Educación y transmisión

La aceleración tecnológica y la velocidad de los cambios están generando un fuerte impacto en el mundo cultural: el de la transformación educativa. Richard Riley, exsecretario de Educación de Estados Unidos, afirmaba hace tiempo: “Tenemos que preparar a los estudiantes para trabajos que todavía no existen, en los que deberán utilizar tecnologías que no se han inventado para responder a problemas en los que aún no hemos pensado”. Por esta razón, el británico Reg Revan aconsejaba esta nueva receta para los nuevos tiempos: “Teaching little and learning a lot” [‘Enseñar poco y aprender mucho’]. Se abandona progresivamente el énfasis en los contenidos y se acentúa el protagonismo del aprendizaje. “No les pedimos que enseñen, pedimos que los alumnos aprendan”, decía hace poco un conocido pedagogo catalán.

Tenemos, pues, un problema: el de la transmisión. En el libro ‘Les déshérités ou l’urgence de transmettre’, François-Xavier Bellamy, un joven profesor de filosofía, describe la consigna que recibió su primer día de clase por parte de un inspector general de educación y el terrible impacto que le causó. “Usted no tiene que transmitir nada”, le dijo convencido el inspector. Parece que los educadores ya no tienen que transmitir la herencia cultural recibida, sino tan sólo métodos de aprendizaje, de manera que todo el mundo sepa usar su propia razón, que los estudiantes aprendan por sí mismos, de sus propios errores, de manera totalmente independiente de cualquier patrimonio cultural.

De este modo, la transmisión cultural aparecería hoy como una actividad altamente sospechosa, considerada como un legado de alienación (Bourdieu). Se entiende ahora la no transmisión como la tarea de liberación educativo de los viejos puntos de referencia cultural, un legado que estorba. Las visiones del mundo, el pensamiento de los filósofos, los textos clásicos, los criterios compartidos de valoración ética y estética, pasan a ser considerados ideológicamente sospechosos, culturalmente superados y pedagógicamente una distracción superficial, un placer decorativo, un lujo innecesario. La cultura está ahora accesible en el inmenso banco de datos de la red o está disponible en la web. Se confunde así la posibilidad y la habilidad de acceso con el aprendizaje y con la tarea de socialización y educación por excelencia: la transmisión cultural. La cultura es hoy “lo que está almacenado” y que “nos podemos descargar”, porque en la sociedad líquida se ha convertido en una carga demasiado pesada. Desde esta perspectiva, ya no correspondería a los centros educativos la tarea de transmitir toda una forma de conocimiento general. La herencia recibida (pasado) es valorada como inútil y obsoleta ante un mundo (futuro) caracterizado por trabajos que todavía no existen, tecnologías aún no inventadas y problemas aún impensados.

Bellamy utiliza la metáfora del “bagaje” cultural para explicar la nueva situación. Para ir de viaje necesitamos una maleta. Igualmente, en el viaje del conocimiento nos haría falta también un cierto “bagaje” cultural. Pero en la nueva concepción educativa, lo mejor es que la maleta sea lo más ligera posible, una maletita de cabina de avión o, mejor aún, un neceser, pongamos por caso. Lo inherente al equipaje es que es voluminoso, pesa, molesta, y que dificulta la libertad de movimientos. Por el contrario, ahora se cree que sería mejor interesarnos por las cualidades esenciales del viajero -aprender sobre la marcha con sus competencias, su originalidad, la improvisación, la libre iniciativa… El grave peligro es que si anulamos la transmisión (“Usted no tiene que transmitir nada”), anulamos la cultura. De acuerdo con la Unesco, “la cultura debe ser considerada como el conjunto de rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social y que abarca, además de las artes y las letras, las formas de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”. De acuerdo con esta definición, el error educativo contemporáneo, en nuestra opinión, es que la cultura no es un “equipaje” (o una carga), sino nuestro marco mental de encuadre de la realidad, aquel componente inseparable de nosotros que nos humaniza y nos permite justamente viajar, movernos, cambiar, crecer, desarrollarnos.

Un segundo factor ligado al nuevo contexto tecnológico y conectado con el problema de la transmisión desafía igualmente la tarea de la cultura: hemos pasado, en la modernidad, de la cultura impresa a la cultura audiovisual y ahora mismo estamos llegando a la nueva cultura digital-visual (Nicholas Mirzoeff). Hemos dejado atrás a Gutemberg y McLuhan. Benedict Anderson explicó muy bien que las naciones son comunidades representadas e imaginadas, creadas en la época de la cultura impresa, por lo que los lectores que compartían lengua, textos y determinados temas de discusión acababan por sentir que entre ellos había algo en común. La comunidad deliberativa acababa asumiendo la autoconciencia de nación. Ahora, y sobre todo en el futuro, la nueva cultura digital-visual, es decir, la nueva modalidad de conversación digital predominantemente visual, creará nuevas formas globales de experiencia, nuevas comunidades virtuales, y hará que la gente vuelva a imaginar, remodelar y redefinir sus filiaciones y las categorías de su identidad. El nuevo reto será saber si la cultura y los centros educativos que hasta ahora la habían preservado y transmitido podrán mantener y vehicular una forma de conversación que asegure la continuidad de representación de nuestro yo colectivo, ahora también digital.

ARA