Orreaga 778

Angel_Rekalde

El 15 de agosto se cumple una de las efemérides más importantes de nuestra historia: la batalla de Orreaga. Una fuerza organizada de vascones emboscó y derrotó al ejército imperial de Carlomagno en el paso de Pirineos, cuando este acababa de destruir y saquear Pamplona. Es evidente que francos y vascones no eran aliados, y que el imperio todopoderoso no dominaba el territorio pirenaico.

En la foto de recuerdo de este episodio concurren dos de los rasgos más típicos de nuestro relato colectivo, tal como estamos acostumbrados. Si el narrador es extranjero, los protagonistas desaparecemos de la escena; los vascones no existimos. Y si el narrador es del país, bueno, entonces el episodio es menor: ¡tampoco era para tanto! Lo menospreciamos como algo sin valor, lo desconocemos y desdeñamos lo sucedido.

En efecto, no es casual que en la construcción de versiones más o menos mitológicas, legendarias, versiones adaptadas de uno y otro lado, los vencedores de Orreaga fueran musulmanes, bandidos, una cuadrilla de pastores… No echemos la culpa a cronistas medievales incapaces de documentarse o ávidos de engañar a su público; en nuestros días los catedráticos de la historia oficial nos explican lo mismo cuando aparece una tumba del siglo IX en cualquier rincón de la geografía vasca y nos cuentan que se trata de un yacimiento visigodo, musulmán o vikingo. Y si aparecen grafittis escritos es que están falsificados. Donostia fue fundada por los gascones, según informa el museo histórico de la ciudad; no había gentes vascas en el lugar. Las batallas de la independencia navarra (Noain, la batalla del monte Aldabe, que se ‘celebra’ en el alarde de Irún…) fueron contra los franceses. Cualquier  patraña sirve con tal de ocultar que hubo una presencia navarra, o que existió un territorio vasco, independiente, organizado, o que el país ha tenido una historia política, propia, fructífera, próspera, durante muchos siglos.

Como los pueblos indígenas de cualquier rincón del tercer mundo, los vascones no tienen alma y pueden ser conquistados o aniquilados. La historia nuestra se inicia con la llegada de los misioneros, que, casualmente, llegaron precedidos de los soldados. Cuántas veces hemos escuchado que lo nuestro no era Estado; que el primer Estado como tal es el que crearon los reyes católicos.

La segunda parte de esa foto no es menos triste. Si la versión ajena nos ningunea, nos roba la presencia como juego de dominio, la lectura del relato desde la propia conciencia es penosa: ¿Qué valor tiene remover el pasado? ¿A quién le importa? Lo que cuenta es el futuro; nada de lo que somos o hemos sido nos enriquece. Nos ocurrirá como a la mujer de Lot, que se convirtió en estatua de sal por mirar atrás. No queremos una historia de reyes ni merece ningún valor una memoria de reinos antiguos (olvidando que vivimos en un reino ajeno, y con reyes absolutamente corruptos).

Es curioso contrastar estas interpretaciones con la realidad de países de nuestro entorno. En EEUU sin ir más lejos se celebra, sin ningún tipo de complejos, el 4 de julio; el día de la independencia; es el equivalente a la fiesta de cumpleaños con que cualquiera con un mínimo de autoestima vive su identidad. Pasa lo mismo en Francia y el 14 de julio, que en su relato la Toma de la Bastilla equivale al nacimiento de su régimen institucional.

La batalla de Orreaga, en este sentido, es un recuerdo fundacional. Los vascones aparecen citados y documentados desde muchos siglos atrás; pero Orreaga los presenta como una fuerza política, organizada, el inicio de una realidad independiente y, en esa medida, es la mayoría de edad. Durante muchos siglos, en cierta manera hasta las guerras carlistas, el Estado navarro ha sido una entidad política, de reconocimiento internacional. Esa independencia de largo recorrido, hoy olvidada y menospreciada, tiene en Orreaga su fecha de inicio, con un aldabonazo en la historia que resonó en todo Europa.

 

 

Publicado por Nabarralde-k argitaratua