Compromiso con la paz

Lo afirmaba el presidente Carles Puigdemont en una reciente entrevista en el diario Ara: “Mientras conduzcamos la situación en términos democráticos de participación positivos, el Estado no ganará nunca. Si el Estado nos lleva a su terreno de juego, la confrontación, la ulsteritzación como dicen, a perder”. Creo que el independentismo en su conjunto no puede estar más de acuerdo con estas palabras. No podemos hacer nada más que persistir en la vía pacífica, cívica y participativa en el camino hacia la efectividad de la República, aunque ello implique un proceso más largo y en el que a menudo se pueda caer en la desesperanza. A más agresión desproporcionada por parte del Estado, más dignidad en la resistencia pacífica. Esta es la verdadera vía transformadora que implica la aspiración independentista catalana y que otorga un carácter revolucionario al desarrollo de la democracia liberal en occidente. Si la construcción de entidades soberanas, también de los estados hoy supuestamente liberal-democrático, ha estado desde los inicios de la modernidad caracterizada por la irrupción de conflictos cruentos, la perspectiva que Cataluña debe ofrecer al mundo es la de un gesto de emancipación nacional basado en la movilización popular y en la oposición a toda forma de violencia.

Esta fórmula no hará más que incrementar la legitimidad de la causa catalana. Ya lo está haciendo. Que el juez del Tribunal Supremo español haya decidido retirar la orden de detención contra el presidente y los miembros de su gobierno en el exilio porque temía un rechazo a la extradición por parte de la justicia belga (o una reducción drástica de los delitos por los que podían ser juzgados) es una manifestación de este triunfo de la vía no-violenta. Así, por mucho que fiscales y jueces españoles hayan forzado una interpretación de los tipos penales a fin de justificar la prisión provisional para los consejeros y los dirigentes de las entidades soberanistas, la interpretación que asegura que los presos se encuentran implicados en actos violentos, parece inaceptable para instancias de otros estados europeos. Otro ejemplo: a pesar de las intenciones del presidente del gobierno español de alargar la intervención de la Generalitat a través de la aplicación del artículo 155 de la Constitución durante seis meses o más, Mariano Rajoy se ha visto forzado a convocar elecciones el 21 de diciembre, unas elecciones probablemente impuestas desde el ámbito europeo porque algunos de sus agentes políticos entienden imprescindible un pronunciamiento democrático. En mi opinión, la obtención de una clara mayoría independentista (superar, por ejemplo, el umbral del cincuenta por ciento de los votos emitidos en favor de la República) sí tendría repercusiones en el ámbito internacional compuesto por las democracias de nuestro alrededor. No se podría negar durante mucho tiempo más un ataque tan flagrante a los valores que conllevaron la fundación de la Unión Europea: la paz, los derechos fundamentales y la democracia.

Es cierto que, como sucede en todos los procesos de independencia, el soberanismo tendrá que lidiar con una radicalización de la minoría españolista coadjuvada por los aparatos del Estado, pero una reacción así siempre hay que interpretarla como una manifestación de debilidad ya que, mientras que la catalanidad continuará existiendo en cualquier circunstancia, en una República catalana la oposición españolista acabaría por disolverse en un contexto nacional “banal”, para decirlo en los términos de Michael Billig.

Cuanto más grave sea el embate lanzado por las autoridades del Estado o por sus representantes en Cataluña, con más intensidad se revelará esta debilidad si la respuesta independentista es de serenidad. En un previsible colapso económico e institucional español, que se puede derivar a partir del próximo año cuando, por ejemplo, el Banco Central Europeo reduzca su programa de adquisición de deuda soberana, el independentismo debe emerger fuerte en su compromiso con la paz para dibujar el terreno de juego en el que somos más poderosos: el del diálogo, el de la negociación y el del pacto.

EL PUNT-AVUI