La glotofagia como sometimiento cultural

Catalanofobia, El pensamiento anticatalán a través de la historia ( ISBN: 9788429746570 ) pp. 487-491

¿Por qué este interés de los intelectuales en tergiversar la verdad y en alterar la historia real? ¿Todo esto tan detestable y tan poco académico no es para inventarse una nación? ¿Qué prebendas han recibido por decir estas mentiras? ¿O es que este es el estilo del intelectual español habituado a crear mitos para su simbología nacional? ¿Por qué la catalanofobia es más fuerte que la verdad? ¿Las clases dominantes castellanas y los grupos políticos hegemónicos han sobrepasado al rigor científico de los académicos?

El pensamiento glotofàgico de la corona de Castilla se expresó muy temprano. En 1492 Nebrija ya pautó el comportamiento lingüístico que debía seguir el poder castellano, cuando dijo que los pueblos bárbaros «tendrían necesidad de recibir las leyes que el vencedor pone al vencido, y con ellas nuestra lengua». Desde aquel momento, si Castilla también se fabricó la utopía que ellos eran «España» y ocupaban todo el territorio peninsular, no es de extrañar que impusieran la lengua castellana a diestro y siniestro con decretos, con leyes, con mentiras, con coacciones y con el miedo. Esto es la expansión del castellano.

Cuando no tienen poder político suficiente para imponer el castellano a otros, recurren a los tribunales de la Inquisición. Cuando ya pueden hacerlo sin intermediarios, dada la fuerza de las armas, planifican el proceso glotofàgico. Primero hay que imponer el castellano con “providencias templadas y disimuladas”, pero al cabo de cuarenta años de yugo militar con la teoría de que las lenguas «explican los actos nacionales» obligan a usar el castellano en todas las escuelas y deciden que el catalán ya no se pueda utilizar ni en la edición de libros, ni en la predicación religiosa, ni en los registros parroquiales, ni en el teatro, ni en los libros de contabilidad, etc.

Desde ese momento en que jurídicamente está prohibida la utilización del catalán, se manifiesta que Cataluña es lo que Feijoo escribió: «Es nota indeleble de haber sido vencida». Pero si la derrota militar representó la abolición de las instituciones políticas, la conquista militar no fue lo suficientemente fuerte para eliminar ni la cultura ni la lengua catalanas. Basta que los gobernantes españoles en su afición de construir una nación proyectaran su modelo que vinculaba la lengua castellana con la nación española, pero su ingeniería politicolingüística no consiguió la asimilación de los catalanes, al contrario, a partir de la oda ‘La patria’ (1833) se expresa el renacimiento literario, que, conjuntamente con los otros elementos nacionales que no han sido nunca abandonados, permite recuperar la memoria colectiva y confirmar la propia identidad. Se inicia el camino hacia la búsqueda de las libertades arrebatadas.

Todo el siglo XIX es una reiteración de obligar al castellano por todas partes y de no dejar respirar la lengua catalana en ninguna. Las normas positivas se irán ampliando hasta crear una legislación que comprende desde los notarios, que tienen la obligación de redactar las escrituras en castellano, hasta las placas de las calles, pasando por la administración de justicia, las obras de teatro, el registro civil, las escuelas, etc. Incluso se prohíbe hablar en catalán por teléfono. Los gobiernos españoles se debían cansar de promulgar tantas y tantas leyes. Hay reales pragmáticas, informes, resoluciones reales, cartas acordadas, dictámenes, leyes, decretos ley, es decir, una documentación amplísima sobre la implantación del castellano en Cataluña. Es absolutamente comprobable que el Estado español ha obligado al uso y al conocimiento del castellano y que ha prohibido la lengua catalana. A partir de la segunda mitad del ochocientos hasta nuestros días, los intelectuales españoles se han empeñado en menospreciar la lengua catalana y en mentir. Casi todos han afirmado varias falsedades, las que se resumirían en estos cuatro principios:

Estas mentiras, ¿no son una muestra de catalanofobia? ¿Por qué este interés de los intelectuales en tergiversar la verdad y en alterar la historia real? ¿Todo esto tan detestable y tan poco académico no es para inventarse una nación? ¿Qué prebendas han recibido por decir estas mentiras? ¿O es que este es el estilo del intelectual español habituado a crear mitos para su simbología nacional? ¿Por qué la catalanofobia es más fuerte que la verdad? ¿Las clases dominantes castellanas y los grupos políticos hegemónicos han sobrepasado al rigor científico de los académicos?

El primero en negar explícitamente la persecución política contra la utilización del catalán es Francisco M. Tubino, miembro de la Real Academia de San Fernando, cuando en 1880 escribe el libro sobre el renacimiento literario de la lengua catalana. Allí niega en varios pasajes que haya la voluntad de suprimir el catalán y que nadie nunca se ha opuesto a su uso; en cambio, considera que todos aquellos que quieren usar el catalán en la prensa, en los Juegos Florales, la correspondencia particular, etc. pretenden arrancar el castellano de Cataluña, ya que es gente «dominada por el odio». Después el otro científico es Ramón Menéndez Pidal que en 1902 asegura que la presencia del castellano en Cataluña es un hecho desde el siglo XV, a partir del cual los catalanes son bilingües. Afirma también que el gobierno no cohíbe de ninguna manera los intereses de la literatura catalana. El senador liberal Amós Salvador, en 1916, cuando se solicita la oficialidad del catalán se queja de la persecución del castellano y pide: “Os ruego que me expliquéis, amigos queridos, el fundamento de la persecución a la lengua castellana”. Romanones no permite la oficialidad del catalán y sostiene que el Estado nunca lo ha perseguido. El diputado Eduardo Ortega el mismo 1916 pregunta si se puede aportar ninguna prueba que «demuestre que el catalán recibe en ninguna parte trato de disfavor o de hostilidad por parte del Estado»”. Y así vamos tirando.

Durante la Segunda República la constitución obliga indudablemente al conocimiento del castellano y no admite la exigencia del catalán; sin embargo, Ortega y Gasset asegura que en la época republicana no ha habido nadie que «haya intentado coartar la libertad de los catalanes para el uso de su lengua en todos los órdenes de su vida, privada o pública». Unamuno afirma que los catalanes tienen el conocimiento del castellano «obligatorio, no porque se les haya impuesto, sino porque lo han aceptado». Azaña garantiza que “la expansión de la lengua castellana no se ha hecho nunca de real orden» y que la prohibición del catalán no «se ha debida a que lo mandase el rey». Salvador de Madariaga sostiene que el catalán había muerto en el siglo XVI y que desde entonces la lengua de los catalanes es la castellana.

En el franquismo no hay necesidad de justificar doctrinalmente el genocidio, y por tanto los intelectuales tampoco se han de defender en el mercado, con el silencio tácito es suficiente. Pero aún así, el liberal Julián Marías escribe que los borbones nunca ejercieron presiones lingüísticas y no tenían voluntad ni medios para influir en las publicaciones ni en la enseñanza de la lengua. La realidad es que el catalán es la única lengua europea que ha resistido un cerco político durante tantos siglos, sin ninguna estructura estatal que la proteja y con más de cincuenta normas positivas que la prohibían. En síntesis, la persecución de la lengua catalana es el último frente de lucha entre dos naciones enfrentadas; gracias a la resistencia de los catalanes, se ha salvado de la política de asimilación y absorción que sistemáticamente aplicó el franquismo con todo tipo de medios.

Para asistir al estallido de mentiras y patrañas que los intelectuales españoles ofrecerán para ir trenzando la ideología glotofàgica, habrá que esperar a que la lengua catalana tenga presencia y recobre la oficialidad gracias al Estatuto de Autonomía. Luego se inicia el proceso de normalización lingüística, los intelectuales castellanos, acostumbrados a crear mitos históricos, quieren ignorar la verdad o quieren alterar la realidad, por lo que repiten los argumentos de Menéndez Pidal sobre la implantación temprana del castellano en Cataluña en el siglo XVI. Otra falsedad difundida es que nunca ha habido ninguna ley para imponer el castellano. Habiendo repetido afirmaciones ya hechas, como una de Claudio Sánchez Albornoz («Castilla no ha impuesto su lengua»), estos intelectuales sostienen que los borbones no dictaron nunca una «prohibiciones contra las lenguas no castellanas». También los filólogos apoyan esta teoría. Rafael Lapesa dice que “el castellano no ha sido jamás impuesto»; Emilio Alarcos mantiene que si el castellano se ha extendido no ha sido el “resultado de ninguna imposición”, y lo redondea Gregorio Salvador al garantizar que cuando se aportan datos sobre la imposición del castellano «se inventa una historia de dominio e imposición inexistente». Las reales pragmáticas y las leyes no aparecen.

Una vez extendida la negación de la historia, llega la otra fase de la catalanofobia. Los que estuvieron callados mientras el catalán estaba prohibido denuncian que el castellano es perseguido por los catalanes, y con la utilización de un lenguaje políticamente correcto piden el «bilingüismo». ¡Los catalanes nacen bilingües! Y para defender el bilingüismo, Rafael Lapesa carga contra la política lingüística de Cataluña, Emilio Alarcos dice que es una “política aberrante» y Gregorio Salvador, que es una «atrocidad». Tras esta infantería, viene la aviación de la Real Academia de la Lengua, uno de cuyos miembros, Manuel Alvar, defiende una ley para proteger el castellano, y Fernando Lázaro Carreter, también académico, pide al gobierno garantizar el conocimiento del castellano a todo el que no lo conoce. Mientras tanto, Pedro Laín Entralgo garantiza la solidez de España si los catalanes no abandonamos el bilingüismo.

Esta es la realidad del proceso glotofágico. El gobierno central después de la Constitución de 1978 sólo se preocupa de la preeminencia del castellano y dicta más de ciento cincuenta normas para hacer realidad la prioridad lingüística del castellano en todas partes prescindiendo de los derechos lingüísticos de los catalanes. Los académicos e intelectuales españoles aún no tienen suficiente y reclaman que el castellano sobresalga más por encima de todos, y para justificarlo, se inventan la tergiversación de la historia. El poder judicial les ayuda en los conflictos que plantean solamente los que se esfuerzan por evitar la normalidad de la lengua catalana. Se lleva a cabo toda esta estrategia para detener la marcha de la lengua catalana; contra la lengua catalana puede ir cualquiera, ya que todo el mundo está de acuerdo.

La catalanofobia, tradicional, se teoriza y se reproduce, en las altas esferas de la política y del ámbito intelectual y, gracias a los medios de comunicación, va a parar a la masa amorfa de la gente, hasta el punto que se generaliza la animadversión de modo lo bastante amplio como para que los catalanes dentro del Estado no tengan nunca ni igualdad ni libertad. España es un Estado que cambia de vestido, cambia de fachada y cambia de papeles, pero los puntos fundamentales, los límites políticos, siempre son los mismos que los del tiempo de su formación. Todo ha cambiado para que nada cambie. Los discursos ideológicos en todo lo que hace referencia a la catalanofobia no se modifican nunca, se traspasan de una hegemonía a otra. Las clases dominantes se relevan, y los grupos hegemónicos en el transcurso la historia han mantenido la misma actitud en lo referente Cataluña. Pérez Galdós insistió en que el castellano era “la lengua de los dioses», Adolfo Muñoz Alonso dijo que el catalán era “el virus del separatismo», Julian Marías pronostica que se convertirán en tibetanos quienes no quieran hablar en castellano. Esta ideología es tan global y universalizada que la defienden desde un jefe de gobierno como Adolfo Suárez, que dudaba de que se pudiera enseñar en catalán física nuclear, hasta un ordenanza del Senado español que me preguntó «si con la lengua catalana se puede hablar de todo». He aquí la clave de la cuestión. La catalanofobia en el ámbito lingüístico tiene el apoyo de una masa social enorme que contribuye a la formación y el mantenimiento del españolismo.

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Con este trabajo ha quedado demostrado que el catalanismo político o nacionalismo catalán no nace por sí mismo ni de una manera espontánea, sino que su fuerza y la energía son una consecuencia de la catalanofobia, que a su vez es un ingrediente esencial del españolismo. Dicho a la inversa, si la catalanofobia como elemento constitutivo del españolismo no se hubiera puesto en marcha, sin duda hoy Cataluña no tendría que reivindicar sus derechos nacionales a nadie, y por tanto, es seguro que tampoco habría que disponer de ningún pensamiento político nacionalista. La catalanofobia ha sido un enemigo peligrosísimo para los catalanes dado que el tiempo, el esfuerzo, la energía e incluso las vidas perdidos reclamando las libertades de Cataluña habrían sido invertidos en otros objetivos, como cualquier otro ciudadano de un país normal que nunca ha sido sometido por nadie.

La causa principal que provocó la catalanofobia, según lo visto, fueron los objetivos imperialistas asimiladores de la corona de Castilla, primero, y de España, después. Estos objetivos eran el deseo de abolir las constituciones catalanas, el anhelo de controlar la hacienda pública catalana y la colonización cultural y lingüística de los ciudadanos catalanes.

La estructura estatal de Castilla creó su «nación» diseñada con el aparato político-burocrática y el ejército como instrumentos. Durante esta tarea «nacionalizadora» la catalanofobia aparecía en todo momento, lo que permitió la configuración de un pensamiento ideológico basado en muchas proposiciones falsas y fundamentado en mitos y símbolos. El discurso político del nacionalismo español se ha apartado siempre del sistema confederativo y ha predicado el unitarismo, confundido casi siempre con el uniformismo político. La catalanofobia siempre ha interpretado la devolución de las libertades políticas de los catalanes como una ruptura del Estado, una pérdida de soberanía o una desmembración de la «nación». Este planteamiento a ultranza le ha llevado a criminalizar las reivindicaciones y a elaborar una doctrina anticatalana plena de tópicos populares.

La persistencia y la continuidad histórica de la catalanofobia se explican por el fracaso de la asimilación proyectada. La aversión y el rechazo contra los catalanes son una expresión compensatoria a raíz de la impotencia y la incapacidad de Castilla de alcanzar los objetivos asimilacionistas. Sin embargo, esta absorción política, tributaria y cultural no ha seguido nunca una estrategia de seducción mediante un proyecto cívico modernizador y un modelo social progresista. En esta tarea fagotizadora, los españoles han contado con la colaboración de catalanes impregnados de autoodio, los cuales, sin embargo, siempre han sido una minoría despreciada.

Es muy difícil que este sentimiento se desvanezca en el futuro, ya que el nacionalismo español nunca ha hecho autocrítica de su obsesión imperial ni de su proyecto carente de atractivos, lo que implica que aún continúa en la misma obsesión del asimilación, ahora soterrada. La ideología catalanofóbica ha demostrado que está recluida en sí misma, sin poder ir más allá de su perímetro “nacional”, no puede romper las fronteras que le imponen sus límites mentales, por lo que no encuentra soluciones creativas y que la rediman del pecado del imperialismo. También hay que tener presente que el aparato del Estado somete implacablemente todos a los individuos que quieren ejercer responsabilidades y exige el elemento catalanofóbico, sea quien sea el que manda y cualquiera que sea la estructura jurídica del Estado. La catalanofobia, además, es un argumento de gran rentabilidad electoral en cualquier comicio. Los líderes políticos lo palpan en los mítines mismos, y luego en las urnas constatan que una buena dosis de catalanofobia en la campaña les facilita mejores resultados. Los estudios sociológicos oficiales también muestran la mayoritaria animadversión de los ciudadanos del Estado para con los catalanes. Por todas estas causas, es muy difícil erradicar la catalanofobia y lograr la convivencia de las diferentes naciones en el Estado, porque los españoles necesitan la catalanofobia también para su cohesión interna.

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