Camino de reyes en la Llanada

La villa de Agurain se ubica desde antiguo en un importante cruce de caminos. La calzada romana iter XXXXIV ab Asturicam Burdigala cruzaba de oeste a este mientras que desde el norte llegaba la calzada que, atravesando el túnel de Santatria/San Adrián, proseguía luego hacia el valle del Ebro. Así, no es de extrañar que Salvatierra haya sido, a lo largo de la historia, un lugar en el que han recalado los más ilustres personajes, monarcas incluidos. Por allí pasó en 1256 el rey de Castilla Alfonso X, llamado el Sabio, para otorgar a la aldea de Agurain el Fuero que la convertía en la villa de Salvatierra. En marzo de 1367 arribaron Eduardo de Woodstock, príncipe de Gales, apodado el Príncipe Negro, y Pedro I de Castilla, llamado por sus leales el Justiciero y por sus enemigos el Cruel. Llegaban a la cabeza de un gran ejército para recuperar para su legítimo rey el trono de Castilla, usurpado por Enrique de Trastámara, hermano bastardo de Pedro I. Poco tiempo después llegaría el rey de Navarra, Carlos II, para tomar posesión de las tierras que, junto con las demás conquistadas por el antepasado de Pedro I, el rey castellano Alfonso VIII, en 1200, le habían sido restituidas por el Tratado de Libourne. Por cierto, Carlos II, según un documento que se guarda en el Archivo Municipal de Agurain, fechado el 20 de agosto de 1368, confirma a Salvatierra su Fuero, precisando que la villa «antigament fue del regno e corona de Navarra et fundada e poblada por los reyes de Navarra», lo cual indica claramente una fundación navarra, anterior a la castellana de Alfonso X.

Existe otro encuentro real en Agurain, menos conocido que los anteriores. Se trata del que tuvo lugar en 1462, entre el rey Juan II de Aragón y el de Francia, Luis XI, para tratar, entre otros asuntos, el matrimonio de la hija del primero, la princesa Blanca, con el hermano del segundo, Carlos. Se da la circunstancia de que, a la sazón, el príncipe francés tenía 16 años, mientras que la navarra contaba por entonces 38 primaveras.

Juan II de Aragón, quien estaba emparentado con los reyes castellanos, pues pertenecía al linaje Trastámara, accedió al trono de Aragón en 1458. En 1420 se había casado con Blanca de Navarra, viuda de Martín I de Sicilia, hija de Carlos III el Noble y heredera del trono de Navarra, al cual accedió tas morir su padre en 1425. Doña Blanca tenía doce años más que el infante Juan. Blanca I de Navarra, quien no tenía hijos de su anterior matrimonio, tuvo cuatro con Juan de Aragón -Carlos (1421-1461), Juana (1423-1425), Blanca (1424-1464) y Leonor (1425-1479)-.

Tiempos turbulentos A raíz de la firma en 1436 de la paz entre Navarra y Castilla se acuerda el matrimonio de la princesa Blanca con el infante Enrique de Castilla. El matrimonio se celebrará en Valladolid en 1440, tras cumplir el príncipe castellano los quince años de edad -Blanca tenía dieciséis-. Este matrimonio no se consumará nunca, y será anulado en 1453, aduciendo Enrique una «impotencia recíproca debida a influencias malignas».

Doce años antes, en 1441, la muerte sorprendió en Castilla a la reina Blanca I. En su testamento dejaba a su hijo Carlos, príncipe de Viana, como heredero del Reino de Navarra. No obstante, le pedía que no tomara posesión de tal título sin la «benevolencia y bendición» de su padre, cosa que el ambicioso Don Juan no estaba dispuesto a otorgar. El infante aragonés actuaba sin serlo como rey de Navarra, ante la resistencia de su primogénito y de los mismos navarros, primero soterrada y luego, a partir de 1449, abierta. Antes, en 1445, Juan de Aragón se había casado con Juana Enríquez, una noble castellana perteneciente también a la rama bastarda de los Trastámara, con quien tuvo dos hijos -Fernando, nacido en 1452, y Juana, en 1454-. El primogénito de este segundo matrimonio, que sería más tarde conocido como Fernando el Católico, procedería en 1512 a la invasión y anexión del reino pirenaico.

El príncipe Carlos se refugió en Gipuzkoa en 1450. Le apoyaron los partidarios del señor de Beaumont, condestable de Navarra. Tras nueve meses de exilio en Donostia, el príncipe regresó para someterse a su padre. Sin embargo, en agosto de 1451, los castellanos invadieron Navarra y pactaron con el príncipe la expulsión de su padre. La disyuntiva era grave, parecía no haber más elección que convertir a Navarra en un estado satélite bien de Aragón, bien de Castilla. Entonces toda Navarra se alzó a favor del príncipe y en contra de los extranjeros, bien fueran castellanos o aragoneses. Comenzó así una guerra enconada por los enfrentamientos entre bandos nobiliarios, beaumonteses y agramonteses, de manera paralela a los enfrentamientos entre gamboinos y oñacinos que por entonces se daban en las Vascongadas.

Carlos recibió el apoyo de su hermana Blanca, repudiada en 1453 por quien al año siguiente sería rey Enrique IV de Castilla. Ambos hermanos serán desheredados en 1455 por su padre, que no tenía autoridad ni poder legal para hacer, nombrando heredera a su tercera hija, Leonor, casada con el conde Gastón de Foix. Carlos se exilió en Italia. En 1458 su padre llegó a ser rey de Aragón, al morir su hermano Alfonso V. Carlos de Viana era entonces heredero de la Corona de Aragón y se instaló en Mallorca. En marzo de 1460 desembarcó en Barcelona, donde se encontró con su padre, quien le hizo prisionero en diciembre. Liberado en febrero de 1461, moriría el 23 de septiembre, rodeado de un halo de leyenda y santidad, dejando como heredera del Reino de Navarra a su hermana Blanca.

Una de las leyendas que rodean la figura de Carlos y su hermana Blanca tiene como escenario tierras alavesas. Se dice que tras el acuerdo al que llegaron en Agurain su padre Juan II y el rey de Francia, Luis XI, Blanca, que no quería contraer matrimonio con aquel jovencito, se escapó, siendo acogida por la noble familia alavesa de los Gereña, que poseían una casa torre en Lukiano. Hasta allí llegaría, según la leyenda, su hermano Carlos, quien al verla exclamó «¡encontrada!». Por eso ese paraje y la torre recibirían el nombre de La Encontrada. Claro que el príncipe de Viana había muerto el año anterior, así que o este acontecimiento sucedió con anterioridad o se trata de uno más de los milagros atribuidos al príncipe, de quien el poeta catalán Guillem Gilbert dijo, tras su muerte, que Dios no le había dejado reinar porque «rey santo nadie lo merecía».

Lo cierto es que la princesa Blanca estuvo presa, por orden de su padre, en Olite y la negativa a aceptar aquel matrimonio impuesto fue causa de su definitivo ostracismo y de su muerte prematura. Blanca moriría en 1464, prisionera en Orthez, en el vizcondado de Bearne, señorío de Gastón de Foix, el marido de su hermana Leonor, quien sería reina efectiva de Navarra durante menos de un mes, desde la muerte de su padre, Juan II de Aragón, el 19 de enero de 1479, hasta la suya propia, el 12 de febrero siguiente.

Esta leyenda de la princesa Blanca, fugitiva y prisionera, existe también en otros lugares de lo que fuera el antiguo Reino de Navarra. Así en Albarracín, donde sería la familia navarra de los Azagra quien la protegería, o en las Bardenas, donde un pastor de Valtierra se comunicaría con ella a través de una ventana del castillo de Peñaflor.

 

 

 

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