La nueva derecha trump-independentista catalana

Hay una forma tan pobre como perversa de evitar discusiones de tú a tú con un cierto nivel intelectual, consistente en enjaular al otro en una corriente política nebulosa y, a poder ser, de referentes moralmente execrables. Desde el momento en que catorce bípedos extraordinarios y servidor tuvieron la osadía de encabezar la candidatura “Ordre i Aventura” para las elecciones del Ateneu Barcelonès del próximo jueves (¡votad, consocios!), los periodistas Roger Palà y Cristian Segura tuvieron la ocurrencia casi simultánea de hacerme el honor de ser escogido como uno de los miembros más destacados de la nueva derecha liberal e independentista catalana, una corriente xenófoba, esencialista e incluso machista que –según los dos plumillas– tendría a Donald Trump como referente intelectual (sic) más significativo.

Si antes del procés era suficiente con llamar independentista a alguien con el fin de apartarlo del debate político, la hegemonía de la liberación ha hecho que las listas negras se rijan por atribuciones ideológicas. Aquí es donde vale la pena hablar de Trump como fenómeno, justamente porque su presidencia ya no se explica por el auge de la derecha radical (como pasó con George W. Bush), sino por el colapso de las ideologías y valores morales que habían llevado a demócratas y republicanos a la alternancia del poder. Como ha recordado muchas veces el filósofo Slavoj Žižek (poco sospechoso de conservador o de liberal), el trumpismo es una desgracia porque lleva la mediocridad moral al poder, pero también una oportunidad para que derecha e izquierda vuelvan a escribir sus discursos y agrupen de nuevo a los electores sin miedo a la incorrección política.

Sorprende que mientras Trump ha podido hacer explotar los bloques ideológicos tradicionales en América (combinando medidas de izquierda radical como la incentivación de la economía de estado mediante obra pública con avisos alarmantes de regresión conservadora en el ámbito de la libre circulación de personas y de inmigrantes), en Catalunya el presidente de los Estados Unidos se utilice como una figura inequívoca para ubicar políticamente a personas tan dispares en ideología como son Vila, Rahola, Graupera o un servidor. También es sorprendente que dos periodistas que alguien llamaría de investigación nos ubiquen en el liberalismo-trumpista después de un esfuerzo titánico consistente en repasar alguno de nuestros tuits o de recortar fragmentos de artículos sin la mínima contextualización de su contenido.

En un tiempo de cambio ideológico –en que derecha, izquierda, liberalismo o comunismo resultan términos autistas para la mayoría de nuestros comportamientos políticos– sería altamente interesante dejar de señalar la alteridad en listas negras o conceptos acusadores y pararnos a pensar si valdría la pena cambiar los términos del diálogo político-ideológico, así como las convenciones resultantes con las que nos movemos todos cuando hablamos de machismo o xenofobia. A mí me encantaría contrastar todo eso con Roger Palà o Cristian Segura y estaré encantado, si la providencia lo quiere, de asegurarles un ágora en la calle de la Canuda para llevarlo a cabo. De hecho, ya hace días me encontré con Roger en el Ascensor de la calle Bellafila y le dije de ir a comer para poder intercambiar impresiones. Todavía espero respuesta, y supongo que la tardanza se debe a problemas de agenda, no a su falta de sentido crítico.

También me encantaría charlar con Cristian, pobrecito mío, para saber de dónde saca mi trumpismo, y lo haría a gusto aunque el director de su diario me haya denunciado judicialmente por recordar a mis lectores cómo expulsó a Anna Punsoda de El País por pura y simple censura, no sé si xenófoba o machista. A mí me complace hablar con todo el mundo, cara a cara, sin más límites que la libertad. Ellos todavía no responden. Es una diferencia importante, ya lo veis. Una altísima diferencia.

ELNACIONAL.CAT