Desde Chuquiago

ESE es el nombre aymara de la ciudad de La Paz y el título de la crónica urbana que presenté en la Feria Internacional del Libro, fruto de nueve viajes a Bolivia. El regreso para presentar ese libro me ha deparado algunas sorpresas, no todas amables. La realidad no está para hacerte fiestas y cucamonas, al margen de que tus percances son eso, percances y pejigueras.

Hacía tres años que no venía a Bolivia. Entonces, las quejas de miembros de la clase acomodada me entraban por una oreja y me salían por la otra porque sabía que sus negocios iban viento en popa, como habían ido desde la revolución de 1952 y antes. Ahora, sin embargo, a personas asalariadas con las que tengo confianza y trato, les oigo hablar de paro, de alza de precios, de carencias de suministros, de bajadas de salario, de retirada de ayudas sociales en las empresas privadas, de los aguinaldos (pagas extras) en globo, del “esto o nada” de los contratos basura y lo que era un clima de bonanza relativa y de mucha esperanza se ha convertido en uno de preocupación.

Al Gobierno le preocupa mucho el asunto de la salida al mar y la confrontación eterna con Chile y poco el progresivo estado de sublevación de los ponchos rojos de la región de Omasuyos, que fueron su sostén reclamador y violento y ahora son muchos miles los movilizados en su contra por un motivo u otro. Ya no se trata de reclamaciones concretas, sino de afianzar un clima de descontento en muchos frentes.

A las clases populares, que se autodenominan medias, les preocupan los salarios, los precios, las precariedades que asoman aquí y allá, la ausencia de clientela por mucho que se mercadee hasta el delirio. El fantasma venezolano agita sus carracas en el fondo de la escena, aunque no sé muy bien cómo, al margen de la siempre interesada orquestación mediática; unas carracas que ¡oh casualidad! están en manos de los miembros de una clase que se ha beneficiado económicamente del régimen de estos años y se ha enriquecido de manera ostentosa y palmaria.

Lo cierto es que cunde el descrédito del masismo, basado más en las acusaciones de corrupción generalizada en la clase dirigente, que encuentran su apoyo en tristes realidades, que en aceptar la precariedad de unas instituciones públicas que no han acabado de armarse, por falta material de tiempo tal vez.

Y enfrente, como es natural, los apoyos incondicionales al Proceso de Cambio, impulsado por el MAS, que enarbolan sus logros sociales, que sería injusto decir que no los ha habido. Pero no hace falta ser Chomsky para ver que la izquierda latinoamericana está en sus horas bajas. El discurso es siempre el mismo: poner en los platillos de la balanza los logros y las pifias del gobierno de turno y que sea siempre mucho mayor el peso de estas. Veo gente que acogió con entusiasmo la llegada del MAS y de Evo Morales, representante indígena, y si no se han puesto descaradamente enfrente -algunos por no haber recibido prebenda-, sí rezongan con el “no era esto, no era esto”. ¿Qué era? No lo saben, casi nunca lo sabemos. Eso, al margen de que los gobernantes suelen olvidar que tarde o temprano los gobernados acaban cansándose de que sean siempre los mismos quienes dirigen sus destinos… con la salvedad de esos países donde los votantes apoyan a quienes los apalean, empobrecen, amordazan y esquilman.

También me he encontrado gente que sostiene la bonanza de la situación actual en que Pablo Iglesias dice que se ha inspirado en el Estado plurinacional de Bolivia para arbitrar una idea parecida para España… Con todos los respetos, eso me parece una melonada o un error de óptica o desconocer de manera paladina en qué se materializa esa plurinacionalidad. Las realidades de los países no son ni similares, sus necesidades y anhelos no son idénticos, muchas veces ni parecidos.

Al fondo de la escena aparece aquel ángel de la utopía que dibujó Cioran, ese que en un primer momento toca trompetas de gloria y acaba empuñando una metralleta, la del autoritarismo, la del enrocamiento, y a su lado otro ángel, igual de negro, de una manipulación informativa de verdad retorcida.

DEIA