El mar siempre devuelve los cadáveres

EL aeropuerto de Barajas es la principal empresa de Madrid. Mueve más de setenta millones de pasajeros al año y es un churro larguísimo donde hay tiendas de todo tipo. Entre ellas, muchas librerías donde hojean las novedades los miles de pasajeros que por allí pasan. Mi libro Una monarquía protegida por la censura, que va por la cuarta edición, estuvo exactamente una semana. Agotada su venta, nunca más fue repuesto. No es un libro políticamente correcto. Es mejor leer libros de Pío Moa, biografías de Goering y Himmler, que algo que cuestione a un jefe del Estado dejado ahí en herencia por un dictador. Los socialistas son así.

Nunca compro libros en esas librerías, pero me gusta curucutear las ediciones. Una de las últimas es una reedición del libro del franquista Ricardo de la Cierva hablando de la conversión del líder socialista Indalecio Prieto al catolicismo antes de su muerte. En dicho panfleto aparecen cartas del arquitecto municipal de Bilbao, el insigne Ricardo Bastida, abuelo de Ricardo Gatzagaetxeberria. Otro es el segundo volumen de las memorias de Jordi Pujol, Temps de Construir (Proa). Lo ojeé, me interesó y lo compré en Bilbao. Ni un duro a Aena.

En las páginas del libro del ex presidente de la Generalitat aparece una afirmación que ha causado revuelo. El dirigente socialista guipuzcoano, Enrique Múgica, le visitó en su casa de Premiá de Dalt (Maresme) el último domingo de agosto de 1980. Durante la visita le expuso la necesidad de relevar a Adolfo Suárez y a su Gobierno y sustituirlo por un Ejecutivo presidido por un militar. Perseguían formar un gobierno dirigido por el general Alfonso Armada e integrado por políticos de varios partidos, incluidos socialistas y comunistas. Pujol le dijo que ni hablar y que aquello era un hecho antidemocrático. En el último libro de Javier Cercás, Anatomía de un Instante, Múgica aparecía como ministro de sanidad. Xabier Arzalluz, como presidente del EBB, denunció aquel hecho. Múgica le retó a un careo en la radio teniendo éste lugar. Enrique Casas negoció la presencia de Múgica. El debate quedó en tablas. Lógicamente, Arzalluz tenía razonamientos fundados, pero no pudo aportar pruebas. Y ahí quedó la cosa. Pero el tiempo le ha dado la razón.

«Me sorprende que Múgica lo niegue ahora, si todo el mundo lo sabía» le ha contestado Pujol. El mar, pues, ha devuelto éste cadáver. El PSOE fue uno de los responsables del clima de inestabilidad que desembocó en el 23-F, sin que hablemos del rey, responsable, por frívolo, de aquel desaguisado. Pasó por encima de Suárez y de su ministro de Defensa, Rodríguez Sahagún, y logró nombrar a Alfonso Armada segundo jefe del Estado Mayor, desde donde maniobró para constituir el susodicho gobierno de unidad contra Suárez. Gobierno, que por cierto, y afortunadamente, no contemplaba a nadie del PNV.

Para los que no recuerden el dato, Enrique Múgica representa como nadie al socialismo guipuzcoano. Tomó parte en el Congreso de Suresnes de 1974 como figura importante en la ascensión de Felipe González, habiendo sido elegido en aquel Congreso secretario de Coordinación del PSOE. En la transición representó al PSOE en la Platajunta y fue elegido diputado por Gipuzkoa en 1977. Tras esta primera elección, sería reelegido para ésta representación en otras siete ocasiones consecutivas, permaneciendo como diputado guipuzcoano hasta el año 2000. También fue nombrado presidente de la Comisión de Defensa y vicepresidente de la Comisión Constitucional. Finalmente, el dedo de Aznar le hizo Defensor del Pueblo y ahí está, dictando clases de españolidad, democracia y derechos humanos. Sí, sí, es el mismo del que dice esas cosas el ex presidente de la Generalitat.

Pero Pujol, en su libro, destaca otro pasaje interesante de aquella época: «Uno de los personajes críticos con Suárez era su ministro de Interior y hombre fuerte dentro del partido, Rodolfo Martín Villa. El temor principal de Martín Villa era de orden autonómico. El mes de diciembre de 1980 pidió verme en privado. Vino a mi casa un domingo por la tarde. Se hizo acompañar por Josep Meliá, el gobernador general en Cataluña. Meliá, mallorquín, era un catalanista y un mallorquinista políticamente de centro con quien tenía relación desde la época del semanario Destino, en el que él había tenido responsabilidades directivas cuando yo era su propietario. Era un buen amigo. Les recibí en compañía de Miquel Roca. El mensaje que traía Martín Villa y que nos trasladó fue breve, contundente y categórico: «Vengo a deciros que no daremos ni un paso más en lo que respecta a la política autonómica. Cumpliremos los compromisos que por ley hemos de cumplir, como los traspasos de competencias, pero con mentalidad restrictiva y sin ninguna concesión más. Existe el peligro de que el proceso se nos vaya de las manos». Cuando creíamos que nos estaba hablando de una decisión del gobierno del que formaba parte, añadió: «Para llevar a cabo esta política que acabo de exponer solamente hay un obstáculo, que es el presidente Suárez». Y acabó diciendo: «Pero esto se va a resolver». Al dirigente socialista que en verano me había visitado en Premià de Dalt para hablarme de la sustitución de Suárez por un militar, le había respondido que no estaba de acuerdo con sus tesis y que respaldaríamos al presidente del Gobierno español. Al ministro Martín Villa poca cosa podía decirle. Yo podía defender a Suárez de sus enemigos pero no de sus amigos». Hasta aquí la cita.

Pujol es un hombre acreditado que no habla por hablar y además es bueno que cuente estas cosas. No es el abuelo Cebolleta. Lo del «cepillado» de Alfonso Guerra del Estatuto catalán, y el rechazo en el Congreso del llamado Plan Ibarretxe por el PSOE y el PP, vienen de 1981. De aquel bochornoso golpe de Estado frustrado que trajo como consecuencia la LOAPA (Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico), palabras técnicas para encubrir la conversación de Martín Villa con Pujol. Se habían dado cuenta que con Euzkadi y Catalunya hablan ido «muy lejos» y había que reconducir la situación con leyes orgánicas o bloqueando dichos Estatutos mientras propiciaban el café para todos (achicoria). Y aún estamos así. Mientras, estos días el presidente Patxi López nos anunciaba una ronda para ver si hay voluntad de reformar el Estatuto. Haría mejor en plantarse en La Moncloa con una tienda de campaña y no moverse de allí hasta no ver cumplido el actual. Una raquítica transferencia sobre Políticas Activas de Empleo al año nos anuncia que en 36 años podremos ver cumplido el Estatuto de Gernika, eso sí, sin la Seguridad Social, «porque que rompe la Caja Única». El gran fetiche.

Acaba de fallecer Sabino Fernández Campo, militar asturiano que se sublevó contra el legítimo gobierno de la República en 1936 y que sustituyó al general Armada como Secretario de la Casa Real. Formaba parte del Patronato de Honor de la Fundación para la Defensa de la Nación española. Su muerte ha sido todo un acontecimiento. Fue el hombre que salvó al rey de sus responsabilidades del 23-F y el que logró que nadie de esa Casa intocable fuera juzgado en el juicio de Campamento, cuando todos los militares apelaron al rey aquella noche, porque el golpe no fue contra el rey, sino contra el legítimo gobierno de Adolfo Suárez, de quien el rey había propiciado la dimisión.

Este general solía decir que nunca escribiría sus memorias porque lo interesante no lo podía contar y lo que podía contar no era interesante. Y todos han respirado. En cualquier país, el que un señor, testigo de un hecho histórico de esa envergadura, se lo lleve a la tumba, no hubiera servido para enmarcarlo en «su sentido de estado» sino todo lo contrario. ¿Quién era él para hurtar la verdad a las futuras generaciones y que se siga repitiendo la mentira de que fue el rey quien «nos salvó» del sainete de Tejero, cuando ocurrió exactamente todo lo contrario?

En fin, ésta es la España cañí de la mentira y de la picaresca en la que vivimos. Afortunadamente y poco a poco se van sabiendo cosas. Como se dice en éste libro de Pujol, en relación a Múgica y a Martín Villa. Datos para contrarrestar las falacias de la Brunete Mediática, de un PSOE golpista y propiciador del GAL, de una derecha antiautonomista, que encima nos abronca por no celebrar el treinta aniversario de la aprobación del Estatuto de Gernika, haciendo genuflexiones a la bandera española instalada en Ajuria Enea.

Menos mal que el mar siempre devuelve los cadáveres.

Publicado por Deia-k argitaratua