La revolución de octubre en Catalunya

El dilema es… matar al nacionalismo español o morir con él

Josep Costa

Hay fechas que hacen historia. La elección del 1 de octubre para celebrar el referéndum de autodeterminación en Catalunya ha tensado todos los resortes de la situación. Estamos ante un punto crítico. Se hará; el Estado lo impedirá; o veremos cómo se resuelve. Pero algo está claro; el ‘Proceso’ ya no será lo que era; desemboca en una fase superior.

La secuencia de acciones (manifestaciones, actos públicos, concentraciones, votaciones insumisas, declaraciones…) desde que arrancó el proceso, promovido desde distintos ángulos por las iniciativas de Pasqual Maragall y Josep Lluis Carod Rovira, acompasadas con las correspondientes reflexiones teóricas, han conformado un corpus inédito, sin parangón en la historia de la Humanidad, en cuanto a la originalidad de su recorrido hacia el ejercicio del derecho de autodeterminación.

Catalunya ofrece las condiciones objetivas de una nación dominada, subordinada a la gran Nación española. Fue conquistada (1714), su lengua y cultura perseguidas, y su sistema productivo, de una gran riqueza y energía, esquilmado. La depredación fiscal que sufre roza el escándalo.

Pese a ello el tejido social catalán es muy rico. La capacidad asociativa, profunda y variada. La iniciativa empresarial y económica, en general, también. Un refrán muy conocido dice: “Un bon català, de les pedres en fa pa”.

El concepto del Derecho de Autodeterminación no podemos limitarlo a una mera votación. En sí, el referéndum del 1 de octubre es apenas un hito más del proceso. Catalunya empezó a autodeterminarse cuando en las sucesivas agitaciones pasó de reivindicar “mejoras de financiación” o de “infraestructuras” a proclamar “somos una nación”. Este cambio se vio claro a partir de la manifestación de 10 de julio de 2010 – “Som una nació. Nosaltres decidim”-, convocada por Òmnium y, ya definitivamente, en la Diada de 2012 cuando se reclamó “Catalunya, un nuevo Estado en Europa”. El grito se transformó en ¡Independencia! Era la sociedad catalana –la nación- exigiendo su estatus político como Estado independiente.

Está por ver cómo evolucionará la situación. Pero al plantearse como un ejercicio explícito de autodeterminación, la posible prohibición del Estado español quizás lo frene (de momento), pero a costa de confirmar que no hay libertades; que España es una cárcel de pueblos, que impone una violencia y ocupación sobre la sociedad de Catalunya. El proceso sigue su curso, tanto en un caso como en el contrario. El referéndum no es la autodeterminación, sino sólo un hito especialmente significativo.

Quienes lideran el proceso catalán actúan de acuerdo con los principios que se exigen a nivel internacional para homologar un proceso de independencia. Tal vez quien mejor haya estudiado este aspecto desde Catalunya haya sido Josep Costa en su trabajo “O secessió o secessió. La paradoxa espanyola davant l’independentisme” (Barcelona 2017, Editorial Acontravent). Analiza los distintos puntos exigidos o recomendados en estas circunstancias. Y los relaciona con lo sucedido en Catalunya desde antes del inicio del “Proceso”, a raíz de los avatares que rodearon el fallido Estatuto de 2006. No obstante, es posible que el libro de Costa se caracterice por un exceso de prudencia.

Según Costa: “España, su clase dirigente, se encuentra ante un dilema existencial de primera magnitud. En su respuesta al independentismo catalán, debe elegir entre salvar la nación o salvar el Estado. Intentar sobrevivir como un Estado-nación es la opción improbable, por mucho que fuese la preferida por la mayoría. Si no se reinventa in extremis como un Estado plurinacional, la independencia de Catalunya triunfará”.

Por contraste, y mirándonos en el espejo catalán, este es un proceso muy alejado de las performances y actuaciones escénicas que se adoptan en nuestra tierra para satisfacer la mala conciencia de los “agentes” políticos que muestran una vez tras otra su incapacidad para promover entre nosotros un proceso similar.

No encontramos la altura intelectual ni la imaginación necesarias para activar (más allá de imitaciones chabacanas) la energía de esta sociedad vasco-navarra que, sin duda, existe y es potente, pero que adolece de cualificación. No tenemos un relato que nos movilice como nación, por lo que todas las acciones que se intentan realizar en su nombre pecan de inconsistencia.

Esta semana pasada murió el canciller Helmut Kohl, un político alemán que lideró otro proceso de autodeterminación, también atípico, en Europa. Nada es fácil. Pero todo es posible. Claro que no tenía enfrente al Estado español.