La revolución cultural

Ayatolá, fanático, irreductible, valiente, tibio, moderado, extremista, héroe, mártir, creyente, escéptico, unidad, ‘seny’. La auténtica revolución la estamos haciendo a base de destruir este pseudolenguaje que, durante más de 40 años, ha degradado la democracia y el espíritu de los catalanes, que venía ya estropeado por tantos años de militares y dictaduras.

Vivimos una revolución cultural de fondo y el Estado sólo la podrá parar inventándose una cosa tan bestia como la guerra de 1936. Los políticos y los intelectuales que piensan que podrán seguir prosperando volviendo atrás no han entendido que el éxito del independentismo no tiene que ver ni con la crisis ni con la capacidad de movilización de la ANC y de Òmnium.

Las consultas populares del 2009 triunfaron porque liberaron a los catalanes de la amenaza gratuita que pesaba sobre sus proyectos de vida y su conciencia. En el momento que dejas de sufrir por la integridad corporal y, sobre todo, por un fracaso sin sentido, la derrota es más fácil de asumir que la renuncia.

El sábado, el escritor Adrià Pujol escribía en Twitter: “No sé qué hacer con la ideología de alguna gente que me cae bien”. Lo que le pasa es que cada vez le cuesta más el comerse que algunas de las personas que le hacen la pelota sean cómplices del Estado que le oprime. Cuando pueda decirse eso directamente, sus libros serán más divertidos y nos la pondrán más dura.

Todo el mundo ve que el rey va desnudo e incluso si ahora se evitara el referéndum tampoco cambiaría mucho la cosa. La idea de la autodeterminación se ha cargado el sistema de miedos y sobrentendidos que el franquismo y la transición habían instalado en la cabeza de los catalanes. La idea de que tú te tienes que fastidiar para que el otro viva tranquilo, por el solo hecho de que eres catalán, ha perdido prestigio.

La fuerza que las redes sociales tienen a la hora de divulgar noticias y dar sentido a las palabras más allá de los intereses de las viejas capillitas, poco a poco va haciendo el resto. Si el Premio Gaziel galardona una obra sobre Eugeni d’Ors llena de errores, es bastante con que El Temps lo denuncie para que mucha gente se entere, sin necesidad de comprar la revista. Cuando Xavier Domènech y Pablo Iglesias intentan hacer prevalecer el espíritu del derecho a decidir de Mas por encima del Derecho a la Autodeterminación, olvidan que los lectores de El Periódico también tienen Twitter y Facebook.

Los mecanismos de dominación y de destrucción de la cultura catalana que hasta ahora habían funcionado empiezan a fallar. El imaginario del ‘roscón’ que ha hecho del catalán un idioma sin vísceras ni sangre cada vez queda más corto para explicar el país y arreglarlo. Los sociólogos han hecho el ridículo ante los poetas. Los intelectuales con aires de ingeniero hacen sonreír más que Duran i Lleida.

Es divertido ver como los tics de aquel pseudolenguaje creado para mantener el país bajo control, van quedando en manos de la parroquia interesada en mantener las cosas como están. Los elogios ditirámbicos que Gonzalo Torné ha dedicado a nuestro suplemento (http://www.elcultural.com/revista/opinion/Penelopes/39892) son un ejemplo casi tan cómico de este paisaje enternecedor como la España plurinacional de Pedro Sánchez o las menciones de Marta Pascal “a los soldados del PDeCAT”.

Si Torné quiere ver ‘La Lança’ traducida al castellano, que se la pague él o que le envíe una carta a Rajoy. El gobierno español ya subvencionó la traducción al catalán de la web de El País, y no parece que haya servido demasiado a sus propósitos. A medida que la cultura catalana vuelva a distinguir entre lo que es secundario y aquello que es principal, mantener la relación con España a través de la comedia cada vez será más destructivo y doloroso.

La verdad da miedo porque es como un espejo. Una vez te reconoces en ella o bien le entregas el alma mientras vas poniendo excusas o bien tomas el riesgo de intentar crear con ella alguna cosa que la honre y que la eleve. “A menudo nos damos cuenta de que todo ha muerto/ en un intento desesperado de vivir”, decía Francesc Garriga. Es lo que tienen las revoluciones, que no son cómodas y se llevan muchas cosas por delante.

Pero yo no estaré triste, por más destrucción que vea. Sólo me faltaría eso, con el trabajo que me da encontrar mi camino entre los escombros.

EL NACIONAL.CAT