La edad de la inocencia

Tony Blair ha publicado un artículo en el New York Times que parece una caricatura. Es el resumen de todo lo que está equivocado entre los defensores del orden liberal en la era de Trump. Dejénmelo decir claro desde el principio: Blair es de los míos. Con esto quiero decir que yo también pienso, como la gran mayoría de gente hasta ahora, que el orden liberal, con formas avanzadas de parlamentarismo y democracia participativa, con libertades formales, especialmente de creencia y estilo de vida, y la economía mixta, que trata de hacer compatible el comercio libre y la protección social y que, en resumen, acepta la desigualdad siempre que el sistema en su conjunto, con su progreso, beneficie más a los pobres que otros sistemas más igualitarios, es seguramente la mejor base desde la que podemos trabajar por un futuro más libre, próspero y justo.

Pero la carrera de Blair explica bien por qué se ha desgastado este ideal. La Tercera Vía de Blair representa como pocas cosas la creencia de que el progreso económico no tiene ninguna relación ni con la historia, ni con la moral, ni con los sistemas de dominación. Es decir, que, llevado hasta el límite, el progreso es una cuestión exclusivamente técnica ligada a la inteligencia de los gestores políticos y a su capacidad de dar cancha a las masas, el gran talento de Blair. El paso que va de esta creencia a la tecnocracia del entretenimiento es pequeño. O como dice un amigo mío libertario: “El día en que nos gobiernen robots me hago socialista”. Los robots representan el ideal de la inocencia técnica.

La imagen de buen chico brillante que tiene Blair se debe en realidad a que su presencia era la destilación perfecta de los valores de su tiempo, una cierta frivolidad y una alegría consumista que le permitían matar en Oriente Próximo como quien hace un anuncio de Benetton, y los europeos se manifestaron en contra mientras exigían el derecho a un precio bajo para la gasolina. Tanto los unos como los otros creyeron de verdad que su manera de ser era normal, es decir, válida para todos. El debate en Occidente se convirtió en una competición de inocencias en lugar de un debate sobre el precio de cada cosa. Se trataba, como se ha visto después, de una manera de justificar el poder, y con el poder, una manera de entender el mundo y la jerarquía de personas y preferencias. La política consiste en decidir qué prevalece entre los bienes que están en competición y que son mutuamente excluyentes. La perversión de la Tercera Vía, y la razón de su desgaste, es que siempre quiso hacer creer a la gente que no lo eran, por excluyentes, y que articularlos era una cuestión de buena voluntad, de la sonrisa del buen chico y su telegenia. Esta es la misma perversión que había en la base del catalanismo y del sistema autonómico de España. Era la época en que Clinton podía decir en Barcelona que el futuro sería “catalán o talibán”, y casi todo el mundo aplaudía mientras los poderes occidentales armaban a los talibanes de turno que les convenían.

Con la expansión de la globalización se puso en evidencia que la nueva clase dominante imponía sus gustos con la misma crueldad que en otras épocas, en uso de las estructuras de poder heredadas de la sangre y las tripas de la historia, ahora blanqueadas por la ideología del “fin de las fronteras” (las de los demás, se entiende). El impacto de la crisis y la aceleración de los procesos de automatización terminaron de mostrar la cara oscura de esta dominación: la degradación material dejó al descubierto el consumismo vacío de contenido. Pero la propaganda de felicidad continuó haciendo salivar a las masas adictas, ahora ya despojadas de cualquier dignidad o autoridad política o moral. Con los años, las series de zombis se verán como un caso de realismo social.

En el artículo de este viernes, Blair pide que el centro político se mantenga firme ante los nuevos populismos de derechas y de izquierdas. Y remacha: “Hoy, la distinción que a menudo importa es la de apertura versus cierre. Los abiertos de mente ven la globalización como una oportunidad, los cerrados de mente ven el mundo exterior como una amenaza”. Este diagnóstico, además de permitirle lavarse las manos, olvida que la globalización es una oportunidad para Blair porque está diseñada para que él no tenga que renunciar a nada para sacar provecho. La revuelta de los populismos occidentales se explica porque hasta los años 90 los que ahora se sienten perdedores obtenían beneficios de los desequilibrios del sistema, pero nadie se lo había dicho nunca, porque los buenos chicos como Blair ganaban elecciones haciéndoles sentir a los electores inocentes y optimistas. La misma falsa inocencia se utiliza ahora para despreciar su degradación. No hay nadie más cerrado de mente que quien cree que la coincidencia entre sus preferencias y las del poder es una casualidad.

ARA