¡Ha estallado la paz mundial!

No he encontrado ningún texto actual que considere la guerra como una bendición. Ni como medio, ni como fin. Ni siquiera como mal menor e inevitable. Al contrario, todo son pestes y maldiciones contra ella.

Incluso se airean textos clásicos, como el de Kant, el de La paz perpetua, para debelarla en grado sumo y recordar su maldad intrínseca. El veredicto textual es unánime: “la guerra es una mierda”.

Y, sin embargo, los dirigentes de los países occidentales -sin consultar para nada a la sociedad-, han decidido al unísono democrático revolcarse en ella y moverla una y otra vez hasta que llenen el mapa mundi de su pestilente olor. No se entiende muy bien que algo tan intrínsecamente perverso sea deseado con tanto ardor por una clase dirigente tenida como inteligente y cultivada. Quizá se deba a que sus cerebros han pasado de concebir una sociedad ideal a una sociedad razonable, y ya se sabe que donde la razón impera por misiles, se acaba imponiendo más que la verdad auténtica de las gentes la verdad mediática y los sondeos de opinión.

La primera explicación que me doy a mí mismo de esta locura belicista la encuentro en Hegel. Al filósofo alemán le parecía ajustado al derecho del más fuerte sacudir con una guerra de vez en cuando los cimientos de modorra moral en que la sociedad se adormecía en periodos de paz. Su razonamiento era el siguiente. En la historia de cada período, el progreso de la libertad y de la justicia alcanza su máximo esplendor gracias a naciones estado autoritarios, fuertes, y que para el filósofo se encarnaba en la monarquía absoluta de Prusia de su tiempo.

El positivismo moral de Hegel no se andaba con muchos rodeos e identificaba sin rubor alguno la fuerza con la justicia y, ahí es nada, el poder con la ética, que es lo que hacen, aunque no hayan leído a Hegel, cantidad de políticos, entre ellos Obama. ¿Y qué tiene que ver esto con la guerra? Todo. Para el filósofo teutón, si el Estado quiere salir airoso ante el tribunal mundial de la historia no le quedan más bemoles que ponerse a prueba en la guerra. Esta, en contra de lo que pudiera pensarse, lo que hace es garantizar la salud moral del propio Estado, pues protege al pueblo de la corrupción, ya que una paz perpetua lo amodorraría.

Y no le demos más vueltas a la madeja. Es el Estado quien representa la justicia, la libertad y la razón. El sujeto mondo y lirondo es un cero a la izquierda. La libertad no consiste en la capacidad del ser humano para decir o hacer aquello o esto. Para Hegel, como para la mayoría de los poderes políticos actuales, la libertad consiste en aceptar alegremente la sumisión a la autoridad del Estado, en el cual poder y moralidad están fundidos.

Se entiende así que Obama y los suyos, cuya moral de poder y de orgullo simbolizados en unas torres ya demolidas, intenten animarse nuevamente entrando en una guerra que de entrada ya consideran ganada. Al final, Obama se nos aparece como Bush: otro idiota moral que se cree guardián de la moralidad mundial. Solo le ha faltado decir que, también, ha tenido un sueño en el que se le conminaba a terminar con la situación de Siria.

La segunda explicación la encuentro en Unamuno, en un texto de 1909. A propósito de la guerra del Rif, dice: “Empiezo por deciros que a mí me parece muy bien la guerra. Sin invocar el testamento de Isabel la Católica, ni aducir la probable hermandad de raza entre nosotros y los rifeños, creo que a nosotros, como a otros colectivos, nos conviene vernos en estos trances para que se despierte el espíritu colectivo nacional” (De patriotismo espiritual. Artículos en La Nación de Buenos Aires, 1901-1914). Pero el bilbaíno, cuando le tocó hacer la mili como soldado en Cuba, hizo todos los posibles para librarse de dicha obligación.

Al final Obama se nos aparece como Bush: otro idiota moral que se cree guardián de la moralidad mundial

Todas las guerras poseen la virtud despreciable de despertar ese maldito espíritu colectivo nacional. Pero sorprende que sea Unamuno, más individualista que un erizo, quien lo echase de menos y tratara de recuperarlo mediante la incursión bélica. Pues las guerras, todas las guerras, son una atrocidad y de ellas no puede salir nada bueno, ni en clave individual ni en clave colectiva. Se utilicen armas tradicionales, químicas o nucleares.

La mayoría de los textos que salen de la Casa Blanca van en la repelente línea de Hegel y de Unamuno. “Nos vamos a afirmar como nación, como americanos”. ¿Cómo? Mediante el aplastamiento y aniquilación de los otros, de los malos y de los terroristas nos vamos a afirmar como Estado moral por excelencia. Y el Occidente político, que sabe de guerras repugnantes más que nadie, aplaude tales muestras de miseria moral. Ni una voz en contra. Excepto Rusia, que no es Europa, sino Putin y su petróleo. ¡Pobre Occidente! Ahí lo tenéis con el rabo encogido entre las piernas y tirando por la borda del cinismo un discurso humanista de veinte siglos sobre la piedad, el perdón y la dignidad… y del que tanto ha presumido en periodos de paz.

¿Cómo es posible que una civilización de veinte siglos tras sus espaldas no sea capaz de solucionar sus ansias de poder y de ambición sin necesidad de la omnipresente guerra? Es evidente que seguimos en el Paleolítico inferior. Con una diferencia cualitativa. Si en tiempo de los palafitos los hombres se mataban de uno en uno, ahora lo hacemos a millares. Ese es, al parecer, el único progreso tecnológico que hemos logrado. Porque el progreso ético y moral sigue como lo dejó Caín.

Lo que extraña sobremanera. Porque si Occidente se ha pasado todo su periplo histórico de guerra en guerra, tendría que tener, siguiendo a Hegel, una moralidad a prueba de bomba nuclear. Y, más bien, parece todo lo contrario. Cuantas más guerras, mayor es el grado exponencial de inmoralidad en el mundo. Sobre todo en los gobiernos que rigen el destino de las naciones.

La tercera explicación es la más humana, y por tanto la que más deshumaniza a quien la practica, porque coloca a la misma altura la víctima y al verdugo: la venganza. Un plato más o menos congelado que en política no está al alcance de cualquier paladar. Sólo USA es único, grande y libre para hacer lo que le salga de su omnipotencia moral hegeliana.

USA volverá a llamar a esta operación militar en Siria como lo diga su Superman o Rambo coyuntural, sea “libertad duradera” o “justicia infinita”, lo que quiera. No nos engañará, porque ya estamos curados de espantos y de eufemismos. Será lisa y llanamente una mierda mundial.

Empezaron calificando de “acto terrorista” la destrucción de las Torres Gemelas y terminaron hablando de un “acto de guerra”, con el aplauso de la OTAN y su quinto artículo. Desde luego, esta gente cuando quiere no tiene ningún problema en aplicar la disposición transitoria o permanente que les apetezca. Son unos genios del derecho internacional y del cambalache jurídico.

Es verdad que a estas alturas, y dada la deplorable actitud de Occidente, de nada sirve argüir que lo de las Torres Gemelas fue un acto terrorista y no un acto de guerra. Fue USA quien exigió dicho tratamiento bélico, a pesar de señalar a un terrorista como causa directa del atentado. Ahora estamos en las mismas. Se responde con una guerra para perseguir “solamente a los terroristas”, pero, como siempre, lo pagará un país entero. La contradicción es tan inmensa que la mejor manera de hacerla gráfica sería plantearla tan desnuda como cruelmente: ¿imaginan al presidente del Gobierno español persiguiendo en su día el terrorismo de ETA dando la orden de bombardear Euskadi?

Tan peligrosa como la guerra será la paz que nos espera. Ya decía Tácito que estos demócratas convierten una ciudad en un desierto y lo llaman paz. Más que una guerra, lo que va a estallar es, una vez más, la neurosis de una paz mundial. Y me temo que, dado el clima de idiotismo moral de los dirigentes actuales, terminemos sufriendo, más si cabe, la aplicación más nefasta del llamado pensamiento totalitario, ese que se resuelve en fundamentalismo democrático y del que en España tenemos un representante más que cualificado en el propio Gobierno.

Víctor Moreno
Noticias de Navarra