Así llegaron las ‘cadenas’ al escudo y la bandera de Navarra

El historiador Javier Martínez de Aguirre, experto en los símbolos de Navarra, narra en este artículo el origen de las cadenas que figuran en el escudo y la bandera de Navarra, que nada tienen que ver con la victoria en la batalla de las Navas de Tolosa

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A la izquierda, capitel doble de la catedral de Tudela realizado en el siglo XIII. El escudo de la derecha, totalmente rojo y el de la izquierda mezcla el rojo con el azul de los condes de Champaña.

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En los comienzos del siglo XXI las banderas ocupan lugar de honor entre las representaciones simbólicas de uso cotidiano. Países, regiones y ciudades, empresas y asociaciones de todo tipo las emplean como signo de identidad. A diario sirven sus colores para proyectar sentimientos y compartir compromisos. Pero no debemos confundir la antigüedad de una institución con la del símbolo que la representa, ni tampoco la realidad histórica con las explicaciones más o menos legendarias que sobre los símbolos se han podido acumular a lo largo de los siglos.
No debe sorprendernos que el diseño de la bandera oficial de Navarra tenga poco más de cien años (los cumplió en 2010), puesto que son excepcionales las enseñas cuya materialidad remonta a época medieval. Para la creación del modelo se siguió una práctica habitual en la configuración de estandartes, consistente en sobreponer un escudo a una tela de las dimensiones adecuadas. La elección del color rojo para el tejido, como veremos, coincide con antecedentes de enorme interés.
En cuanto al escudo oficial, también en 1910 decidieron que incluyera “cadenas de oro sobre fondo de gules con una esmeralda en el centro de unión de los ocho brazos de eslabones”. La forma y al enlace de las cadenas habrían de inspirarse en los eslabones “auténticos” que poseía la Diputación. Los prohombres de comienzos del siglo XX estaban convencidos de que dichos eslabones habían formado parte de las cadenas traídas por Sancho el Fuerte “como glorioso trofeo” de la batalla de las Navas de Tolosa (1212). Pensaban también que el propio monarca había cambiado su escudo de armas como consecuencia de la victoria. A día de hoy no contamos con pruebas que certifiquen la datación de los eslabones, pero sí sabemos que al menos en sus primeros cien años el escudo de Navarra no tuvo nada que ver con la hazaña guerrera. La leyenda de las “cadenas” ganadas por Sancho VII es exactamente eso: un hermoso relato elaborado en el siglo XV. Fue Faustino Menéndez Pidal, galardonado con el premio Príncipe de Viana de la Cultura en 2011, quien desentrañó el verdadero origen del emblema, creado en unas circunstancias históricas concretas que intentaré resumir.

LOS SIGNOS DE LOS REYES NAVARROS

Antes de que se desarrollara el sistema heráldico en el siglo XII, los reyes pamploneses, como el resto de sus coetáneos, habían empleado signos de suscripción que servían para atestiguar la veracidad de los documentos. Se trataba de signos personales, que no representaban al reino como tal. Sancho el Mayor y sus descendientes utilizaron como signo diversas variantes de la forma en cruz. En 1134, cuando aragoneses y navarros separaron sus destinos, accedió al trono de Pamplona García Ramírez el Restaurador, casado con una noble del norte de Francia, Margarita de l’Aigle (el Águila), cuya familia había empezado a utilizar el águila como signo transmisible a los herederos, conforme a los usos del naciente sistema heráldico.
El reinado de García Ramírez (1134-1150) coincide con los años de la difusión inicial en España de los emblemas heráldicos. El hijo de García y Margarita, Sancho VI el Sabio (1150-1194), todavía recurrió a un diseño cruciforme como signo, pero su nieto, Sancho VII el Fuerte (1194-1234), prefirió suscribir los documentos dibujando la silueta de un águila con alas y garras extendidas, originario probablemente de la familia de su abuela.
A Sancho el Sabio pertenece el primer sello conservado de un monarca navarro. Se le ve a caballo, portando un escudo adornado con lo que entonces se llamaba bloca, el refuerzo habitual en los paveses lujosos de la época. Se trataba de un complemento metálico formado por una pieza central o umbo de la que partían barretas cuyos extremos podían adornarse de distintos modos (en el sello de Sancho VI tienen forma de flor de lis). Como los sellos no se policromaban, desconocemos si el escudo que habitualmente llevaba Sancho VI estaba coloreado.

TEOBALDO I Y EL ESCUDO DE NAVARRA

En 1234 Sancho VII el Fuerte falleció sin hijos que pudieran heredar la corona. El derecho sucesorio correspondió a su sobrino Teobaldo, hijo de una hermana del difunto rey llamada Blanca, que había casado con el conde Teobaldo III de Champaña. Era Champaña uno de los territorios más prósperos de Francia, favorecido por la celebración de ferias a las que acudían mercaderes de toda Europa. El joven Teobaldo, culto y aficionado a la música y a la poesía, ya disponía de un emblema heráldico como conde champañés. Pero la dignidad regia era muy superior a la condal y los navarros le solicitaron que utilizara otro emblema para representar su nueva jurisdicción. Lo sucedido a continuación se deduce de un capitel doble conservado en la actual catedral de Tudela.
El edificio de Santa María de Tudela estaba siendo sometido a una total transformación. En el lugar de la antigua mezquita mayor, consagrada para el culto cristiano tras la conquista de la ciudad, se estaba construyendo la hermosa iglesia que ha llegado a nuestros días. Pero las obras avanzaban sin prisas. En 1234 faltaban por elevar al menos los pilares más cercanos a los pies. Para señalar la participación del nuevo rey champañés en las obras, se colocaron capiteles con dos escudos: uno totalmente rojo (de gules llano, diríamos utilizando la terminología heráldica); el otro, partido por la mitad: su parte derecha es también completamente roja, mientras que la izquierda se ve azul, con una banda blanca en diagonal, en representación de las armas del conde de Champaña. Sobre ambas mitades se extiende una bloca o refuerzo del escudo, en este caso con umbo central en forma de cuadrifolio. El hecho de que la bloca recubra las dos partes y no solo la mitad de color rojo evidencia que dicha bloca carece de significado heráldico y simplemente figura el complemento que tenían los paveses lujosos medievales. Los ocho brazos radiales no terminan en adornos como en el sello de Sancho VI, sino que sus extremos están unidos por una barreta continua que recorre todo el perímetro. De este modo, el escudo creado para Teobaldo I tras su acceso al trono reunía su emblema como rey de Navarra (de gules llano), que ocupaba la mitad del escudo (lado principal), con el de los condes de Champaña (de azur, banda cotizada de plata) presentado en la otra mitad (lado secundario).
En muy poco tiempo, lo que había sido inicialmente adorno (la bloca radiada como refuerzo metálico) pasó a ser visto como mueble heráldico constitutivo de las armas del rey de Navarra. El cambio quedó consolidado en tiempos de su hijo Teobaldo II (1253-1270). El escudo del rey de Navarra tuvo desde entonces como elemento principal el refuerzo metálico radial, forma que en vocabulario heráldico medieval se denominaba carbunclo, dado que el diseño radial era interpretado como los rayos de un carbunclo o piedra luminosa engastada en el centro del escudo.
No es posible confirmar ni descartar que el color rojo hubiese sido empleado como emblema por los reyes navarros con anterioridad a Teobaldo I. Quizá ya era así en tiempos de Sancho VI. No está de más recordar que la Genealogía Latina de los Reyes de Navarra, escrita hacia 1400, adjudicaba a Íñigo Arista y a su hijo un escudo completamente rojo (isti duo habent in armis campum rubeum tantum). Estas atribuciones forman parte de lo que se suele llamar heráldica imaginaria, consistente en crear armerías para personajes que vivieron en tiempos anteriores al desarrollo del sistema heráldico. Ahora bien, el hecho de que coincida este color rojo con lo que vemos en el capitel tudelano despierta una duda: ¿tenían los autores de dicha Crónica información acerca de usos heráldicos antiguos (del siglo XII) que no han dejado otras huellas en la documentación? ¿O bien estamos ante una mera invención, como otras armas que concibieron sin ninguna base para personajes de época preheráldica?
Con independencia de este indicio literario, cabe concluir que, antes de que naciera el emblema de las “cadenas”, el color rojo ya había servido para identificar al reino navarro, mientras que el águila había sido un signo personal de Sancho VII el Fuerte. En consecuencia, no tiene sentido considerar el águila como el más antiguo emblema de Navarra, bien de su ámbito territorial, bien de la comunidad de sus pobladores, y menos aún de la antigua tierra o comunidad de los vascones.

LAS CADENAS DE LAS NAVAS

Hasta ahora me he referido en ocasiones a las “cadenas” de Navarra poniendo la palabra entre comillas. Veamos por qué. Como acabamos de comprobar, el escudo de Navarra con barretas lisas inventado para Teobaldo I de ningún modo recuerda a unas cadenas. En una fase posterior, la bloca cerrada (es decir, el refuerzo radial de ocho brazos unidos perimetralmente) empezó a representarse mediante sucesión de esferillas o clavos interconectados. Así la encontramos en multitud de ejemplos de los siglos XIII y XIV. Los armoriales europeos de la segunda mitad del siglo XIII describían las armas del rey de Navarra como charbouncle besancié, carbunclo bezanteado, refiriéndose así a los característicos botoncillos. Nadie las veía como cadenas. En cambio, en el entorno cortesano de Carlos III el Noble, hacia 1400, se empezará a hablar de las armas de Sancho el Fuerte como “cadenas doradas” en campo rojo. Esta mudanza de sentido forma parte de la tendencia bajomedieval a relacionar el origen de las armerías con hechos gloriosos. El Príncipe de Viana, en su crónica escrita mediado el siglo XV, proporciona la versión de la leyenda que en adelante se consolidará. Según su descripción de la batalla de Las Navas, el recinto del califa almohade habría estado protegido por “gruessas cadenas de fierro” que unían hasta tres mil camellos. Tras la victoria, el soberano navarro habría tomado “el dicho cadenado de los gamellos e las tiendas, e conquistó las cadenas por armas”. De este modo, el carbunclo con botones o esferillas fue interpretado hace más de quinientos años como un poco lógico entrelazamiento radial y perimetral de eslabones de una cadena de oro. El relato legendario se apoyaba en los fragmentos de gruesas cadenas que, también según noticias tardías, habrían recibido de manos de Sancho el Fuerte varios santuarios navarros en recuerdo de la victoria. De ahí procederían las que en 1910 poseía la Diputación Foral y de ahí igualmente las que todavía hoy se exponen en Roncesvalles.
La identificación del emblema de Navarra con las cadenas ganadas por Sancho VII fue reiterada durante siglos por cronistas e historiadores, quedando firmemente asentada en el imaginario colectivo. Frente a la leyenda, gloriosa pero falaz, la historia real del escudo está plasmada en los capiteles tudelanos. Sin duda carece del poder de evocar hazañas pasadas, pero posee otras virtudes, como hacernos reflexionar sobre la simplicidad, el error o en ocasiones la mentira con que están construidos muchos argumentos falsamente históricos que apelan al sentimiento olvidando la razón.

 

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