El Tribunal Constitucional del amo blanco

Sorprende que a estas alturas del Proceso todavía haya catalanes que se pregunten cómo es posible que el Estado español no sólo niegue a Cataluña el derecho de decidir su futuro político, sino que incluso llegue a criminalizar urnas y referendos, así como al expresidente del país, la presidenta del Parlamento y varios consejeros y alcaldes. Es escandaloso, sin duda, y así lo reflejará la historia. Pero basta de ponerse en su lugar, en el lugar de un Estado con mentalidad supremacista y sin fundamentos democráticos, para entender que ‘no puede’ hacer nada más. El Estado español no actúa racionalmente, no responde a planteamientos intelectuales, simplemente actúa por pulsión. La misma pulsión que hacía levantar el brazo del dueño blanco contra el negro que se atrevía a mirarle a los ojos y hablarle de tú a tú.

A menos que un poder superior se lo imponga, el Estado español no permitirá nunca que Cataluña le mire a los ojos y le hable de tú a tú. No lo permitirá porque lo viviría como una humillación; la misma humillación que habría sentido el dueño blanco en esta situación. El dueño blanco hacía las leyes a su medida y el negro las acataba. El negro no hacía leyes, el negro hacía lo que le mandaba el amo blanco. Y en eso, según este último, no había ninguna supremacismo, no había ninguna discriminación, ya que, para que los hubiera, la ley debería decir que los negros eran igual que los blancos y tenían los mismos derechos. Pero la ley no decía esto; la ley decía que los negros eran inferiores, de modo que admitir un trato igualitario hubiera violado la ley y habría sido como equiparar una mosca con una persona. Se dice que las moscas no tienen alma, y los negros, decían los blancos, tampoco.

Así fue como durante siglos los negros se rigieron por las leyes del dueño blanco y eran juzgados por tribunales de blancos que blandían leyes blancas. No es, pues, que los negros fueran minoría, simplemente no eran nadie. Por eso los encargados de imponer las leyes de los blancos sabían distinguir muy bien la falta cometida por un blanco de la falta cometida por un negro. En el primero, la pigmentación era un atenuante; en el segundo era un agravante. Sin ir más lejos, esta es la praxis de los tribunales españoles en relación con el independentismo catalán. Estos días hemos tenido un ejemplo fehaciente: tratamiento de criminales para la presidenta del Parlamento de Cataluña, Carme Forcadell, y para tres miembros de la Mesa de la cámara, Lluís Corominas, Anna Simó y Ramona Barrufet, por haber permitido que los parlamentarios parlamentasen, y exención total del secretario tercero, Joan Josep Nuet, porque, a pesar de haber hecho lo mismo que los demás, no es independentista. Premio.

Esta escala de valores es tan inherente a la cultura nacional española, que la encontramos indistintamente en todo su abanico parlamentario, sea del color que sea. Y es que el nacionalismo español es como el androcentrismo, nadie se reconoce en él pero los hechos son incontestables. Una muestra la tuvimos el 1 de marzo en el Parlamento europeo, cuando el eurodiputado polaco Janusz Korwin-Mikke, llegado del neolítico en vagoneta por el túnel del tiempo, dijo: “¿Sabe usted cuántas mujeres hay entre los primeros cien jugadores de ajedrez? Se lo diré: ninguna. Por supuesto, las mujeres deben ganar menos que los hombres porque son más débiles, más pequeñas, menos inteligentes”. Ante esto, la eurodiputada socialista española Iratxe García, le replicó acertadamente: “Sé que le duele y que le preocupa que hoy las mujeres podamos representar a los ciudadanos en igualdad de condiciones con usted”. Iratxe García era la misma eurodiputada que cinco meses antes, en octubre pasado, ya había respondido en la misma línea a otro representante polaco con estas palabras: “Yo sé que hoy, en Polonia, los derechos de las mujeres, el derecho de decidir sobre su vida, sobre su destino, están amenazados. Y cuando una mujer en Europa ve amenazado su derecho, tendrá el resto de mujeres europeas defendiendo la libertad y el derecho de decidir”.

Todo mi apoyo a la señora García. Los principios machistas y supremacistas no son sólo execrables e involutivos, tampoco deben tener cabida en cualquier colectividad humana. Sólo hay un pequeño detalle que demuestra la flagrante contradicción de esta señora entre lo que dice y lo que hace en cuanto cambiamos el sujeto de su discurso. Es decir, si cambiamos “mujeres” por “catalanes”. El grupo político que representa la señora García, el socialista, afirma que sólo hay pueblo español y niega al pueblo catalán el derecho de decidir sobre su vida y su destino diciéndole llanamente que no existe porque es obligatoriamente parte de España, lo que, mira por dónde, concuerda con la barbaridad defendida por los eurodiputados misóginos polacos en el sentido de que las mujeres no pueden decidir por sí mismas porque, como dice la Biblia, están hechas de una costilla masculina y, por tanto, son parte del hombre.

Ya vemos cómo el uso de determinadas grandes palabras puede convertirse en una ratonera para quien las dice. Sería necesario que la señora Iratxe García y el conjunto del grupo socialista reflexionaran sobre esto, no sea que un día se vean replicados por los eurodiputados Ramon Tremosa o Josep Maria Terricabras con estas palabras: “Sabemos que les duele y que les preocupa que los catalanes puedan representarse a sí mismos en este Parlamento en igualdad de condiciones que los españoles, los franceses o los alemanes. Sabemos que hoy los derechos de los catalanes en el Estado español, el derecho a decidir sobre su vida y sobre su destino, no son respetados. Y cuando un demócrata ve que no se respetan sus derechos, tendrá a su lado al resto de demócratas defendiendo la libertad y el derecho de decidir”.

EL MÓN