Cuando todo se precipita

Espero que todo el mundo lleve el cinturón bien abrochado porque han comenzado las curvas, los acelerones y los volantazos. Tampoco se puede decir que no habíamos sido avisados. Un Estado como España no puede permitirse perder su particular gallina de los huevos de oro. Y finalmente se ha dado cuenta de que esta gallina -que ha dicho que nada más- estaba dispuesta a romper los huevos que fuera necesario. La semana pasada, con la aprobación de las leyes de referéndum y de transitoriedad, el Estado español descubrió que ciertamente hay una mayoría dispuesta a hacer la independencia y asumir sus consecuencias. A partir de este descubrimiento y tras una primera reacción de estupefacción porque alguien les había dicho que todo esto era un suflé y que no nos atreveríamos, las cosas han cogido este ritmo que los amantes de la lectura de crónicas de los grandes eventos históricos puede reconocer perfectamente. Cuando todo se precipita.

Indefensión y miedo
Hay una estrategia del Estado que consiste en crear la sensación de caos y descontrol. De vulnerabilidad social. De crispación y de fractura. Una especie de estado de sitio y de excepcionalidad. En este sentido, la amenaza constante, policías militares revolviendo maleteros de coches de trabajadores, redacciones de medios profanadas, citaciones judiciales a diestro y siniestro, webs y anuncios prohibidos, miles de cargos coaccionados, decenas de policías desembarcados aquí y allá, vehículos militares arriba y abajo … Todo ello tiene este objetivo concreto: generar una sensación de crisis social abierta y de indefensión. Todo ello se resume en la idea de meter miedo.

¿Sonrisa o escupitajo?
España estaba preparada para encarar una revuelta de inspiración revolucionaria a la manera del siglo XIX. Estaba también preparada para encarar un numerito del catalanismo, como una pataleta, que se pudiera arreglar con buenas palabras y un poco de lentejas. Pero no estaba preparada para actuar contra un movimiento inteligente, con sentido del humor, dominio de las redes sociales y capacidad política. Se han encontrado con el enemigo que no esperaban. Se encontraron una sonrisa cuando perseguían un escupitajo. Han quedado completamente descolocados y, a partir de ahí, les han empezado a fallar todas las pensadas que tenían a punto.

El perro de presa ha huido
Por ejemplo, les ha fallado estrepitosamente el plan A, que era el uso del TC como arma política dispuesta a detener lo que el gobierno era incapaz de encarar políticamente. En 2015, con la experiencia del 9-N, hicieron una reforma por lectura única (ni Iceta ni Albiol ni Coscubiela ni Arrimadas hicieron grandes aspavientos) de la ley del tribunal para dotarlo de capacidad sancionadora. Era un hecho muy irregular y completamente inédito en una democracia europea. Pero confiaban en que con las sanciones (multas y suspensiones, básicamente) del TC podrían detener ‘la aventura separatista’. Pero no. El tiro les salió por la culata cuando el pasado viernes los magistrados del TC decidieron que no harían de perro de presa del gobierno y decidieron incluir a Forcadell como parte de la causa general que se instruye contra el referéndum.

La diferencia entre un fiscal y un juez
Con este widget jurídico, el TC se blindaba de ser utilizado para hacer sanciones ‘ad hoc’ por la vía de urgencia. El Gobierno confiaba de transmitir -con la actuación del TC- la idea de que todo era un problema de cumplimiento de la legalidad y de voluntad delictiva por parte de los independentistas enloquecidos. La acción represiva debería salir ahora del gobierno con la figura del fiscal general del Estado o de los fiscales colocados (y previamente depurados) en Cataluña. Pero las órdenes de actuación las da en este momento un fiscal y no un juez o un tribunal. Y la cosa cambia mucho para cualquiera que sabe cómo funciona un Estado y su sistema judicial.

Cuando los días tienen 24 horas
Como han hecho tarde y se dan cuenta que estuvieron perdiendo el tiempo confiando en que el miedo paralizaría al presidente Puigdemont, su gobierno y los diputados de la mayoría, ahora deben darse prisa y actúan a la desesperada. Sólo así se explica el resbalón sideral que implica citar a declarar a más de setecientos alcaldes. Recordemos que tan sólo faltan dieciséis días para el referéndum. Setecientos alcaldes por dieciséis días, eso son cuarenta y cuatro alcaldes cada día. Y los días todavía son de veinticuatro horas. Ya veremos de cuántas horas haremos los días, en la república, pero de momento la ley de transitoriedad no dice nada. Ya me explicarán cómo lo harán.

El factor mambo
Mientras, la calle baila el mambo. No sé si hemos valorado lo suficiente cómo ayudó el vídeo aquel de la furgoneta de la CUP para distender la ciudadanía al día siguiente de las dos largas jornadas del ‘golpe de estado’ en el parlamento. La reacción de Valls el sábado pasado terminó de marcar el camino de la función de la gente ante la chapuza de las cabezas pensantes del estado que habían enviado la Guardia Civil disfrazada de grupo especial de intervención a una redacción de semanario. Y el tono de la manifestación, como una riada de risas, cerraba una sucesión perfecta justo antes de comenzar la campaña.

Los corresponsales en Turquía
Todo ello, con consecuencias evidentes e inmediatas en la opinión pública y publicada internacional. De entrada, la prohibición de un debate en Madrid hacía saltar las alarmas dormidas de un grupo de demócratas que no ha terminado de digerir la victoria de Rajoy cuando prometía que el Estado cambiaría y Cataluña sería escuchada. Pero las alarmas saltaban muchos kilómetros allá por la citación y la amenaza de detención de los setecientos alcaldes. El New York Times, el Guardian, Le Monde y el Frankfurter Allgemeine están acostumbrados a informar de hechos de esta naturaleza por las crónicas que les envían sus corresponsales en Turquía. Pero no contaban recibir este tipo de noticias de sus enviados a Barcelona. Y la reacción era fulminante. Y todos los dichos editoriales señalaban estos días al gobierno español para no permitir votar a los catalanes. También saltaban las alarmas de organizaciones de los derechos humanos tan poderosas como Human Rights Watch, que mostraba  su sorpresa por la noticia a través de su jefe de comunicación europeo.

Una noche sin dormir
La judicialización con el TC, la reacción atemorizada de un catalanismo cobarde, la agresividad de algún grupito que quemara algún contenedor, el silencio de un mundo gobernado por estados, todo ello se les desmonta en las manos como un castillo de naipes. Y eso no significa que no puedan hacer nada a la desesperada. Pero cada decisión que toman les estalla en los morros y van perdiendo sábanas cada colada. Sólo les faltaba cerrar el día de ayer con la portavoz del Departamento de Estado de EEUU afirmando que su gobierno trabajaría ‘con la entidad o gobierno que salga’ del referéndum del 1 de octubre. Esta noche sí que no han podido dormir.

La prueba de fuego y las buenas vibraciones
Yo no pienso que ya esté todo hecho. Me parece que estos dieciséis días serán una prueba de fuego constante que habrá que superar con determinación, inteligencia y mucha valentía. Cuando el gobierno reacciona con dos réplicas de la web del referéndum pocos minutos después de que la Guardia Civil haya ido a cerrar los servidores del original, demuestra que se ha preparado para lo que ha de venir. Que el alcalde socialista de Terrassa se libre de las coacciones de su partido y haya querido pactar los colegios de votación con la Generalitat, es un síntoma que no se puede despreciar.

Pasarán cosas. Muchas. Una tras otra. Pero si nadie se desvía del camino marcado hasta ahora, tendrán muy complicado torcerlo. En este conflicto, ahora que todo se precipita, el Estado español va de fracaso en fracaso. Ya lo decía Joan Fuster que ‘el fracaso no se improvisa’.

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