Gernika, 80 años después

SUCEDIÓ lo que nunca debió suceder: Gernika, alejada del frente, fue víctima de un experimento cruel, inaugurando la era de las ciudades bombardeadas. Los militares sublevados en Marruecos, enojados por la resistencia vasca, reducida a una parte de Bizkaia y comandada por su Gobierno, decidieron no solo amenazar con un bombardeo liquidador sobre Bilbao, sino que en contactos secretos con la Legión Cóndor, comandada por Wolfgang von Richthofen, otorgaron permiso Nach und durk Spainen/ paso por y a través de España. Una flota de aviones (los más potentes en ese momento) Junkers 52, Heinkel 59 y 60, más una cuadrilla de aviones españoles de bombardeo ligero y cazas italianos despegaron aquel 26 de abril de 1937 de los aeródromos de Burgos y Gasteiz, rumbo a Gernika. Desde la 4.15 hasta las 8 de la tarde de ese día nefasto, en vuelo rasante y perfecta formación, los aviones repasaron una y otra vez la Villa Juradera. Ningún avión podía regresar con bombas al punto de partida pues la orden fue arrasar sin consideración a la población civil, además de calcular con precisión germánica, el tiempo del horror. Reloj en mano, se mataba cuanto se movía bajo los aviones e incluso se llegó a dar vueltas rasantes para que los que trataban de escapar del círculo de fuego atroz volvieran a él. No hubo límites para el sacrificio.

Inmediatamente después del horrendo sucedido, las mentiras del bando franquista comenzaron a funcionar, negando su culpabilidad para achacar el infame delito al Gobierno vasco, que carecía de aviones, cerrando ojos y oídos a las pruebas que exhibieron los periodistas extranjeros, entre ellos George Steer. Posteriormente, sobre las cenizas de Gernika levantaron una ciudad nueva con mano de obra esclava de los prisioneros de guerra. Gudaris. Y mintieron sobre el número de muertos, para restarle importancia al magnicidio.

De la hecatombe se libró el Árbol de Gernika, cercano a una fábrica de armas que se consideró salvar. Se mantuvo en pie, confirmando que la Libertad agredida en Gernika prevalecería sobre la tiranía de los fascismos campantes en Europa: Hitler, Mussolini, Franco, Stalin… hombres abominables que decidieron no solo tomar el poder sino convertirlo en instrumento exterminador de setenta millones de seres humanos al finalizar el conflicto de la Segunda Guerra Mundial.

Faltaba en Auschwitz un Roble de Gernika. Me alegra que un lehendakari lo plante en el espacio de un Holocausto que llena de vergüenza la memoria europea. Es como afirmar que lo que se quiso matar allí, seres humanos, no se consiguió en la medida de la crueldad con que se planificó. Que la Libertad, y lo que ella conlleva, sigue latiendo en cada buen corazón de la gente que intenta que el progreso social y económico alcance una plenitud sustancial. Que nadie pueda ser señalado por su raza, sexo o creencias religiosas y políticas. Que el continente europeo pudiera ser lo que siempre fue: crisol de pueblos, pero que en vez de luchar entre sí, que ha sido su historial horrendo, resulten hermanados en un proyecto de pacificación, hermandad, libertad y tolerancia.

Gernika fue el clamor de lo que venía a una Europa revuelta y convulsa. La Villa Juradera era objeto de veneración desde el siglo XVIII, cuando los generales de Napoleón, que la invadió toda, reverenciaron el Árbol de la Libertad portando sus hojas como escarapelas en las solapas de sus uniformes. Ellos, hijos de la revolución convertidos en soldados hostiles, tuvieron que detenerse a pensar que los representantes del pueblo antes del inicio de las Juntas renunciaban a su nombre para imponerse el nombre del pueblo al que representaban, sin intervención del poder eclesiástico, formidable en ese momento en el Imperio español. Las leyes que las Juntas otorgaban bajo el Roble, con carácter legislativo, cada dos años y tras tañer las cinco bocinas y encender lumbres en los altos del Gorbea, Oiz, Sollube, Ganekorta y Kolixa, tenían un profundo acento democrático, único en la Europa de su tiempo, hermanado en su espíritu con los otros Fueros vascos: el Habeas Corpus, la prohibición de confiscar, Jurisdicción privilegiada, soberanía en los metales, hidalguía de los vizcainos e inviolabilidad de su domicilio, libertad económica, exención de tributo, pase foral, libre importación, exportación, patronato real… Tal era el ordenamiento de las Juntas que se dispuso una clausula: “Al que ganase carta del rey o señor contra lo dispuesto en los Fueros, a pagar mil naravedises, y si se trajese otra sobre-carta, que le mate cualquier vizcaino y se le de al matador dosmilquinietos maravedises”.

Eso representaba el Árbol de Gernika y contra eso fueron las bombas de los aviones de las fuerzas opresoras, como lo habían hecho antecediendo el holocausto en Otxandio y Durango. Desbaratábamos a Franco, Mola y Sanjurjo la jugarreta de su alzamiento por la religión, porque éramos un pueblo religioso y se mantuvieron abiertas las iglesias en la contienda; disgustaba a los sublevados, que rompían la Constitución, nuestra lealtad al orden establecido por los votos ciudadanos; y sin armamento adecuado, defendimos los vascos el frente durante nueve largos meses, izando la ikurriña al amanecer, antes de que los aviones enemigos la abatieran en sus incursiones por las trincheras de Elgeta y Artxanda. Nos tocó ser uno de los pocos pueblos, en aquella Europa en llamas, que defendió con tesón su libertad. Y es este orgullo democrático el que nos lleva a Gernika en este 80º aniversario.

DEIA