¿Por qué tenemos prisa?

A medida que el calendario avanza, la campaña del no a la independencia no arranca, sino que más bien parece tomar la forma de ‘usamos tácticas dilatorias’. En unas circunstancias en las que resulta difícil formular argumentos que seduzcan para mantener el ‘status quo’, la inteligencia unionista utiliza estrategias más elaboradas que podrían resumirse en ‘no hay prisa’, ‘ampliemos la base social independentista’, ‘supeditemos la República Catalana a una social, ecológica, transgénero, respetuosa con la diversidad y que incluya, si es necesario, los aduladores, siempre que antes haya una fraternal República Española que nos espera con los brazos abiertos’. En una traducción culta, podríamos inferir que se nos pide que aplazcemos el referéndum a las ‘calendas griegas’. Artículos recientes, como los de mi admirada Marina Subirats, o posiciones recientes de mucha gente que aprecio, reunida alrededor de los comunes, parecen evidencias de que la gran esperanza unionista es no utilizar ni tribunales, ni represión, ni virulencia verbal, sino desmoralizar al adversario a base de eternizar el proceso.

Vayamos por partes. No quiero ser malinterpretado. No creo que soluciones rápidas e improvisadas sean positivas, ni que la independencia sea fácil. Soy consciente de que un salto adelante como el que buena parte de la sociedad catalana parece dispuesta a hacer requiere rigor, planificación, y elaboración de planes B, C, D… y los que sea necesario, con el objetivo legítimo de romper con un orden de dependencia que tiene repercusiones negativas sobre la vida cotidiana de la mayoría ciudadana. La precipitación puede llevar a errores. Concedo también la duda sobre si la correlación democrática actual es suficiente para sacar adelante un movimiento de tan gran dimensión. Intento tener una mirada distanciada del proceso y soy consciente de las dificultades, aunque también llego a la conclusión de que, dada la experiencia de los últimos años, y la naturaleza del poder español, los riesgos de la independencia son menores que la certeza los daños de la dependencia.

Con todo esto quiero decir que el tiempo se agota. Que puedo entender que los sectores más conservadores e incómodos ante la marea independentista hayan tratado el alargar el proceso para dejar tiempo a una negociación (que sólo podrá llegar, si llega, cuando la ruptura se materialice), el sembrar dudas entre la diplomacia oa agotar todas las fórmulas posibles para acordar un referéndum. Personalmente, creo que la consulta debería hacerse antes del verano. Sin embargo, este septiembre, como mucho, es necesario que se realice el acto de ruptura.

Si bien ya se han expuesto suficientemente los argumentos para dilatar el proceso, creo llegado también el momento de exponer las razones que indican lo contrario, y que no son fruto del nerviosismo, sino de la racionalidad.

Alargar el proceso no responde a la prudencia, sino a la inconsistencia. Si consideramos a 2010, año de la sentencia del estatuto, como el arranque del movimiento, una vez se demuestra la incapacidad de la convivencia entre dos realidades nacionales e institucionales en conflicto, siete años ya es demasiado. La mayoría de procesos de independencia contemporáneos han sido más breves. Alargar las cosas innecesariamente quita credibilidad a los independentistas, a los adversarios y a los observadores externos. De hecho, hay indicios claros de que se nos empieza a pasar el arroz.

La velocidad va a favor de la independencia, hay que seguir llevando la iniciativa. Ligado a esto, también debido a las experiencias internacionales, y de la propia experiencia, la velocidad implica imponer la agenda nacional e internacional, condiciona los movimientos de los adversarios, les pone a la defensiva y transmite determinación independentista a los observadores internacionales. Cualquier minuto que dejamos pasar sin posesión del balón es conceder a alguien que tiene más capacidad e instrumentos.

Basta de excusas. Tomar decisiones contundentes refuerza la calidad democrática del nuevo Estado. Como ya he defendido en más artículos, uno de los hechos que explican el anhelo independentista no es el nacional, sino que se trata de calidad democrática. Los residentes en Cataluña hemos creído que una Cataluña independiente puede resultar un seguro democrática respecto de un Estado conformado como reconversión de una terrible dictadura que no duda en actuar como tal cuando ve lesionados los intereses de la casta franquista que la pilotó , y que no duda en poner fuera de la ley a los resistentes antifranquistas y a los movimientos republicanos. Los procesos contra independentistas, pero también la represión contra la libertad de expresión cuando alguien ataca el orden franquista vigente (como el caso de los chistes a Carrero Blanco, la impunidad de la familia Borbón o la negativa a juzgar los crímenes de la dictadura o la transición), demuestran que cada minuto vivido bajo la monarquía actual es un minuto malogrado bajo un régimen con demasiados paralelismos con el turco.

Ir deprisa puede dificultar la organización de un unionismo dividido. El unionismo tiene unos cuantos problemas. De los que uno de los principales es que no acepta pactar un referéndum (ni el pactado) porque no tiene nada que ofrecer. Dada la historia reciente difícilmente podría organizar una campaña de seducción, no resulta creíble, y las acciones protagonizadas (judiciales y periodísticas) han dividido el unionismo. Una división dolorosa entre aquellos que querrían mantener los lazos emocionales con España y aquellos que simplemente quieren preservar el viejo supremacismo castellano para mantener una idea de nación posimperial. Los independentistas (y me consta que la mayoría del gobierno lo es), si quiere ganar un referéndum debe ir deprisa, para evitar la movilización del adversario.

Ya es hora de que las izquierdas de la órbita de los comunes decidan solos. Uno de los problemas de los comunes, que efectivamente representan una parte sustancial de la historia del país, es que también arrastran la hipoteca de algunos de sus componentes, como ICV, demasiado acostumbrados a ser un partido de cuadros, en los que se imponen decisiones verticales , con unas bases demasiado acostumbradas a no cuestionar órdenes, lo que lo hace ser fácilmente manipulable desde fuera. Las decisiones de los comunes contrastan claramente con la voluntad de muchos de sus votantes, un elevado porcentaje de los cuales es partidario de la independencia unilateral (y claramente de la idea de la unilateralidad referendista). Un referéndum rápido abortaría su táctica dilatoria de estos últimos días, retrataría una posición incómoda, coincidente con Ciutadans, PP y un irreconocible PSC, y les forzaría a tomar una posición inequívoca, sin posibilidad de sacudirse las pulgas de encima, como han hecho hasta ahora.

Los próximos cinco años serán decisivos en la evolución económica europea y mundial, y Cataluña debe tomar decisiones estratégicas que la sitúen favorablemente. Las indisimuladas discriminaciones en cuanto a infraestructuras, la deliberada política discriminatoria hacia los Países Catalanes, las decisiones contrarias al desarrollo económico no dejan ninguna duda. Estos próximos años se juega la conexión con el mundo (portuaria, aérea, ferroviaria), que es tanto como decir el establecimiento de las vías y rutas que nos conectan con el desarrollo económico. Sin independencia, se puede hacer real la voluntad clara de marginar geostrategicamente nuestro país. Sólo hay que recordar que el gobierno franquista ya había planificado la desindustrialización del país, y que sólo las exigencias internacionales (como fue el caso de FIAT raíz de su inversión en la creación de la SEAT) la han ida impidiendo, de momento. La independencia asegura que Barcelona (y su área metropolitana y las ciudades conectadas) mantenga posibilidades económicas. En un momento en que nos podemos encontrar con cambios significativos en las reglas del juego industrial, cada minuto sin independencia son decisiones que se dejan de tomar.

La situación geopolítica puede evolucionar negativamente. Todo el mundo ve que estos próximos años, con la aparición de fuerzas populistas, con alguien poco responsable como Trump dirigiendo la superpotencia mundial, con la posibilidad de repliegues interiores dentro de los estados y con una Unión Europea en peligro de desaparición, las posibilidades de reconocimiento internacional pueden empeorar. No nos podemos permitir perder el tiempo ante un panorama tan incierto.

Los independentistas tienen el derecho de vivir la independencia. Todo el mundo ve que el independentismo, casi hegemónico en la Cataluña actual, es fruto de ingentes esfuerzos de activistas que han dedicado toda la vida para llevarnos a las puertas de la libertad. He tenido el disgusto de ir a algunos entierros de gente como Toni Lecha, que tuvieron que luchar toda la vida por no ver cumplidos sus sueños. Es de justicia que aquellos que se supieron mantener fieles a sus ideas, en contra de su interés personal, su carrera política, su salud e integridad física, puedan ver materializados sus sueños. A muchos les queda poco. Es ofensivo de hacerlos esperar, aunque sea unos cuantos meses.

Hay que castigar el franquismo impregnado en el nacionalismo español. Los otros grandes actores de esta historia, unos unionistas poco respetuosos con la idea democrática del derecho de autodeterminación, aquellos que no se han limitado a expresar una opinión legítima, sino que han dedicado buena parte de los esfuerzos a la ofensa, a la descalificación, a la guerra sucia, a la amenaza, al desprecio, deben comprobar que las malas acciones conlleva sanción. El nacionalismo español, no entendido como patriotismo inocuo, sino como negación de la diversidad nacional, merece ser castigado, y los responsables deben aprender una lección. Mención aparte merecen los silencios cómplices ante la agresión, que han de ver en directo como los comportamientos irresponsables necesariamente tienen consecuencias.

Consideración final. Probablemente habrá una DUI para asegurar un referéndum tiempo después. A medida que se agotan plazos, y en virtud de la evolución de los acontecimientos, soy consciente de las dificultades y las posibles carencias de garantías de un referéndum, si hay interferencia de la soberanía española. Entiendo que el ideal (y esta es una idea que comparten la inmensa mayoría de los independentistas) sería un referéndum acordado, aunque ello implicara meses de retraso. Sin embargo, esto no creo que pase. Es por eso que lo más probable y razonable es una declaración de independencia que vaya acompañada de un control efectivo del territorio y las instituciones, hecho en el que seguro que las organizaciones de la sociedad civil y la ciudadanía organizada deberán tener un papel significativo; dicho de otro modo, los huevos que, como anunciaba Joan Coma, hay que romper para obtener la tortilla. Sólo con una independencia de facto , que no requiere un reconocimiento internacional inmediato, será posible hacer un referéndum, no necesariamente de forma inmediata. Sin embargo, esto implica una proclamación de una república y una elaboración de unas reglas del juego en donde, efectivamente, habrá votar. Pero la ruptura habrá materializarla antes del otoño. Esto no es prisa. Es, en suma, racionalidad política. Sólo desde una legalidad republicana se podrá formular, en algún momento, la cuestión sobre si mantenernos en una república catalana o retornar a una monarquía española, de la que ya habremos tenido suficiente experiencia.

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