La cultura que viene

En la inauguración de las jornadas culturales “La cultura que viene”, el conseller Santi Vila aseguró que se plantearían más preguntas que respuestas, y la afirmación ha sido cierta. Y ciertamente, a pesar de las reflexiones de los ilustres participantes, dichas preguntas se han resistido, quizás porque esta es la esencia misma de la cultura, su carácter indómito. Con todo, hemos podido recoger ideas fuerza sobre la dimensión social de la cultura, el reto de las empresas creativas, el encaje entre modernidad y tradición y la vitriólica cuestión de la identidad y la alteridad.

 

Dado que es imposible resumir estas intensas horas de reflexión con personas de primer nivel, me permitiré hacer una selección injusta, sin duda motivada por las disciplinas que me interesan. La primera la lanzó Julius Wiedemann, el presidente ejecutivo de la editorial Taschen, que aseguró que el libro no compite con el libro sino con Starbucks. Es decir, que se trata de una competencia sobre lo que escogemos hacer cuando tenemos un rato, y que el libro debe robar tiempo a la vida veloz que nos define. Con un añadido: Taschen ha cerrado su variante digital.

 

Es decir, el libro tiene que creerse su condición de libro y, como tal, tiene que jugar fuerte en el terreno del ocio.

 

La segunda idea la pronunció Sam Abrams, tajante a la hora de asegurar que había muerto la posmodernidad pero que nos había dejado un hijo perverso: la posverdad. Y mano a mano con Vicenç Villatoro, intentó recorrer el tenue hilo que une la tradición con la modernidad, el pasado con el futuro, la herencia con la innovación. Recupero una frase oportuna de Villatoro: “La tradición es la vacuna contra la ingenuidad de creer que todo empieza con nosotros”, y ha sido entonces cuando el cineasta Albert Serra ha asegurado que la sofisticación de la tecnología digital nos ha permitido vivir una segunda inocencia. Es decir, la tradición nos recuerda que no somos vírgenes y que venimos de muchos aprendizajes anteriores, pero los nuevos lenguajes nos permiten revivir un cierto reinicio, aunque sea a modo de engaño.

 

Y a partir de aquí, mucho más. La reivindicación de Blai Bonet hecha por Abrams, “no tiene el lugar que se merece en la cultura catalana”; la bonita frase de la directora del Jeu de Paume, Marta Gili, asegurando que la cultura es la respiración del alma; la brillante Anna Cabré, explicándonos que somos un país de migrantes por propia elección, o el gran Michael Mason, director del centro folklórico del Smithsonian, recordándonos que la cultura es el vínculo entre la vida social y la vida interior. En definitiva, una sobredosis de inteligencia, bajo la mirada de un gran mural de Joan Miró que pintó en aquella misma sala, décadas antes.

 

André Malraux dijo que la cultura sustraía al hombre de la simple condición de accidente del universo. Así lo ha parecido, al menos durante unas horas.

LA VANGUARDIA