Partidos viejos, partidos nuevos

La Catalunya contemporánea dispuso siempre de un sistema de partidos propio. En las últimas elecciones, las del 27 de septiembre, concurrieron un total de 43 candidaturas, aun así 36 menos que en los comicios de 2012, en los que se presentaron 79 candidaturas. Que haya tanta oferta electoral es una anécdota, porque luego, en el Parlament, esta disparidad de opciones queda reducida a 7, 8 o 10 partidos, algunos de los cuales, agrupados en coaliciones o candidaturas unitarias, superando la sopa de letras de la oferta electoral.

 

La cuestión es, sin embargo, que en Catalunya se da una doble oferta, cuya línea divisoria no es ideológica, sino nacional. De un lado al otro del espectro ideológico es posible encontrar una oferta partidista binaria, unionista o soberanista, salvo en el caso del espacio socialista, que hoy sigue dominado por el unionismo. ERC no es la réplica soberanista al PSC, sobre todo porque no tiene vocación de serlo, dado que la actual dirección republicana es ideológicamente muy plural, con dirigentes que se declaran comunistas sin que ello sea incompatible con sentarse al lado de personas de tradición democratacristiana.

 

Por lo tanto, ERC es hoy un catch-all party propio de las naciones sin Estado. Un frente de liberación nacional, si lo queremos formular a la manera de las luchas anticoloniales, muy parecido a lo que antes era CDC, por lo menos hasta la deriva conservadora que impuso Jordi Pujol a finales de los años 90, despojado por completo de las veleidades suecas de los primeros años de su mandato. La democracia cristiana liderada por Josep Antoni Duran i Lleida ayudó mucho a delimitar el campo de juego ideológico, escorando a CiU hacia la derecha.

 

Los herederos de UDC, los independentistas de Demòcrates de Catalunya, son un partido, digamos virtual, adherido a JxSí e incrustado en las estructuras gubernamentales del PDeCAT. Por lo tanto, de momento son tan sólo una expectativa que no sabemos si electoralmente aguantaría por separado como lo consiguen Angela Merkel o Jean-Claude Juncker, sus referentes ideológicos en Europa, o bien si evolucionará como una parte de la DC italiana, hoy disuelta en el PD de Matteo Renzi.

 

ERC es ahora un partido de centroizquierda que sabe sacar provecho de la implosión del mundo convergente y democratacristiano debido al impacto de la confesión de Jordi Pujol, al descubrimiento de varios casos de corrupción, al unionismo desatado de Duran i Lleida y, por encima de todo, porque en 2010 CiU se convirtió en el estandarte de la política de recortes, sin conseguir que al menos CDC fuera fiel a la estrategia apuntada por Artur Mas en 2007, más próxima a los liberales de izquierda y europeístas del D66 que al liberalismo conservador de Mark Rutte, el primer ministro neerlandés.

 

La arrogancia de autocalificarse como el Gobierno de los Mejores –que el tiempo demostró que no lo fue– no ligaba mucho con la modestia de proponer un combate coral desde la Casa Gran del Catalanisme. El ideal liberal que presidía esta propuesta estaba más cerca de los postulados progresistas que del neoliberalismo que se impuso después. En los Países Bajos, para seguir con el ejemplo de antes, el D66 es el partido que representa más genuinamente la tradición liberal y de vanguardia en cuestiones sociales, lo que suele asociarse con ese país. Es por eso que el día en que Trump ganó las elecciones, el D66 registró el mayor aumento de afiliados de su historia en sólo 24 horas. Mas y su Gobierno de los Mejores se desentendieron del espíritu de la Casa Gran al día siguiente de recuperar el Govern de la Generalitat.

 

Los errores se pagan. Y en política, si los errores han sido mayúsculos pueden llegar a ser mortales. En una Catalunya independiente, es muy probable que Cs acabara absorbiendo una parte de lo que hoy es un magma que gira en torno al PDeCAT y a los grupúsculos liberalconservadores desprendidos del tronco central del catalanismo moderado. Ahora eso es imposible, y además es una ucronía, porque en el ADN de las huestes de Arrimadas, Carrizosa y compañía sigue muy viva la rabia anticatalanista de muchos de sus seguidores y diputados. Les sale de su interior la bestia españolista y sectaria enseguida que hurgas un poco.

 

Cs es un partido étnico en una sociedad pluralista y si ha crecido hasta ser hoy la primera fuerza de la oposición es porque, ante la crisis del PSC, ha logrado ser el catch-all party del nacionalismo español en Catalunya, desplazando al PP, hoy más a la derecha que nunca. La tentación de García Albiol, entronizado oficialmente como líder del PPC este fin de semana, puede ser explotar otra vez la xenofobia, que es el recurso de todos los partidos extremistas europeos.

 

El próximo 8 de abril nacerá un nuevo partido en Catalunya a partir de la confluencia entre comunistas, populistas y verdes. Ellos dicen que quieren rehacer el PSUC, el autodenominado “partido de los comunistas de Catalunya”, del siglo XXI. De momento, ideológicamente están situados más en la extrema izquierda que en la izquierda, lo que dificulta que puedan ocupar el espacio en el que en otras épocas eran hegemónicos los socialistas, en especial si dentro del PSC apareciera una figura como Martin Schulz o Bernie Sanders, dos socialdemócratas de corte clásico.

 

Los comunes compiten con la CUP, la versión soberanista del mismo espacio, si bien en las elecciones españolas En Comú Podem arrastra tras de sí a la izquierda caviar —antes comunista, después socialista y ahora seguidora de los comunes— para no perder la costumbre de ser la otra cara del pujolismo, la versión izquierdista de la dependencia autonomista o federalista, eso da igual, que no se sonroja por recelar de la posible ilegalidad de un referéndum, mientras que en el pasado fue capaz de promover sin inmutarse escraches y ocupaciones de pisos. Vuelve la “ilusión” leninista.

 

Partidos que enflaquecen y partidos que mutan. Partidos oportunistas y partidos cesaristas. Partidos soberanistas y partidos unionistas. En Cataluña tenemos de todo y, aun así, cuando uno de los partidos nuevos llama a consulta a sus afiliados para decidir colectivamente qué hacer, resulta que sólo participa un 10% o menos del censo. Debe de ser por algo, ¿verdad? Quizás es que lo que falla es el instrumento, que es idéntico a los viejos partidos de toda la vida.

ELNACIONAL.CAT