Cataluña ante la ‘cerrazón’ española

Hay tres factores que deberían empujar a España en la negociación política inmediata con Cataluña sobre el referéndum de independencia de esta última. El primero es humanístico, el segundo político y el tercero estratégico. Humanístico, porque la observancia de los Derechos Humanos está por encima de la Constitución y de las leyes internas de los estados que los han suscrito. No hay, por tanto, ninguna legislación ni ningún tribunal constitucional o supremo que tenga un rango superior a aquella Declaración Universal. No hay pueblos superiores ni pueblos inferiores, no hay naciones con derechos mayores ni naciones con derechos menores, no hay identidades de primera ni identidades de segunda. El derecho a la libertad es inherente a la existencia humana y nadie tiene derecho a erigirse como repartidor en nombre de cualquier superioridad moral o armada.

El segundo factor, el político, se define con una sola palabra: democracia. Las discrepancias en toda colectividad democrática se dirimen en las urnas. Y si, como es el caso, hay un pueblo que no quiere permanecer más tiempo sometido a la voluntad de otro pueblo, es obvio que ambos deben sentarse alrededor de una mesa y acordar la fecha del referéndum que permita cuantificar, con votos en la mano, el afán de libertad expresado por el primero. Hay que tener presente que las colectividades que no someten sus conflictos al veredicto de las urnas están condenadas a arrastrarlos toda la vida.

Y el tercer factor, el estratégico, también se cuenta con una única palabra: inteligencia. Es elemental: si no puedes evitar que aquel, de quien sacabas beneficio, te deje, intenta sacar las máximas ventajas de la separación. Sobre todo si tu eres el titular de una deuda de la cual él, al dejarte, quedará liberado. Si te muestras soberbio, te la tendrás que tragar entera; si te muestras respetuoso, él asumirá una parte.

Desgraciadamente, la ‘cerrazón’ española, como en todos los conflictos que ha tenido por idéntica razón a lo largo de la historia, se burla de estos tres factores y continúa empeñada en llevar el carro por el pedregal. Por eso, desde el 1640, con el adiós de Portugal, la historia de España no es más que una serie de ‘desposesiones’: Flandes, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Paraguay, Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Venezuela, Perú, Bolivia, Uruguay, Cuba, Filipinas, Puerto Rico, Marruecos, Guinea, Sahara… Nadie se ha sentido a gusto bajo el yugo de la cerrazón española; todo el mundo, mínimamente adulto y con conciencia de su identidad, ha huido de ella.

Por eso no es de extrañar -aunque hay gente de buena fe que se haga cruces- que España se aferre al absolutismo y a principios y ordenamientos totalitarios para impedir la libertad de Cataluña. Los tres factores expuestos aquí, el humanístico, el político y el estratégico, es decir, derechos humanos, democracia e inteligencia, le resbalan. Prefiere despeñar el barco contra las rocas que bajar bandera y reconocer que no es nadie para decidir sobre la vida del pueblo catalán.

Con relación al factor humanístico, la negativa a juzgar los crímenes del franquismo o la colocación de destacados fascistas en lugares estratégicos de la sociedad española -incluso como fundadores de partidos políticos de talante ferozmente antidemocrático-, así como la subvención de entidades franquistas, la condecoración de representantes del nazismo o la preservación de monumentos de exaltación fascista, ya indica el nivel de respeto que siente el Estado español por los Derechos Humanos. Por la misma razón, tampoco tiene sentido esperar ninguna argumentación política. España no ha dialogado nunca, siempre se ha impuesto, aunque finalmente haya salido escaldada. Esta vez, además, tiene un motivo que no puede eludir, y es que carece de argumentos políticos. Por ello, para poder reprimir las urnas, llega al paroxismo de amenazar y perseguir a las empresas que las venden o las fabrican, elabora pruebas falsas que difunden medios de comunicación corruptos, criminaliza las esteladas violando los acuerdos de los plenos municipales, conculca la libertad de expresión, amordaza al Parlamento de Cataluña, inhabilita parlamentarios y, como es habitual en todas las dictaduras, crea tribunales políticos que, con sus sentencias represoras y antidemocráticas, vulneran principios básicos de los Derechos Humanos. ¿Quién, con cinco dedos de frente, quiere vivir en un Estado de esta naturaleza?

Ante un Estado así, es obvio que Cataluña no sólo tiene el derecho de constituirse en un Estado independiente, tiene también la obligación. Y por dos razones básicas: por sentido democrático de la vida y por pura supervivencia. No se puede dialogar con la ‘cerrazón’, porque la ‘cerrazón’ es la antítesis del diálogo. Estamos ante un Estado que si no cierra en prisión al presidente Puigdemont, al vicepresidente Oriol Junqueras, a la presidenta del Parlamento, Carme Forcadell, además de consejeros, alcaldes, funcionarios, escritores, periodistas, etc., no es por falta de ganas, sino porque la observación internacional se lo impide. Este es su drama: quiere impedir el referéndum porque le tiene pánico, pánico con mayúsculas, y no sabe cómo hacerlo, dado que haga lo que haga le reportará consecuencias negativas. Ha llegado la hora, pues, de que nuestros políticos, en calidad de legítimos representantes del pueblo de Cataluña, actúen en consecuencia de acuerdo con la legalidad catalana y el derecho internacional.

EL MÓN