La energía según Trump

El 20 de enero, el 45.º presidente de EE.UU. asumía el cargo con un discurso en el que prometía “desvelar los misterios del espacio, liberar a la Tierra de las miserias de la enfermedad y aprovechar las energías, industrias y tecnologías del mañana”. Lástima que, tras estas grandilocuentes palabras, una de sus primeras decisiones fuera la de dar a conocer un plan energético (An America First Energy Plan) que reafirma las promesas de la campaña electoral de derogar las regulaciones federales en materia de cambio climático. Apenas habían transcurrido unos minutos desde que Trump juró su cargo, que la Casa Blanca divulgaba un escueto documento (https://www.whitehouse.gov/america-first-energy) en el que se afirma que “durante demasiado tiempo la industria de la energía estadounidense se ha visto obstaculizada por regulaciones onerosas” y que el presidente Trump “se compromete a eliminar políticas perjudiciales e innecesarias, como el Plan de Acción Climática” impulsado por Obama.

Como se presumía, el plan energético de Trump pone un especial énfasis en los combustibles fósiles, apostando por un mayor desarrollo de los recursos autóctonos, como el petróleo y el gas de shale, afirmando asimismo que la nueva Administración está “comprometida con las tecnologías para un uso limpio del carbón” y con la revitalización de la industria de este hidrocarburo. Pero lo que nadie esperaba es que el plan ni siquiera mencionara la energía nuclear ni las fuentes de energía renovables. Algo realmente chocante, particularmente porque Trump ha prometido crear empleos y en ese empeño ignorar a las renovables –uno de los sectores que experimentan un crecimiento más rápido en EE.UU.– significa transferir su potencial a otros países.

Y eso no es todo: el documento comentado también omite referencias a la amenaza del cambio climático, en lo que parece un intento descarado de negar la mayor.

La única esperanza que se entrevé al respecto es que algunos altos cargos de la nueva Administración están evitando contradecir abiertamente los argumentos científicos sobre el calentamiento global. Así, hace pocas semanas, el expresidente de ExxonMobil y hoy secretario de Estado, Rex Tillerson, afirmaba que el cambio climático es real y que combatirlo pasa por un impuesto sobre el carbono. Asimismo, bajo la presión de un grupo de senadores demócratas, tanto el actual secretario de Energía, Rick Perry, como el nuevo director de la Agencia de Protección Medioambiental, Scott Pruitt, han admitido de manera puntual la realidad del calentamiento, aunque, aparentemente, ninguno de ellos parecía excesivamente motivado en buscar una solución.

Muchos confiaban que, al entrar en la Casa Blanca, el realismo impuesto por la acción de gobierno dejaría en promesas electoralistas la verborrea populista de Trump, pero las primeras decisiones presidenciales confirman que nada bueno puede esperarse de aquellos políticos que desdeñan el conocimiento científico, apoyándose en “verdades alternativas” y en la manipulación de los sentimientos de los ciudadanos.

LA VANGUARDIA