Adoctrinamiento hacia la irrealidad

Vaya por delante que del Estatuto de Autonomía, que el PP y PSOE han querido honrar en su 30 cumpleaños, nunca fui devoto. Esa falta de devoción, en consecuencia, la hice extensible a sus instituciones y gobierno, independientemente de las filias y fobias de quienes lo ostentaran. No quisiera parecer ventajista, pero ya hace tres décadas adivinaba que el «fruto del consenso entre vascos» y el «lugar de encuentro de la sociedad vasca» iba a constituir, en consonancia con la Constitución española y sus instituciones, el redil en que ahogar nuestra soberanía perdida hace cinco siglos, manu militari. Intuir entonces que el entramado institucional y legislativo, tejido tras la muerte del dictador Franco, nos iba a atar en corto, no era difícil; más difícil se me hace hoy entender cuánto ha costado a más de uno enterarse de «lo que hay», que desde el sistema impuesto, o a través de él, no es posible alcanzar la libertad para este pueblo.

Dicho esto, a nadie podrá extrañar que, como independentista, siempre haya observado la política autonómica en las dos comunidades en que se nos divide bajo los Pirineos, con cierta desidia y hasta, en ocasiones, aburrimiento. Aun siendo pues el Estatuto fuente de frustración existencial, reconozco que, en ocasiones, me sale un ramalazo de pragmatismo y me digo: ¡Al diablo!, mientras no seamos capaces de derribar el muro de la intolerancia, bien está que tratemos de aprovechar el escaso margen que los enemigos de la democracia, con su sistema, nos dan. Desde esta actitud y posición venía observando los acontecimientos, con algo de indolencia, hasta que, de pronto, con la educación se han metido, y ahí, lo reconozco, ahí me duele. Que se «use» EiTB, que la caguen en economía, que recuperen espacios para la intolerancia y que recorten todo tipo de derechos políticos y civiles, son todas cuestiones graves pero en cierta medida de corto alcance. Es decir, se podrán corregir en el futuro y la herida cicatrizará; pero cuidado con la educación, porque cualquier paso en falso en esta materia puede tener consecuencias irreparables para toda una generación, a nada que se mantenga en el tiempo un poco.

En la declaración de intenciones para con el currículum educativo de la consejera del actual Gobierno de la CAV, hay unas cuantas palabras que retumban en mi cabeza, y de verdad que escuecen. El lenguaje es tan versátil y prostituible, y la baja catadura moral, tan amplia en algunos profesionales de la política, que no extraña que, cada vez más a menudo, tengamos náuseas al ver con qué desvergüenza se deforma la realidad hasta darle la vuelta por completo, como si de un calcetín se tratara. ¿Cómo puede acusar ningún nacionalista español de «adoctrinamiento»? ¿Pero nos hemos vuelto locos? ¿Quién es aquí el colonizador y quién el colonizado? No nos equivoquemos, la señora Celaá lleva años en el «tajo» y sabe lo que dice, no se le puede aplicar la eximente de estulticia a la que otros compañeros de gabinete se están haciendo acreedores a marchas forzadas.

Pero la consejera estaba lanzada y no reparó ni en las más elementales contradicciones. Pretende equiparar en el sistema educativo las dos lenguas oficiales, no se lo pierdan, ¡en atención a la realidad social! ¿Qué realidad, señora consejera? ¿La que deja en evidencia la diglosia de la que el euskera es la parte débil? ¿Ésa en la que solo un 5% de los alumnos se matriculan en el modelo A? Sra. Celaá, la diglosia sólo se puede superar y, en consecuencia, equiparar dos idiomas que comparten un mismo espacio físico, mediante la discriminación positiva del más débil. Pero claro, usted esto ya lo sabe, y por eso no se le puede perdonar pretender poner en jaque a una generación de alumnos a los que va a perjudicar gravemente.

Y, cómo no, tenía que arremeter contra otra de las obsesiones del nacionalismo español: hay que reducir el término Euskal Herria al folclore, nada más. Bueno, de momento, porque como la consejera bien sabe, el objetivo no consiste sólo en acabar con el término. Tal vez conozca que entre nosotros se dice que izena duena bada y, en consecuencia, ese puede ser un buen inicio que culmine con la desaparición del pueblo de los vascos, verdadero y último objetivo del constitucionalismo español.

La tercera modificación que afecta al currículum educativo se refiere a los derechos humanos. Ya nos podemos preparar para lo peor cuando los nacionalistas españoles nos vienen con estas, y la señora consejera no decepcionó. Habremos de suponer que, cuando habla de fomentar la empatía hacia las víctimas, no estarán pensando en aplicárselo a ellos mismos, porque las modificaciones que ella misma pretende nos convierte a todos los vascos en víctimas de su Estado y pensamiento totalitarios.

Escuchando o leyendo determinadas declaraciones, alguien podría atribuirlas al desconocimiento o ingenuidad de algunos políticos. Créanme, es peor: el PP y el PSOE lo tienen muy claro, e ideas como las de la Consejería de Educación lo demuestran a las claras. A este paso no tardará demasiado el fascismo en quitarse todas las máscaras. ¡Qué poca vergüenza!

Publicado por Noticias de Gipuzkoa-k argitaratua