¿La Cataluña silenciosa?

La Cataluña “silenciosa” se manifestó este fin de semana por Barcelona, con el éxito de convocatoria de un libro de poesía húngara decimonónica y el eco de un best seller universal. La Cataluña silenciosa. Ajá. Hablemos de ello.

El adjetivo se lo han ido poniendo ellos mismos, que conste, y lo han hecho circular por aquí y por allá con la certeza (creen) de que las mil repeticiones llevan a construir la realidad. ¿Pero por qué silenciosos?

¿Por qué se sienten silenciados? ¿En serio? Teniendo en cuenta el caso que les hacen los medios de comunicación, que es aún mayor, no parece que la cosa venga de aquí. Si de verdad estuvieran silenciados, una concentración de 6.500 personas no ocuparía tantas portadas (El Periódico, El País, el ABC, El Mundo…), ni se daría voz tan a menudo a una entidad como Sociedad Civil Catalana, con un número reducido de socios, y con unas cabezas visibles que estamos hartos de oír por todas partes.

Pero no les quitemos la razón todavía. Quizás se autodenominan “silenciosos” porque se expresan siempre en círculos reducidos y en voz baja. ¡Cachuenlamar!, diría que tampoco va por ahí la cuestión. Han sido capaces de tener una rama más arrebatada (que flirtea sin reparos con el fascismo… ¡y de silenciosos, nada!), Y otra mejor vestida, que se sienta en el Parlamento, donde se explayan a lo grande. Sin manías, sin vergüenzas, y de vez en cuando, sin educación. No son, pues, ni círculos reducidos ni cuchicheos, sino hegemonía y gritos. Hasta puede que este adjetivo del que se reclaman venga de otro lugar, y que no sea acertado y todo. Me explico. La Cataluña “silenciosa” (digamos, para no confundirnos, la Cataluña españolista) ha llenado de silencio un debate encendido de la sociedad catalana. No es el único debate que tenemos encima de la mesa (¡por suerte!), Pero sí es uno de los fundamentales para entender la política contemporánea, y es raro que los “silenciosos” no quieran dar su opinión. Por eso se llaman silenciosos, ¡coño! ¡Ya lo tenemos!

El debate que lo mueve todo hoy en día (que ha trastornado aritméticas parlamentarias, ha sacudido partidos políticos y ha llenado las calles y avenidas) es si estaría bien que Catalunya fuera independiente de España o, por el contrario, si es mejor que continúe formando parte de la misma. Desde el lado de los independentistas han expuesto argumentos para dar y vender. Han aparecido las razones económicas, las culturales, las históricas, las de supervivencia, las lingüísticas… y un largo etcétera. Cada uno tiene las suyas y, por supuesto, no todo el independentismo las comparte todas, pero están ahí y se han explicado.

Y al otro lado, ¿qué? Al otro lado, un silencio sepulcral. El silencio de la Cataluña “silenciosa”. El silencio de tener la Constitución Española como cortafuegos, de usar como armadura la unidad indivisible de la (su) patria, de emplear como tótem el argumento inalterable del “eso no se puede discutir”. Y como no se puede discutir, como no se puede debatir, como no se puede negociar, silencio. Qué pena, eh, porque mira que sería instructivo y enriquecedor escuchar atentamente argumentos para convencernos de que quedarse en España es la panacea.

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