Despertar el fantasma del fascismo

Este domingo, Pablo Iglesias, en la asamblea de Cataluña en Común celebrada en Sant Adrià del Besòs reprochó al independentismo haber despertado el fantasma del fascismo. Esta acusación no es nueva y se le atribuye el poder de haber cohesionado la extrema derecha y haberla desacomplejado para salir a la calle contra un objetivo común.

Es triste que quien haga estas acusaciones sea Pablo Iglesias, el líder de Podemos, el único partido de ámbito estatal que ha sufrido en propia carne el escarnio del fascismo y la impunidad con la que campa por las calles, como recordarán sus mismos líderes en la asamblea que celebraron el pasado septiembre en Zaragoza donde fueron sitiados por grupúsculos de ultras.

Pero que lo diga el líder de Podemos contiene un reconocimiento innegable y una derrota implícita. De entrada, que el independentismo ha sido el único movimiento que ha sido capaz de hacer tambalear los cimientos sobre los que se construyó la transición: la amnesia, el no poner en duda ni juzgar a los responsables de cuarenta años de franquismo; la monarquía, herencia directa del régimen; y la unidad de España. El independentismo ha sido un tres en uno contra el España constitucionalista. Este es el reconocimiento implícito que hace Podemos y tiene razón.

La derrota implícita de las declaraciones de Pablo Iglesiases al admitir que, ni siquiera un partido como el suyo, nacido de las protestas del 15M y erigido contra el ‘status quo’, ha podido amenazar la estructura del Estado: ni como movimiento republicano, ni como alternativa federal ni como garante de la memoria histórica.

Pablo Iglesias ha repetido la tentación de venir a Cataluña a darnos lecciones, como ya hizo en el inicio de la campaña del 27S al incentivar a los catalanes de origen andaluz o extremeño a no dejarse silenciar, excluyéndolos por razón de origen. Dar lecciones desde la superioridad moral. O, aún peor, desde esta equidistancia, tan predicada por algunos de sus correligionarios que se empeñan en poner en el mismo nivel el 155 y la Declaración de Independencia, las porras del 1-O con la voluntad democrática de celebrar un referéndum. Verdugos y víctimas.

Mientras hace estos juegos de dualidades, se olvida de que a día de hoy España todavía tiene presos políticos en las cárceles. Y que, entre otros, está el consejero Forn, que coordinó eficazmente la respuesta a un atentado terrorista; la consejera Bassa, que ha impulsado una renta básica garantizada, o el consejero Mundó, que cerró la cárcel Modelo -símbolo preeminente del franquismo- y anuló más de 65.000 sentencias franquistas.

Antes de más lecciones, convendría hacer autocrítica: ¿por qué en España gobierna el partido más corrupto de Europa? ¿Por qué en España, una formación como Podemos es tercera y está tan lejos de hacer posible una alternancia de gobierno?

El fantasma del fascismo en el Estado no es culpa del independentismo. No lo ha ido nunca. Es estructural y forma parte intrínseca de algunos órganos del Estado, de las estirpes del poder económico, político y judicial y de sus cúpulas policiales. Es lo que ocurre cuando un Estado no hace limpia y se premia la herencia de una dictadura con amnistía general.

Mientras el independentismo ponga en choque la monarquía, la herencia franquista y la unidad de España seguirá siendo un instrumento legítimo para hacer política. Y, sobre todo, una causa noble.

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