August Gil Matamala: ‘No había una conciencia bastante clara de qué significa desafiar al Estado español’

Entrevista al abogado y activista cuya biografía han escrito Anna Gabriel y David Fernández

‘August Gil Matamala. Al principio de todo está la guerra’ (Siembra, 2017) es una biografía de este abogado y activista que condensa ‘tres años de República, tres de guerra, treinta y nueve de dictadura y treinta y nueve de democracia formal’. Es un libro escrito por Anna Gabriel y David Fernández, que en algún momento de sus vidas se encontraron con él. Así explica Fernández la razón del volumen: ‘A través de un itinerario íntimo, hacemos un relato colectivo. Cuando hablamos de August, hablamos de muchísima gente que mantuvo la combinación de compromiso, convicción y coherencia’. Gabriel lo confirma de esta manera: ‘Su figura cristaliza toda una historia invisibilizada en la historia oficial de las izquierdas y también del independentismo’.

‘Ha sido un trabajo constante de condensación. Tan sólo la transcripción de las conversaciones eran tres mil páginas… ‘, explica Fernández, que se resiste a destacar un periodo concreto de la vida de Gil Matamala. Finalmente, acepta señalar el momento en que el abogado abandona el PSUC y el relato sobre su padre. Anna Gabriel destaca ‘toda la tarea de acompañamiento de familiares y entornos de presos obreros, militantes comunistas y activistas independentistas, que nunca es suficientemente reconocida’. Ambos autores explican que tenían la voluntad de llenar el vacío de la historia oficial de la izquierda. ‘La historia la escriben los vencedores, también en el campo de la izquierda’, dice Fernández.

Hemos hablado con August Gil Matamala, que, con la discreción extrema que le caracteriza, ha aceptado hacer este recorrido colectivo por su vida y hoy también nos abre algunos recovecos de su memoria. Hablando de su vida, hablamos de nuestro presente. Y la experiencia ayuda a poner un poco de perspectiva en la batalla trepidante de nuestros días.

-La agenda nos ha llevado a hacer esta entrevista un 20-N…

-Efectivamente…

-… cuarenta y dos años después. ¿Quizás ahora ha quedado más claro que nunca que el franquismo no murió con Franco?

-Desde un punto de vista de conciencia amplia social, pienso que sí. Que ahora se va descubriendo algo que algunos ya decíamos cuarenta años atrás. Pero éramos pocos. Y ahora parece que es una reflexión asumida por mucha gente y muchos comentaristas. Hay unas persistencias muy consolidadas de tradición franquista.

 

-Más allá de las actitudes, formas y maneras de pensar, ¿hay una vigencia del mismo también en las élites dominantes del Estado español? ¿Queda claro que no hubo ruptura?

-No hubo ruptura. Y también constatamos que hay una continuidad desde antes del franquismo. Estas familias que dominan el Estado español vienen de antes del franquismo. Ya estaban antes. El franquismo es un episodio de la historia de España que recoge y lleva a un estado de exacerbación unas constantes que vienen de mucho tiempo atrás, no sé si del ‘Siglo de Oro’. Este concepto de España como entidad que hay que defender porque no tiene una base lo bastante sólida y hay imponerla desde el poder. Es esta idea de hipertrofiar el sentido patriótico de la unidad de España desde el poder. Esto no lo inventó Franco.

 

-Nació quince días antes de la insurrección del 6 de octubre, en plena revuelta de los mineros de Asturias, cuando el nazismo se extiende por el centro de Europa… Debe marcar el carácter nacer en este contexto…

-Nací el 19 de septiembre de 1934. al cabo de quince días se declaraba el estado de excepción. En el momento del nacimiento había un gobierno de derechas, con toques fascistizantes, en la República española. A los quince días de nacer, los militares entraron a ocupar Barcelona. Curiosamente, uno de los militares que vino a ocupar la ciudad era un hermano de mi padre, que era militar africanista.

 

-¡Caramba!

-Sí, sí… Hay una fotografía que aún conservo en la que aparece mi tío vestido de militar con mi madre. Todo era muy complicado. La historia es muy complicada.

 

-La conciencia debía ir tomando forma con estas experiencias tempranas…

-Sí. En la infancia se forma el carácter, la manera de ser y de pensar. Está claro que la infancia marca mucho. Por mi parte, estuvo muy marcada por la guerra civil. Por eso el libro tomó esta frase como título y como punto de referencia. La guerra civil me cogió muy pequeño -debía tener cinco años cuando se terminó-, pero me marcó claramente. Y especialmente, la posguerra, los años cuarenta, fueron decisivos para mi personalidad.

 

-La posguerra es un padre en el exilio…

-Volvió el año 44. Se había incorporado al frente, a su quinta y, por tanto, ya estuvo ausente durante la guerra. Siguió la retirada del ejército republicano. Como había sido concejal del Ayuntamiento de Sallent por UGT y comisario de cultura durante la guerra como afiliado al PSUC, estaba bastante marcado políticamente para no poder volver pronto. Una parte de los que se fueron a Francia volvieron pensando que no les pasaría nada y fueron fusilados. Mi padre se quedó en Francia y siguió una trayectoria complicada con el estallido de la Guerra Mundial, la ocupación alemana, la participación en la resistencia francesa… Pasó unos años complicados. Y cuando volvió, en el año 44, lo hizo como militante de una agrupación guerrillera (los maquis). Por lo tanto, volvió a continuar su guerra. Esto también ha marcado mucho mi infancia.

 

-¿Quién nos iba a decir que ahora habría que volver a huir al exilio para escapar de la represión del Estado español… Habiendo conocido el exilio entonces, ¿encuentra excesivo o inadecuado que se hable ahora de ‘president’ y ‘govern’ en el exilio?

-La palabra ‘exilio’ es válida siempre que nos encontramos con una opción que puede ser una exigencia de pura supervivencia o puede ser una fórmula de evitar la represión por motivaciones políticas. La palabra ‘exilio’ es válida para estas personas del govern que están en Bélgica. Es evidente que las condiciones son diferentes. Huelga decir que el exilio de los republicanos del año 39 no fue acogido precisamente muy bien. Fueron encerrados en campos de concentración durante muchos meses. Mi padre estuvo encerrado en estos campos de concentración y, cuando salió, tuvo que hacer todos los trabajos del mundo para sobrevivir. Desde leñador hasta cualquier cosa. Ahora hay un exilio porque es la manera de sustraerse de una represión evidente y comprobable por motivos políticos, pero con unas condiciones afortunadamente más favorables.

 

-Así, ¿toma conciencia en este paso por la infancia y antes de entrar en la universidad?

-Mi conciencia se formó a base de bofetadas. Y las mías fueron fuertes. Conocí a mi padre en una cita clandestina. Me llevaron con mi madre. Él estaba absolutamente escondido porque luchaba clandestinamente con la agrupación que dirigía Miguel Núñez, jefe de los guerrilleros de Cataluña. El primer recuerdo de mi padre es de una cita clandestina. Esto ya marca un poco. Y la segunda vez que lo vi fue en la cárcel. Lo detuvieron y pasó una temporada larga en la cárcel cuando yo tenía diez y once años. En casa se vivía con mucha intensidad la situación política. No era una familia de las que callaban. No viví el silencio que se produjo en muchos hogares. Lo vivíamos tan de cerca que no podía hacer como si nada. El franquismo era nuestro enemigo natural.

 

-¿Y cuándo se decide a ser un militante activo?

-Eso ya es en la universidad. En la época del bachillerato, me fui formando una cierta cultura más allá de lo que me enseñaban en la escuela. Tenía más fuentes de información. E ideológicamente me sentía muy en contradicción con la opresión religiosa, por ejemplo. Los años cuarenta, más que una opresión política, que también estaba presente, había una opresión religiosa que creaba una situación de contradicción con el sistema educativo y con una vida pública. En casa, la familia era de izquierdas y no tenía contacto con la vida religiosa. En la universidad entré en una militancia concreta en los últimos años de la carrera de derecho.

 

-Tiene un Pi i Sunyer de profesor; un Trias Fargas, que le suspende la única asignatura suspendida de la carrera; un Macià Alavedra compañero de clase… Salen muchos nombres destacados de aquel paso por la universidad.

-Mi promoción de derecho fue bastante rica en nombres. Era la promoción que entró el 52 y salió el 57. Al menos los que acabamos la carrera en cinco años, tal como estaba pensada. Es una promoción que de una manera u otra ha ido destacando en campos muy diversos. En el libro hay una relación de nombres bastante larga. Fui compañero de Jordi Solé Tura, de Francesc Vallverdú, de Goytisolo, de Jaume Lorés, de González Casanova, de Llibert Cuatrecasas, de Piqué Vidal…

 

-Fue muy amigo de Solé Tura. Autor de la teoría sobre el origen burgués del catalanismo…

-Sí. No compartía su tesis ni la comparto. Pienso que se le ha dado demasiada importancia. Se ha exagerado la importancia de aquel libro, que era más una crítica al nacionalismo burgués, hegemónico en ese momento, y una defensa de un catalanismo popular.

 

-En la universidad se afilió al PSUC. Y se salió pocos años después.

-Ingresé en el PSUC clandestino con un grupo de amigos. La forma de entrar en el antifranquismo activo era a través de las organizaciones existentes. El PSUC representaba la opción más combativa y organizada. Parecía que tenía una capacidad de actuación mayor. Pero tenía una formación marxista o ideológicamente comunista muy pobre. Había una voluntad de luchar contra el franquismo. Nosotros formamos la célula universitaria con gente de la Facultad de Derecho y la Facultad de Letras. A partir de entonces, algunos comenzaron a trabajar con más conocimiento ideológico marxista y comunista. Tuvo mucha influencia en esta tarea en Manuel Sacristán, que nos hizo de maestro. Convirtió un grupo de amigos con ganas de hacer cosas en una organización clandestina con rigor y disciplina.

 

-¿Salió porque ya anticipaban las renuncias que se acabaron cumpliendo?

-Cuando nosotros entramos en la militancia activa, yo creía sinceramente que un partido comunista tenía por objetivo el cambio de las estructuras sociales en búsqueda de la libertad, la liberación de la potencialidad que el ser humano tiene en todos los campos una vez se ha eliminado la explotación del hombre por el hombre. Todo esto, yo me lo creía. Y tenía un concepto del partido como herramienta para hacer la revolución social. Que había un problema político previo, que era el franquismo con una estructura fascista que privaba de libertades a las clases populares y al conjunto de la sociedad, esto también lo entendíamos. Y había que luchar previamente por derribar esta situación. Pero esto no se podía hacer a costa de los objetivos. Yo tenía responsabilidades de cierta importancia dentro del PSUC y, si me hubiera mantenido disciplinado y sin provocar problemas, no habría tenido más. Pero unos cuantos que formábamos este sector de intelectuales y profesionales, que yo dirigía políticamente, pensamos que la cosa derivaba hacia una política de irse acomodando mediante unas alianzas con los sectores evolucionistas. Se aceptaba la evolución hacia la instauración de un sistema parlamentario vulgar y corriente y aceptable para todos. Y se dejaba para un futuro remoto las reivindicaciones sociales. Es entonces, en el año 68, cuando dejo el PSUC.

 

-Una decepción absoluta.

-Efectivamente, cuando se produce la transición, el papel que juega el Partido Comunista de España de Santiago Carrillo -y el PSUC como anexo sin independencia política del PCE- es de perfecta integración en los pactos con el franquismo. Sólo hay que recordar a Carrillo, vestido prácticamente de chaqué, aceptando la monarquía, la bandera y el himno franquistas. Para algunos, esto fue demasiado. Significó una ruptura definitiva. Sólo nos faltaba ver el besamanos de Carrillo a ‘Juan Carlos primero’ en el Palacio de Oriente.

 

-Aquella experiencia, ¿le lleva a tener una actitud más escéptica o de alerta ante la situación actual en Cataluña? ¿Teme que vuelva a haber renuncias?

-Sí. Claro. El problema es saber detectar lo que se quiere y lo que se puede conseguir. Hay que luchar por lo que es posible sin renunciar a los objetivos que dan sentido a tu lucha. Una cosa es una posición radicalmente revolucionaria que no acepta la realidad tal como es y que no acepta los límites que pone la realidad. Esto es un aventurerismo que lleva a darse cabezazos contra una pared, charlar y desaparecer. Y esta es la historia de muchos grupos políticos. Pero abandonar los objetivos es otra cosa. Tú puedes considerar que no puedes salir a proclamar la República catalana si no tienes el apoyo de base social y los elementos de fuerza necesarios. Yo no lo sé si están aquí estas condiciones. Es algo que deben valorar los que lo llevan. Si con toda sinceridad ves que no tienes los elementos para imponer lo que tú quieres, es lógico que hagas un repliegue que no implica ninguna renuncia. Quizás hay que buscar otros caminos o saber que hay que trabajar mucho más y hacer un mayor esfuerzo de penetración social. La renuncia inadmisible sería que en adelante se aceptara el hacer el papel de triste gestor.

 

-Y aquellas renuncias de la transición, ¿son las que le acercaron al independentismo?

-Mis orígenes y mi formación son muy catalanes. Y el catalanismo siempre ha sido algo muy asumido por mí sin hacerse una opción política. En el PSUC no se me plantea este debate. Porque en todos los partidos que habían formado parte de la Tercera Internacional y procedían del leninismo, el derecho de autodeterminación era un derecho reconocido que no se discutía. Se daba por supuesto. Otra cosa es que en la práctica se reconociera. El PSUC daba por hecho que Cataluña era una nación con el derecho de autodeterminación reconocido. El independentismo no era un tema en sí mismo. La transformación social que propugnaba el comunismo resolvía el problema de las naciones sin Estado. Al menos eso era lo que teníamos en la cabeza entonces.

 

-Pero después sí que se aproximó.

-Después, a finales del franquismo, al igual que veíamos que la ruptura por la transformación social se hacía inviable porque los partidos de izquierda no querían la ruptura, nos parecía que el punto de ruptura podía ser precisamente la reivindicación nacional catalana. Nos parecía que este punto daba posibilidad de incidir y continuar luchando sin abandonar la reivindicación social. La independencia de Cataluña es un elemento que el sistema que sale de la transición, que ha sido capaz de incorporar todo, no puede digerir de ninguna manera. Poco a poco, esta constatación me llevó a tener contacto con los grupos y colectivos que se manifestaban como independentistas. Salían del Frente Nacional de Cataluña, del PSAN…

 

-Toda esta trayectoria la hizo con una intensa actividad profesional defendiendo luchadores de diversos sectores.

-Sí. Toda esta actividad política iba muy vinculada con la actividad profesional. Durante el franquismo, desde 1960, me tocó defender a gente del PSUC, de Comisiones Obreras, de Bandera Roja, de los grupos autónomos, asamblearios, obreros, hasta que, con la llegada de la democracia, asumo la defensa de los activistas independentistas catalanes, armados y desarmados, y también, de rebote, de los vascos. Tuve una actividad intensa en la defensa de los activistas de Terra Lliure hasta que se acaba todo aquello con el juicio de la operación Garzón en el 95. Y no dejé de defender activistas de causas hasta que me jubilé, en 2007. Ahora ya hace diez años.

 

-Mucha gente que se ha incorporado ahora a la lucha política descubre estos días la cara más dura de la represión. ¿Le sorprende?

-Me sorprende la sorpresa de muchos. Eso sí que me sorprende. Pero tiene que ver con la falta de memoria y con la amnesia social inmensa. Si alguna intención tiene este libro es recordar que hay una continuidad represiva en el Estado que viene de muy lejos. Que tiene momentos culminantes, pero que es reactiva y repetitiva. El planteamiento del Estado español es que si todo el mundo se calla y se conforma con lo que tiene no habrá represión. Pero hay unas generaciones que han nacido en una situación de cierta tranquilidad y comodidad y bienestar, con escuelas donde han sido bien tratados, donde la presión religiosa ya no existe… La democracia permitía una cierta sensación de libertad… Y eso ha hecho que mucha gente no tuviera experiencia o no tuviera recuerdo sobre qué implicaba hacer frente al Estado español.

 

-Nos habíamos confiado…

-Hay demasiada gente que piensa que cuando tienes razón al final te la dan. Y los que hace años que luchamos sabemos que esto no es cierto. El Estado español ha fusilado y ha encerrado toda la vida en la cárcel a personas cargadas de razón. Esta sensación de que la razón siempre acaba imponiéndose es fruto de una cultura admirable, que es la cultura democrática. Yo estoy a favor de ella. Pero esta mentalidad no tiene sentido frente a un Estado como el español. No había una conciencia lo bastante clara de qué significa desafiar al Estado español. Las cosas se aprenden a golpes de experiencia. Se hace difícil de explicar. Quizás este libro sirva para hacerlo.

 

-¿Pensaba que llegaría al extremo actual, con medio gobierno y dirigentes sociales en prisión?

-Estoy dispuesto a aceptar teóricamente cualquier cosa del carácter represivo del Estado español. Sé perfectamente que tiene estructuras mentales, políticas y de concepción del poder y la autoridad jerárquica vinculadas a la unidad de España. Si he de ser sincero, no pensaba que pudiera llegar a estos extremos. Y no lo pensaba porque, sin ninguna confianza especial y todo el escepticismo del mundo respecto de la Unión Europea, creía que establecería unos ciertos límites a las actuaciones del Estado español. Yo creo que en esta confianza ha caído todo el mundo, hasta los más críticos con el proyecto comunitario europeo. Todos habíamos creído la frase ‘hay cosas que no se pueden hacer en el marco de la UE’. Ha quedado claro que andábamos equivocados.

 

-¿Confíaba en el recorrido legal de Puigdemont en la justicia belga? ¿Le parece una buena jugada?

-Me parece lo único que se ha hecho para mantener un poco de dignidad y no dejarse encarcelar así de una forma tan cómoda y tan fácil como que te envíen un fax para que te presentes en la Audiencia Nacional y todos para allá.

 

-¿Piensa que fueron con el lirio en la mano?

-No sé qué llevaban, en la mano. No sé si pensaban que volverían en libertad. Si lo pensaban, tenían realmente mucha confianza en sí mismos. Esto de Bélgica no tiene precedentes. Y es difícil adivinar cómo puede ir. Es una situación inédita. Pero Bélgica es el Estado y el sistema judicial más garantista y meticuloso que hay en la Unión Europea. El sistema de extradiciones y de asilo político lo lleva un organismo judicial completamente autónomo. Si escogieron Bélgica es porque alguien les asesoró muy bien.

 

-¿Cómo ve el liderazgo político actual en Cataluña?

-Un momento como el actual es muy complicado. Es de una complejidad muy grande. Y requeriría políticos de una talla excepcional para salir bien parados.

 

-¿Le parece que los tenemos?

-… expreso un cierto escepticismo, claro.

 

-En los autores del libro, Anna Gabriel y David Fernández, sí confía. ¿Quizá también en su mundo político, la CUP?

-Sí, pero básicamente con estas personas. Yo estuve vinculado con la prehistoria de estas candidaturas en el último intento de intervención política de mi vida. Era algo que se llamaba la Asamblea de Unidad Popular. En ese momento, participé. Es cuando salieron las primeras candidaturas de unidad popular. Se lograron dos o tres alcaldías… Arbúcies y Sant Pere de Ribes. Es una historia que he seguido con interés prácticamente desde su nacimiento. Me siento cerca a ella. Sin haber participado en ninguna dinámica orgánica ni nada de nada. Cerré una lista electoral, pero lo hice por la buena amistad que tengo con David Fernàndez. Considero que es una persona de talla intelectual y política enorme. De alguna manera me parece desaprovechado. Veo con simpatía la CUP como organización política concreta, pero sin poder decir nada más. De los dos autores del libro, puedo decir que los aprecio mucho y que hemos establecido una relación personal muy intensa. Y me siento muy a gusto con ellos. Han hecho un trabajo que no era fácil. Me parece que es un libro muy bien escrito. Han sabido transmitir lo que yo no había conseguido hacer en primera persona, en unas memorias que no conseguía escribir. Yo tenía un deber de explicarme ante mis hijos. Y me parece que el libro me lo permite.

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