Los mitos del nacionalismo vasco en el siglo XXI

El nacionalismo vasco es heredero de la historiografía foralista, y es evidente que sigue sin superar el mito del “pactismo” de igual a igual con España o “bilateralidad” y la “confederación de Estados vascos” que inventó cronista mondragonés Esteban de Garibay en el siglo XVI.

Según Garibay, historiador oficial del rey Felipe II de Las Españas, tanto Bizkaia, Alaba y como Gipuzkoa, se incorporaron a Castilla “voluntariamente”. Es con ese plural, “Las Españas”, como se denominaba a los Estados y territorios ibéricos de la corona de los Habsburgo y de los Bourbones. El historiador mondragonés no escondía que estos territorios o tenencias nabarras junto a otras más, fueron primero invadidos por Castilla, pero después, sostenía, llegaron a “pactar” su “incorporación” con el rey castellano: “El rey Theobaldo (de Nabarra, s. XIII) no solo repugnaba esto, diciendo haberse hecho aquello con violencia contra todo derecho, más aún pedía, que debían ser restituidas a la Corona de Nabarra todas las tierras desde Atapuerca, lugar cerca de Burgos, pidiendo a Bureba, Rioja, Alaua, y aún Guipúzcoa y Vizcaya y las merindades de Castilla la Vieja, como en los tiempos pasados habían andado en la misma corona” (lib. XXV, cap. VI). Es decir, Garibay sabía que la Nabarra Occidental fue conquistada “con violencia contra derecho”.

Esteban de Garibay fue el comisionado por las Juntas Generales de Gipuzkoa en 1559 para defender “el carácter paccionado de su reconocimiento a la Corona” de Castilla, argumentación difícil de sostener tras una conquista, estrategia con la cual el mondragonés sólo buscaba salvar los Fueros o leyes del Estado de Nabarra frente a los castellanos que defendían la conquista pura y dura encabezados por Pedro Alcocer. Los Grandes de Castilla y su rey, querían imponer directamente las leyes castellanas emitidas desde la Corte por los consejeros reales, frente al derecho consuetudinario nabarro emanado de abajo hacia arriba con la costumbre del Pueblo como principal fuente del derecho que impedía que estos territorios de Nabarra aportasen más dinero al erario de la corona castellana que la alcabala o las “voluntarias donaciones” para aumentar la riqueza de unos pocos y costear sus guerras expansionistas (lo que hoy llamaríamos “Cupo”).

Es más, en su argumentación, el cronista mondragonés según explica Julio Caro Baroja, tenía “la idea de que las libertades forales suponían la existencia de un Estado dentro del Estado” (“Los vascos en la historia a través de Garibay”). Incluso, mientras estuvo en la Corte española, Garibay trató de conseguir el título de “reino” para Gipuzkoa durante los años 1585-1590, por indicación de los influyentes Idiáquez, aunque esta idea era rechazada por las propias Juntas Generales pues veían con ello peligrar los Fueros. Pero estos territorios ocupados a Nabarra, no tenían la condición de un Estado como otros de la Corona de Las Españas y menos soberanía o bilateralidad en sus decisiones que requiere una Confederación, sino que era una sociedad subordinada al poder de la corona.

Tampoco estuvo confederada Alta Nabarra aunque fue oficialmente un Estado desde su conquista en 1512-1524 en la que perdió su soberanía, por lo la anexión a Castilla no era “aeque principalis” o pacto entre iguales como se argumentó después, sino que fue por las armas y contra la voluntad de todos los nabarros. Tras perder la primera Guerra Foral o Carlista, le fue arrebatada a Alta Nabarra la condición nominal de “Estado”, quedando al mismo nivel que el resto de “provincias” nabarras o forales mediante la llamada “Ley Paccionada” de 1841, empleando una vez más los comisionados nabarros los mismos argumentos contradictorios de “derrota sí, pero después pacto” que empleara Garibay.

El argumento de “Estados vascos independientes” fue también la base del nacionalismo vasco creado por Sabino Arana, el cual publicó en el año 1892 su primer libro al que tituló “Bizkaya por su independencia”. En este libro de historia, Arana trataba de demostrar que Bizkaia nunca fue España, incluso cuando en 1379 se produjo la coincidencia de los dos títulos nobiliarios en una misma persona: el señor de Bizkaia se convirtió en rey de Castilla. Para Arana, Bizkaia habría mantenido su independencia política como Estado hasta la pérdida foral. Por ello, el fundador del nacionalismo vasco propuso la creación de un Estado ex novo que abarcara a esos “Estados” vascos y al que bautizó Euzkadi. Sería la primera propuesta de una confederación de Estados vascos en igualdad de soberanía. La historiografía nacionalista quedó anquilosada en la tara que suponía la necesidad de la defensa foral frente al intento uniformizador de las leyes españolas, e incluso a la creación desde la corona y los generales del ejército de una única nueva nación con todos los habitantes de todos Estados de Las Españas sometidos por la corona castellana, lo cual se propuso por primera vez en la Constitución de Cádiz de 1812 copiando a los franceses.

Como señala el filósofo español Ortega y Gasset (Madrid 1883-1955) en su libro la “España invertebrada”: “Para la mayor parte de la gente (española), el “nacionalismo” catalán y vasco es un movimiento artificioso que, extraído de la nada, sin causas ni motivos profundos, empieza de pronto unos cuantos años hace. Según esta manera de pensar, Cataluña y Vasconia no eran antes de ese movimiento unidades sociales distintas de Castilla o Andalucía” (…) “Lleva esta errónea idea a presumir, por ejemplo, que cuando Castilla reduce a unidad española Aragón, Cataluña y Vasconia (Nabarra), pierden estos pueblos su carácter de pueblos distintos entre sí y del todo que forman. Nada de esto: sometimiento, unificación, incorporación, no significan muerte de los grupos; la fuerza de independencia que hay en ellos perdura, bien que sometida (…)”.

El Alzamiento de los militares españoles de 1936 y su posterior dictadura, cortó de raíz la evolución que se estaba produciendo dentro del nacionalismo vasco, pese a los textos históricos y políticos de grandes hombres de esta corriente ideológica como Ortueta, Irujo, Monzón o Agirre que desmintieron los mitos del “pacto” y de la “confederación de Estados vascos”. Anacleto Ortueta, uno de los fundadores de ANV (1930) germen de la actual BILDU, lo explicaba así: “Una falsa tradición nos ha hecho considerar como evolución natural de nuestra nacionalidad la formación de los llamados Estados alabés, bizkaino, gipuzkoano, zuberoano y laburtino. Por el contrario, ellos han sido creados por la presión ejercida por nuestros enemigos”.

El Lehendakari del Gobierno Vasco José Antonio Agirre y Lekube dejó escrito en 1948 en Donibane Lohitzune desde su forzoso exilio para los que quieran recoger el guante: “Las páginas que preceden recogen sólo algunos datos sacados de una obra de historia que preparamos y no tienen otra finalidad sino la de despertar inquietudes y llamar sobre todo a la juventud estudiosa para que, marchando por nuevos caminos, destruya la leyenda, saque a la luz la verdad y presente la historia del pueblo vasco cada vez más ajustada a su genio, a su tradición y a su verdadero pasado. Es decir, más vasca, y al mismo tiempo más universal (…). Las páginas que hemos dedicado desde Sancho el Sabio hasta Enrique II de Nabarra (sic.) creemos que pueden convencer a más de uno de la necesidad de una revisión a fondo de nuestra historia, jamás llevada a cabo quizás por nuestro propio desdén, quizás también por falsos temores basados en motivaciones políticas”.

Tras la imposición por el franquismo del Régimen del 78 y su Constitución, el nacionalismo vasco cambió el nombre de Euskadi (ya con “s”) por el de Euskal Herria en los años 90, concepto hasta entonces lingüístico y al que una gran parte del nacionalismo ha recurrido al quedar Euskadi limitado a una Comunidad Autónoma española con los territorios occidentales de Bizkaia, Gipuzkoa y Alaba. El cambiar el nombre del Estado vasco, no afecta al fondo político e histórico de la cuestión, la aceptación de que la división entre los vascos es ancestral y no consecuencia de las conquistas castellano-españolas y francesas, Estados con los que se “pactó” la incorporación de los territorios euskaros en plena bilateralidad y uno a uno.

El término “Euskal Herria” aparece escrito en el siglo XVI de mano de Juan Pérez de Lazarraga (1550–1605), señor de la Torre de Larrea en Alaba. En este libro se dice en referencia a los reyes de Nabarra: “anchinaco liburuetan/çeñetan ditut eçautu/eusquel erriau nola eben/ erregue batec pobladu”. Poco después aparece escrito Euskal Herria en el Nuevo Testamento de 1571 de Joanes Leizarraga de Lapurdi por encargo de la reina protestante Juana III de Nabarra. El que se emplee casi al mismo tiempo en libros de diferentes territorios del euskera entre gente sin relación aparente y de Estados diferentes (España y Nabarra), es señal de que el término Euskal Herria era de uso común, pues no parece probable que Leizarraga conociese el libro del alabés Pérez de Lazarraga. Lo que muchos euskaldunes desconocen, es que en los primeros libros Euskal Herria es todavía la literalidad del término: “Tierras del euskera” (como ocurre en Beterri, Goierri, Txorierri, Tronperri, Iruñerri etc.), y no tiene carácter político alguno. Sólo con el paso de los siglos (no antes del XIX), el término evolucionó para identificar al Pueblo del euskara durante las guerras forales, pero en su sentido étnico-cultural y no como un Estado o sujeto político. Así el británico Richard Ford en 1845 en un libro publicado en Londres de nombre “A hand-book for travellers in Spain, and Readers at home”, dice que: “The basques call themselves Euskaldunac, their Country Euskalerria, and  their language Euscara”.

Por tanto Euskal Herria era un término lingüístico-étnico frente al político de Nabarra, y si nos retrotraemos en el ovillo de la historia, podemos decir que el término de Euskal Herria era aplicable en el siglo VII a todo el territorio del ducado de Baskonia y en el siglo XI a su hija el Estado baskón de Nabarra, y que su territorio se ha ido reduciendo hasta siete de los territorios en los que fue dividido el reino de Nabarra, demarcaciones políticas impuestas por el imperialismo franco-español y donde aún hoy se habla el euskera, aunque con enormes dificultades y siempre subordinado al idioma imperial. Los términos euskaldun-nabarro son similares a los de galo-francés, helvético-suizo o luso-portugués. Pero lo que subyace bajo todas estas cuestiones, vuelve a ser lo mismo: falsos mitos que conducen irremediablemente a errores políticos que no permiten avanzar a este Pueblo.

El Pueblo baskón se dio desde la Alta Edad Media su propio Estado al caer el Imperio Romano Occidental, institucionalizó su poder y logró mantener su territorialidad que fue roída como lo es un hueso por dos lebreles, “Utrinque roditur“. Ese Estado fue llamado ducado de Baskonia primero y reino de Pamplona o de Nabarra después, duró 1.000 años y tuvo más de 40 Jefes de Estado o reyes. Ninguno de los Jefes de Estado de Baskonia o Nabarra ha renunciado a ninguno de sus territorios y menos el Pueblo sobre el que se vertebraba. Este Estado era el paraguas político de un Pueblo que tenía una lengua nacional o “lingua navarrorum”, aunque también se expresaba en otras lenguas romances sobre todo en su periferia. Es decir, Euskal Herria no es un territorio estanco sino que su suerte ha ido paralela a la del Pueblo euskaro y a la de su Estado baskón de Nabarra.

Actualmente esta línea política de “Estados” vascos independientes entre sí que “pactan” con Castilla-España, no tiene continuadores de renombre entre nuestros historiadores, pero es la tesis que se sigue enseñando a nuestros hijos y en la que se basan los dos partidos del nacionalismo vasco. El primigenio (el PNV), buscando un “pacto” con España en “bilateralidad” (modelo confederal de Estado), pero el Gobierno español sabe que con el conquistado no se negocia de igual a igual. La otra corriente importante del nacionalismo vasco (BILDU), sigue empecinada en el mismo error político e histórico, al querer crear actualmente una “confederación de Estados vascos” como propuso Sabino Arana, esta vez agrupando los territorios en tres en vez de los siete que impulsó Antoine Thompson d´Abbadie (1810-1897), tarea tres veces más difícil que crear uno sólo (o más si pensamos en Iparralde).

La cuestión ignorada, o mejor dicho ninguneada por el nacionalismo vasco actual, es que el Estado de los baskones o vascos ya existe y es sujeto político reconocido del derecho internacional al ser actualmente una colonia de Francia y España, y a la que por tanto corresponde el derecho de autodeterminación, derecho reconocido sin discusión alguna por parte de la ONU e incluso por mismísima la Iglesia Católica que tanto colaboró en la conquista de Nabarra. Frente a las dos corrientes actuales del nacionalismo vasco, los nabarros sabemos que somos una nación por lo que no hay que “construirla”, y que tenemos un Estado ya que nunca renunciamos al que nos dimos. Nuestro Estado fue invadido contraviniendo todo derecho internacional en diferentes etapas históricas de donde nacieron los diferentes territorios actuales y sigue ocupado.

No hubo jamás pacto alguno, ni votación alguna, ni referéndum alguno por el cual nuestro Pueblo aceptara la brutalidad imperialista de la conquista, la desmembración nacional y la destrucción de nuestras instituciones propias; jamás nos han preguntado si queremos formar parte de la construcción de los nuevos Estado-Nación español y el francés, de los cuales el franquismo y el régimen del 78 o la Republique française, no son más que una fase más de su proyecto. El derecho a ser libre se concreta internacionalmente en el derecho de autodeterminación, previo por tanto a cualquier otro derecho. Nuestra libertad como la de cualquier otro Pueblo (o persona), es la condición esencial para nuestra existencia y previa a la democracia. Cualquier persona del mundo puede entender que el derecho a existir no es algo “a decidir entre todos” sino inherente al ser humano y a los Pueblos. Los nabarros no podemos aceptar referéndum o votación alguna que les sirva de relleno a los imperialistas y a sus necesarios colaboradores para justificar su “Estado-nación” y sus puestos de trabajo respectivamente; referéndum que, por otra parte, sólo aceptará el imperialismo si tiene la seguridad de ganarlo.

Tenemos por tanto los nabarros muy presente que nuestro Estado está ocupado por el poder militar de unas “Fuerzas de Seguridad” imperialistas, del que jueces, leyes, partidos políticos, administraciones con sus tres “sasi-Lehendakaris”, no son más que un relleno totalitario de cara al exterior. Ante el imperialismo que padecemos, sólo cabe una Declaración Unilateral de Independencia de todo el Pueblo baskón o nabarro a la vez, el territorio que se quede fuera, difícilmente podrá entrar después. Pero para llegar a ese punto, hay que trabajar mucho, codo con codo, ceder mucho de nuestro egoísmo por el bien común, consensuar el camino o la estrategia, con las tareas y los pasos intermedios. Para ello es necesario crear los órganos que le den cuerpo al proceso, siendo imprescindible una Asamblea Estatal Nabarra y un Gobierno en el exilio que nos dirija y conforme otras instituciones nacionales de referencia que trabajen el plano cultural, ideológico, publicitario, diplomático y económico que hoy no poseemos, y sin los cuales no somos más que marionetas fácilmente manejables por unos enemigos bien preparados y mejor armados, pero sobre todo con una larga experiencia colonialista.

A diferencia del nacionalismo vasco actual, es imprescindible para los nabarros creer en nuestro Pueblo, ya que es el único con fuerza suficiente para liberar nuestro Estado y controlar que los políticos no se desvíen del objetivo final que es liberar nuestro Estado pese a las presiones que recibirán desde diferentes ámbitos internos y sobre todo desde los imperialistas; a los hechos de estos meses en Catalunya me remito. El Pueblo que existe es el que resiste, el Pueblo resiste porque existe.