A vueltas con la identidad

Sorprendentes los artículos de Victor Moreno en Nabarralde Kazeta de Noviembre, sobre los que se me ocurren algunas puntualizaciones.

El que el asunto de la identidad le quite o no el sueño, pues él lo sabrá. Y no seré yo quien trate de que le de importancia o se la quite. Si lo considera saber irrelevante, está en su pleno derecho y comparto con él el que “tener las cosas claras en torno a la identidad personal o colectiva no te dan un plus de nada”. Vaclav Havel en sus “Cartas a Olga” dice que “ninguno de nosotros se convertirá en mayor que los demás por aprender algo que los demás no saben, o, mejor dicho, por ser propietario de una verdad “básica” que los demás, para su desgracia, ignoran”. Continúa  el artículo diciendo que “Tener claras las causas de un problema no te impiden sufrirlo en carne propia”. Ya, pero tampoco el no tenerlas. Lo único que sin conocerlas, el problema no se resolverá jamás y el primer paso para hacerlo es averiguarlas.

Se pregunta “¿Cuál es la sustancia de la identidad colectiva?”. Veamos: “La comunicación simbólica entre los humanos y la relación entre éstos y la naturaleza, basándose en la producción (con su complemento el consumo), la experiencia y el poder, cristaliza durante la historia en territorios específicos, con lo que genera culturas e identidades colectivas”. (M. Castell “La era de la información”. Vol 2).“Los individuos deben poseer un sentido sólido de pertenencia cultural para sentirse auténticamente libres”. (M. Ignatieff. “El honor del guerrero”). “La defensa de una identidad nacional saludable y la acción del Estado Nacional es parte importante de eso que se suele llamar desarrollo”. (A. Touraine. “¿Cómo salir del liberalismo?). “Cuando alguien se ve arrancado –voluntaria o involuntariamente-  de su cultura, paga por ello un  precio muy alto. Por eso resulta tan importante la posesión de una identidad propia y definida. Sólo entonces el hombre podrá encararse con otras culturas. En caso contrario tenderá a ocultarse en su escondrijo, a aislarse, temeroso, de otras personas”. (R. Kapuscinsky. “Encuentro con el otro”). “Cuando los hombres se quejan de su soledad, a lo que se refieren es a que nadie entiende lo que dicen: ser entendido significa compartir un pasado común, sentimientos comunes, lengua común, supuestos comunes, la posibilidad de comunicación íntima: en suma, compartir formas de vida comunes”. (I. Berlin). A estas reflexiones de personas relevantes del pensamiento (y de la acción), que definen y sitúan a la identidad colectiva, se podrían añadir muchísimas más de otras en el mismo sentido, pero me parecen suficientes y esclarecedoras.

No sé por qué incluye en su reflexión el que haya individuos que niegan la casualidad a su existencia. Puedo decirle que, si bien en su origen fue intencionada, mi llegada a este mundo y mis primeros meses de existencia, se debieron a una serie de casualidades. Si tuviese interés se las detallaría. Y para nada me considero imprescindible, lo que no hace que deje de valorar la legitimidad de mis derechos

Estoy de acuerdo en  que “considerar lo euskaldún como una manera única e irrepetible de entender la vida es una estupidez”. Afortunadamente, no conozco personas que se planteen vivir la vida de esa manera. Lo que sí conozco son personas que no tienen complejos y que saben que vivir la cultura que les ha tocado (por supuesto, por casualidad), es tan honroso y digno como vivir cualquier otra. Ni más ni menos. De cualquier manera, no me veo cantando como los sardos, por ejemplo, o un espiritual negro (aunque me gustaría).

Cuando dice que ha leído alguna vez que “la persona individual no ha existido nunca”, en el contexto en el que lo hace parece que quiere atribuirlo a una colectividad concreta y, en este caso, a la nuestra. Y eso no sería justo.

¿Quién dice que una tribu africana no puede ser una nación? Será, en todo caso, un colonialista, o nacionalista, o imperialista, casi seguro que de Europa o de sus avanzadas de ultramar (Estados Unidos o Australia), entre los que, desde luego, no me encuentro (también por casualidad).

En cuanto a que la lengua sirva para establecer ciudadanos vascos de primera y ciudadanos vascos de segunda, apuntar que hacía tiempo que no leía algo tan grotesco. Y nadie olvida que una nación puede perder su lengua… ¡A quién se lo viene a contar!. Pero que no pierda su identidad…. Claro, que no toda. A una persona a la que se le amputa algún miembro o a la que se le anula alguno de sus sentidos no se le ha destruido completamente, pero que eso no importe… Pregunte a la ciudadanía  irlandesa lo contenta que está por haber perdido su lengua. O a tantos pueblos y civilizaciones que han pasado por ese trance. El que nuestros antepasados recientes no nos hayan transmitido su lengua, que sería la nuestra, no se debe a ninguna casualidad; ¿o sí? Y es muy doloroso, no lo dude.  Si nos quitan la lengua, la memoria, el territorio, ¿qué nos va a quedar?. “¿Y qué es un poeta que ha perdido su lengua?”, se pregunta C. Milosz en “El pensamiento cautivo”. “El día que este país pierda la lengua pasará a ser una masa traducida, sin personalidad, despreciable, nula de arriba abajo”. Así de contundente se manifiesta J. Pla refiriéndose al catalán. ¿También tramoyista?.

“También se dice que la aportación vasca a la humanidad es el euskera”. Pues claro que no. ¿Quién lo dice? Y, continúa: “A la humanidad le importa todo esto un camelo. La humanidad es una abstracción. No existe”. Entiendo que la Humanidad sí existe, lo único es que no está completa. Y no lo estará hasta que no  tengan cabida en ella todos y cada uno de los pueblos que la componen. Elías Canetti dice que “la humanidad sólo está indefensa cuando carece de experiencia y de memoria”, pero no niega su existencia. Y, atendiendo a la observación de Sillanpaa cuando dice a través de uno de los personajes de sus novelas: “los sentidos, esos servidores del espíritu” , ¿se puede sostener esa negativa después de haber escuchado a Beethoven?

“Los vascos siguen una guerra contra los españoles”. Únicamente decirle que esta afirmación me resulta absolutamente inaceptable. Este país se defiende de la guerra de los españoles en su contra. Usted ya debe saber cuándo empezó y cómo viene desarrollándose. Y si me apura, hasta conoce la solución.

En el penúltimo párrafo de su artículo “Identidad colectiva”, señala que “Históricamente, ya hemos comprobado que las naciones protegen su identidad mostrándose hostiles hacia otras naciones mediante la conquista y la dominación”. Eso resulta aplicable a las naciones dominantes; pero, ¿qué hacer con las dominadas?. ¿Borrarlas de la historia? ¿Aniquilar a sus individuos? No nos resulta inverosímil después de la experiencia española en América del Sur. (De nuevo el testimonio de Elías Canetti en sus “Apuntes”: “El orgullo español. Y luego lees en la prensa lo que los españoles hicieron en América del Sur. ¿De qué pasado puede estar nadie orgulloso?”).

Y termina diciendo que “en la tendencia a confirmar la propia identidad mediante la expansión, es inevitable anular al otro, en plan personal o colectivo”. Cierto si se refiere a los nacionalistas españoles o franceses, por ejemplo, que son los que tratan de expandirse. (La primera cualidad que caracteriza a los países imperialistas es, precisamente, la expansiva, nos dice Alejandro Colás en su libro “Imperio”). Pero no lo es si se refiere a nuestra identidad vasca. Ya lo dijimos en alguna ocasión y volvemos a repetirlo: “Nuestra identidad vasca no nos empuja a la expansión ni nos enfrenta a ninguna otra. Consideramos a todas tan respetables, importantes y necesarias como la nuestra, y el intento para mantenerla o, en su caso para recuperarla, se basa en la reivindicación de nuestros derechos, lo que para nada implica el menosprecio, el enfrentamiento, ni siquiera la merma de admiración y afecto hacia otras identidades”. Y esto, que tampoco sé si está en  Lenin, en Niestzsche o en Mortadelo y Filemón, es nuestra realidad. Todo hay que decirlo, deliberadamente ocultada por quienes controlan, mediante la fuerza, la colaboración política y la dependencia económica, social y cultural, la soberanía de nuestro pueblo.