Europa: la retórica y los argumentos

Confieso que al volver a oír la expresión rutinaria y vacía de contenido “Europa a dos velocidades” experimenté algo más que un ‘déjà-vu’: me sentí profundamente decepcionado. Si el futuro de la Unión Europea (UE) pasa por volver a esgrimir esta fraseología de burócrata adormilado en un despacho de Bruselas, mal asunto. La desafección hacia este conjunto inconexo de tratados -de momento, la UE no es más que eso- crece en todas partes. La respuesta oficial, sin embargo, consiste en repetir la cantinela de “Europa a dos velocidades”. Para la mayoría, la UE empieza a ser una entelequia difusa y desvinculada de los propios intereses y expectativas. Si se celebrara un referéndum como el del Brexit en ciertos países, el resultado sería muy previsible.

Para entender la situación actual hay que tomarse la molestia de mirar atrás. El origen de la actual Unión Europea no fue otro que el intento de neutralizar, tras la Segunda Guerra Mundial, una nueva confrontación entre Francia y Alemania. Se trataba de reforzar hasta el límite las relaciones económicas entre los dos países y sus áreas de influencia. El objetivo prioritario era que los intereses de estas dos potencias llegaran a ser comunes; esto alejaba la posibilidad de un nuevo conflicto. Este era el truco, y se transformó en un gran éxito. La segunda parte consistía en integrar el resto de países de la Europa Occidental para crear un espacio diferenciado en el mundo polarizado de la Guerra Fría. También funcionó. En el año 2002 la tercera parte consolidaba la situación: era la Europa del euro. La Guerra Fría terminó hace tiempo, un conflicto bélico entre Francia y Alemania no tiene ahora mucho sentido, y parece que el euro ha creado un nuevo ámbito económico importante.

Pero llegó -ay- una cuarta parte. Sus objetivos (la ampliación hacia el Este, especialmente) no estaban previstos y, además, por razones obvias, constituían un riesgo. Es aquí donde entró en juego la teoría de la bicicleta: si no pedaleamos, nos caeremos. El problema radica en el hecho de pedalear por pedalear, sin tener muy claro a dónde vamos y para qué vamos. ¿Se trata de pedalear y basta? Esta inercia ha acabado llevando al gran colapso posterior al Brexit. Comparada con otros documentos de la misma índole, la insólita extensión del proyecto de Constitución europea parecía un aviso de cómo podían ir las cosas. Ahora mismo, con el Reino Unido o sin él, la Unión es una especie de monstruo burocrático que basa todo su poder en el hecho de ser, precisamente, un gran monstruo burocrático. En este sentido, es difícil imaginar que una estructura de estas características tenga ganas de asumir más dosis de complejidad que las actuales, es decir, las que provienen directamente de los intereses de los estados miembros. ¿Más lenguas?, ¿más estructuras administrativas? ¡Ni hablar! Cabe decir, sin embargo, que no hay ninguna dificultad insalvable para tenerlas presentes en el seno de la Unión, tal como ocurre en el caso de Bélgica. Esta canción de la “complejidad inasumible” los catalanes la conocemos bien.

Así pues, una vez repetido eso de “la Europa a dos velocidades”, ¿qué hacemos? ¿Volver a repetirlo una vez más? ¿Inventar una nueva frase hecha del mismo tipo? ¿Alguien cree de verdad que esto servirá para neutralizar la decadencia de esta estructura, o incluso su disolución? Llegados a este punto, y teniendo en cuenta que no es en absoluto improbable que Francia y Holanda acaben celebrando un referéndum como el del Reino Unido, convendría tomar una decisión más allá de la retórica baratita de las “velocidades” y cosas por el estilo. Se puede apostar firmemente por mantener la estructura de la Unión o bien por desmontarla de una manera controlada y segura. Ambas cosas son posibles, pero implican decisiones difíciles. En el primer caso, se trataría de ceder una parte sustancial de la soberanía de los actuales estados a la Unión. Pueden estar seguros de que nadie hará el primer paso. En el segundo, el ir suprimiendo gradualmente los tratados que configuran la UE en un plazo razonable (por ejemplo, una década). Pueden estar igualmente muy tranquilos: tampoco lo propondrá nadie.

Mientras tanto, estaremos entretenidos con eso de “la Europa a dos velocidades”. El programa Horizon 2020, con un presupuesto de 76.880 millones de euros (sí, han leído bien), permite crear una fraseología bien florida sobre la cuestión. Quizás el año 2020, con estos 76.880 millones de euros (de verdad que lo han leído bien) se llegará a la conclusión de que lo que se necesitaba era una Europa a tres velocidades y media. Habrá sido la conclusión más cara de la historia.

ARA