensamiento que guía la acción conduce al descubrimiento de la ausencia de sentido?”, se preguntó en Tristes trópicos. “Simplemente he aspirado a dar cuenta de fenómenos múltiples y complicadísimos de una manera más económica, y más satisfactoria para el intelecto que todo lo hecho anteriormente. Pero con la certeza de que este estadio es provisorio y que otros, mejores, lo sucederán”, reflexionaba el antropólogo. El legado de Lévi-Strauss se podría sintetizar, si esto fuera posible en apretadas líneas, en su ponderación de que el saber científico avanza, a paso inseguro, bajo el látigo de la contención y la duda.

Publicado por Página 12-k argitaratua

Salvador Giner

‘El final de una era’

La desaparición de Claude Lévi-Strauss cierra la era de la antropología clásica, que se extiende desde los tiempos de Bronislaw Malinowski hasta hoy. Cultivador de una etnología y de una antropología cultural estrechamente vinculadas a la sociología, la aportación de Lévi-Strauss ha sido decisiva al introducir un sistema de interpretación de los lenguajes de los pueblos llamados primitivos basado en oposiciones binarias. Con motivo de la concesión, en el 2005, del Premi Internacional Catalunya en la Academia Francesa, Lévi-Strauss reconoció su enorme deuda a la lógica y a la ciencia de Ramon Llull por su forma de incorporar este lenguaje en el estudio de las sociedades arcaicas y en estado supuestamente salvaje.

Autor de un best-seller antropológico, Tristes trópicos –el diario de un investigador de Brasil, armado solo con un lápiz y un bloc–, Lévi-Strauss, profundamente preocupado por la destrucción amazónica mucho antes de que el mundo se diera cuenta del desastre, también ha atraído la atención de un público sensibilizado por lo que sucede con la naturaleza y el ambiente.

Sus trabajos técnicos y científicos requieren gran disciplina y conocimiento profesional, pero Tristes trópicos ha sido un hito importantísimo en el arte de ponernos al alcance la empresa intelectual y humana de la ciencia social. No existe ningún Nobel para la etnología, la sociología, la ciencia política y la antropología social. Tal vez no haga falta lamentarlo, si uno piensa en algunos premiados en otras disciplinas, la economía incluida. Si hubiera existido, el candidato más obvio hubiera sido siempre, Claude Lévi-Strauss.

Publicado por El Periodico de Catalunya

Elianne Ros

UN MAESTRO DE LA CIENCIA SOCIAL

Claude Lévi-Strauss, el padre de la antropología moderna, fallece a los 100 años

• Cambió la visión occidental sobre las culturas «primitivas»

• El autor de ‘Tristes trópicos’ destruyó las pretensiones científicas del racismo

El próximo 28 de noviembre habría cumplido 101 años. El antropólogo Claude Levi-Strauss, padre del estructuralismo, falleció en París –ayer trascendió su muerte el pasado fin de semana– dejando tras de sí una vida dedicada innovar el pensamiento y a cambiar la mirada de la sociedad occidental hacia las llamadas culturas «primitivas» o «salvajes».

Levi-Strauss desapareció con la discreción que le caracterizaba, en silencio, sin grandes funerales ni despedidas multitudinarias. Su muerte sorprendió a todos cuando ya se habían celebrado sus exequias en la intimidad familiar. El último gesto humildad de una gran personalidad en el plano intelectual y humano.

 

ARROGANCIA OCCIDENTAL / «Odio los viajes y los exploradores. Y aquí estoy aprestándome a relatar mis expediciones…». Así empieza Tristes trópicos (1955), la obra con la que Levi-Strauss revolucionó su época desmontando la idea de que hay sociedades superiores a otras y, en consecuencia, destruyendo las pretensiones científicas del racismo. Durante su vasta carrera, no dejó de denunciar la arrogancia occidental poniendo de relieve la complejidad y riqueza cultural de las civilizaciones consideradas inferiores. «Nada permite afirmar la superioridad o inferioridad intelectual de una raza respecto de otra», sentenció.

Nacido en Bruselas en el seno de una familia judía, a los 27 años Levi-Strauss partió a Brasil para enseñar sociología en la Universidad de Sao Paulo. De su contacto con los indios bororos y caduveos del Mato Grosso y los nambikwaras de las selva amazónica nace una inquietud por el planeta que le convertiría en precursor del ecologismo. «Los humanos se dirigen hacia una especie de envenenamiento interno», había declarado.

A su regreso a París, en 1941 tuvo que emigrar a Nueva York huyendo de la amenaza nazi. Allí conoció al lingüísta Roman Jakcobson, cuya colaboración fue determinante para el nacimiento del método estructuralista, que pone el acento en la estructura y no en el sujeto, en el todo sobre la parte. Es decir, es la sociedad la que moldea al individuo. Lévi-Strauss aplicó este sistema al conjunto de sus estudios.

 

UN PRECURSOR / En El pensamiento salvaje (1962), el antropólogo exploró los mecanismos ocultos de las culturas, defendiendo que eran igualmente complejos en las sociedades sin escritura que en las consideradas desarrolladas. En su obra, denuncia también lo que califica de «uniformización del mundo». Adelantándose de nuevo a su tiempo, predice los efectos perfersos de la globalización. «La humanidad se instala en una monocultura, se apresta a producir una civilización de masa», lamentó en una de sus raras entrevistas el hombre que escrutó la mitología y desveló el enigma del tótem.

Hace un año, el museo del Quai Branly, dedicado a las civilizaciones no occidentales, celebró el centenario del antropólogo con un homenaje al que finalmente no asistió. Pudieron verse, no obstante, su colección de arte –1.500 piezas recogidas durante sus expediciones– y las magníficas fotografías tomadas en 1930 de las tribus brasileñas.