Los empujones del TC

Nunca he sido partidario del “cuanto peor, mejor”. Tampoco ahora ante la que podría ser una sentencia del Tribunal Constitucional (TC) demoledora de ciertos ejes básicos del nuevo Estatut de Catalunya aprobado hace tres años en referéndum. Y lo digo desde mi independentismo desacomplejado: la aspiración a la plena soberanía de Catalunya no me convierte en un insensato a la busca de un conflicto jurídico y político que, desde mi punto de vista, acabaría de enmarañar la que debería ser una vía plenamente democrática para la autodeterminación de la nación catalana.

Ya he dicho en diversas ocasiones que mi independentismo no es antiespañolista.

En este sentido, me parecen sensatas las palabras del president José Montilla el pasado domingo en Maià de Montcal, advirtiendo del grave conflicto que se avecina, ya no tanto para los catalanes, sino especialmente para el conjunto de España. En realidad, Montilla dijo exactamente lo mismo que podría haber dicho el ex president Jordi Pujol si estuviera en el ejercicio del mismo cargo. Desde el punto de vista de quienes confiaron y que, a pesar de todo, parecen seguir confiando en la Constitución española para fundamentar el desarrollo de una España nacionalmente plural, la desazón tiene que ser mayúscula. Para quienes creían que la Constitución iba a ser garantía de la protección de todos los pueblos y sus respectivas culturas, tradiciones, lenguas e instituciones, la amenaza del TC les deja verdaderamente faltos de los argumentos esgrimidos hasta ahora ante los catalanes para pedirles paciencia, comprensión y moderación. Por fortuna, no comparto la fe de José Montilla en lo que cree que debía haber sido la Constitución: en ese caso, también me sentiría destrozado.

La crisis constitucional que puede desencadenarse en los próximos días -a no ser que, por enésima vez, vuelva a pararse toda la maquinaria- es de una dimensión de consecuencias difíciles de predecir. Pero es hora de recordar un par de cosas. Por una parte, que no la hemos provocado los independentistas. Ha sido el Partido Popular y también el Defensor del Pueblo, un socialista de la confianza del Gobierno español, quienes irresponsablemente han entrado solos y por bajas razones -electoralismos fáciles y patrioterismos resentidos- en este laberinto del que el TC no sabe como salir. Por otra parte, la composición partidista del TC ha acabado de complicar el asunto. Tener que aguantar que la señora Sánchez-Camacho se escandalice farisaicamente de las presiones del president Montilla sobre el tribunal es profundamente irritante. El actual TC ha sido presionado desde el nombramiento de sus miembros tanto por parte del PP como del PSOE, y luego por toda la prensa amiga de unos y otros en Madrid. No le falta razón a Joan Ridao cuando afirma que, acabe como acabe, este tribunal ya no tiene legitimidad política para dictar nada. Jurídicamente, el TC puede decir misa.

Como sostiene Montilla, el principal problema de cualquier sentencia que quiera castrar, ya sea químicamente o de cuajo, los atributos de la nación catalana, es que va ser un gran problema para España. A los catalanes, sin lugar a dudas, nos señalará más claramente el destino que nos conviene. En este sentido, los paños calientes que parecen poner otras formaciones políticas se me antojan como un sinsentido.

¿Cambiar la Constitución (Herrera)? ¿Pedir el concierto económico y los aeropuertos (Mas)? Si este modesto Estatut no pasa el algodón de la constitucionalidad, ¿con qué apoyos contará Herrera para cambiar la Constitución, o Mas para conseguir el concierto económico? ¿No se dan cuenta de que toman justo la dirección equivocada cuando todas las señales indican claramente que lo más razonable es irse cuando ya sabes seguro que quieren echarte? Lo he contado en diversas ocasiones: como consecuencia de un antiguo artículo mío en La Vanguardia, un lector me escribió con mucha amabilidad haciéndome saber que la independencia de Catalunya le dolería tanto como si le arrancaran un brazo. Me puso fácil la respuesta: nacionalmente, yo no soy, ni nunca voy a sentirme, un brazo de nadie, porque tengo un cuerpo entero. Dicho de otro modo: Catalunya solo podría permanecer en España si se la llegara a considerar no como un apéndice, sino como un actor completo y soberano para un proyecto que podría ser común. Pero la historia ha demostrado, en todo tipo de circunstancias, que el proyecto de nación española no resiste la diversidad de sujetos nacionales.

En una perspectiva cortoplacista, es posible que una sentencia intolerante del Constitucional como la prevista dé más alas al independentismo catalán. Si la Falange Española contribuyó al éxito de Arenys de Munt, ahora el TC puede ayudar, y mucho, a las consultas del próximo 13 de diciembre. Pero  en el medio plazo, no es así como creo que debería ganarse el horizonte independentista. Naturalmente, en el plano personal, también me siento provocado por el TC incluso antes de que exista sentencia alguna. Me sentí igual cuando le pasaron el cepillo al Estatut, cuando se pactó a la baja o cuando se sometieron a referéndum los restos de aquel Estatut del Parlament de Catalunya con la excusa de que aquello o nada. Y el trato que el TC ha dado hasta ahora al Estatut es ciertamente denigrante. Pero aun así, permítanme que insista: un horizonte de la libertad no puede estar sujeto a la provocación exterior. Es algo mucho más noble y no necesita los empujones del Constitucional.

Publicado por La Vanguardia-k argitaratua