Doce días y cuatro preguntas

El Estado español está desgarrando las costuras de su propia Constitución, interpretándola abusivamente para detener el referéndum. Es una obviedad que la Generalitat también ha provocado una ruptura transitoria y limitada del orden constitucional español con la ley del referéndum pendiente de los resultados del 1-O. Pero el Estado se está pasando por el forro derechos básicos como el de expresión, prensa o reunión, amenaza a los cargos públicos electos e interviene económicamente la Generalitat, por lo que crea un estado de excepción de facto , trata a las autoridades catalanas como a sediciosas y está aplicando el artículo 155 por la puerta trasera. Y, ante estas gravísimas circunstancias, el soberanismo se hace varias preguntas a las que quiero dar respuesta.

¿Es que no se enteran de lo que hacen?

A muchos soberanistas les tiene sorprendidos la obcecación unionista. Desde la buena fe, uno se pregunta cómo puede ser que se responda con esta ceguera política al desafío independentista. ¿Es que no tienen ningún asesor que les informe correctamente de qué pasa aquí? ¿Cómo es que buena parte de la intelectualidad española calla o se ha puesto de su parte? ¿No tiene nada que decir la Europa democrática? Es cierto que no es fácil hacer esfuerzos de comprensión del adversario en plena batalla, e incluso puede parecer inconveniente. Pero hay que entender que la independencia de Cataluña pone en riesgo los fundamentos sobre los que se ha construido el proyecto nacional español: la asimilación de los territorios de conquista hasta su disolución definitiva. Una idea que es, al mismo tiempo Boletín Oficial del Estado hasta la auto simbólica en un sistema cultural unitario. He aquí, pues, su terror a tener que repensar de arriba abajo y de nuevo y la rabia con la que se defienden.

¿Hasta dónde llegaran?

Vista la virulencia de su comportamiento, y viendo que ya se están saltando los preceptos del estado de derecho, parece obvio que el Estado no pondrá otros límites a su acción que los que incomoden de manera insoportable los intereses de sus socios en la Unión Europea o que desencadenen una gran ola de indignación mediática internacional. Pero su desesperación tiene que ver con su supervivencia: la del gobierno de Rajoy, la de su sistema de partidos y, en general, la de su idea de nación y la de los intereses que en ella se refugian. No se privarán de nada, y hará falta mucha serenidad para no responder a las provocaciones.

¿Podemos ganar?

En un cierto sentido, ya hemos ganado. El desafío independentista no tiene marcha atrás, tanto si se resuelve el 1-O como más adelante. Propuestas como las de la reforma constitucional de Margallo o la de un federalismo de Sánchez más propio del siglo XIX que de ahora no son creíbles ni tienen apoyo alguno en España. La política española se ha metido en una ratonera de intransigencia de la que no puede salir sin sentirse derrotada y caer en una profunda depresión colectiva. Pero el independentismo aún debe ganar en concreto, en la institucionalización y reconocimiento del Estado propio. Con el 1-O no será suficiente.

¿Qué pasará el día, el 2-O?

Finalmente, uno se pregunta por el día siguiente. Dicho muy brevemente: en el peor de los escenarios -un referéndum con escasa participación- los soberanistas iríamos a parar a un limbo político -para los más jóvenes, el limbo es el lugar donde las almas de los justos esperan su salvación-, pendientes de nuevas estrategias para un futuro desenlace. Ahora bien: en cualquiera de los otros escenarios -con victoria limpia en el referéndum o con el referéndum suspendido-, quien entrará en el infierno de una división interna serán el gobierno español, el PP, las Cortes y los medios de comunicación españoles, un infierno del que les será difícil salir. El 2-O no será fácil para nosotros, pero será terrible para el Estado.

ARA