Contra el corto plazo

En el año 2014, Jo Gulden y David Armitage publicaron, en inglés, el libro ‘The History Manifesto’, que arranca con una contundente afirmación que evoca otra que ustedes seguro que recordarán: “Un fantasma recorre nuestra época: el fantasma del corto plazo”. El libro es una reivindicación apasionada de la historia como disciplina que estudia fenómenos de gran alcance en el marco de la ‘longue durée’. De hecho, los autores de este libro reclaman que los historiadores retornen a la larga duración para interpretar los cambios de todo tipo que se están produciendo en el mundo para no dejarse llevar por la interpretación, digamos periodística, de la realidad.

La crisis de la historiografía mundial, que se traduce en una crisis de las facultades de historia todo el mundo, arranca, precisamente, de la “contaminación” de la historia por el ahora mismo, por la interpretación inmediata de los fenómenos políticos y, además, hacerlo, con un fuerte ‘impromptus’ ideológico. Muchos historiadores -demasiados, diría yo- se han convertido en “corresponsales” de diario, confundiendo el modus operandi, que es escribir en los periódicos y hacer comentarios en los medios audiovisuales, con lo que es propio de la interpretación historiográfica de la realidad. La profundidad de la mirada del historiador debería servir para interpretar el mundo desde el largo hoy, el ‘long now’, para usar la expresión del ciberutopista californiano Stewart Brand, y así evitar convertirse en un mero certificador de lo que pasa.

No pretendo agobiarles con preocupaciones propias de mi profesión, porque seguramente no les interesan lo más mínimo, pero es que la crisis de la historia repercute, tanto si lo creen como si no, en la interpretación del presente. Vivimos en la era de la campaña electoral permanente, cuando un mismo político, como ha ocurrido estos días con Artur Mas, puede ser, en el corto período de un fin de semana, el hombre de la gentuza, del partido, que se ha financiado con el 3% y al mismo tiempo el héroe del 9-N, perseguido y condenado por una justicia española politizada, dependiente del gobierno y al servicio de la causa unionista más extrema. El caso de Artur Mas será para estudiar en un futuro, sobre todo porque servirá para explicar por qué los mismos que el viernes le insultaban y le señalaban como un delincuente, el lunes le aplaudían, sin solución de continuidad, por la condena de inhabilitación impuesta por el TSJC.

¿Es que es casual que cuando CDC se apuntó a liquidar el régimen del 78 se redoblara el acoso al partido? No es una ecuación directa, porque el caso del Palau se destapó en 2009, cuando CDC todavía era un partido autonomista, pero la magnitud de la tragedia fue en aumento a medida que CDC se fue decantando hacia el soberanismo bajo la presión de la calle. ¿Es que UDC, el socio, estaba limpio como una patena? ¿O es que la actitud “traidora” de Duran ha hecho que el Estado hiciera la vista gorda? Es legítimo hacerse la pregunta, aunque es difícil saber la respuesta. Pongamos un ejemplo histórico.

La historiografía catalana sabía que Alejandro Lerroux era un populista y un demagogo que utilizaba su republicanismo y su retórica para enfrentarse al regionalismo de la Lliga y al nacionalismo republicano, pero no fue hasta la década de los noventa cuando se aportaron documentos que probaban que el llamado emperador del Paralelo no era tan sólo un líder carismático. La utilización política -y mediática- de la financiación ilegal de un partido en concreto sirve hoy, sin que constatarlo comporte justificarlo, para atacar el soberanismo y descabezar la ilusión de la llamada Revolución de las sonrisas, un fenómeno que sólo se puede entender desde la ‘longue durée’. Contra los movimientos que sacudieron la Rosa de fuego revolucionaria de hace más de un siglo, el Estado opuso a Lerroux y encontró su público. Contra el independentismo, hoy el Estado vierte las heces del régimen del 78 sin que a Rajoy se le ponga cara de Bárcenas ni los electores le castiguen.

Quizás nos iría mejor recurrir a la historia para explicar por qué la financiación ilegal de los partidos sólo está destruyendo uno, porque el PP, que es el partido con más casos de corrupción en toda España, sólo lo paga con la pérdida de la mayoría absoluta. El “cortoplacismo” (‘short-termism’, lo llaman en inglés) no explica nada y más bien confunde. Medir los efectos del cambio de clima político es como medir el cambio climático y no se puede hacer con una simple acumulación de datos. En ambos casos, la causalidad, o sea la historia, es más importante que el futuro. Este es el fundamento de aquella síntesis presidencial del ‘long now’ catalán: “O referéndum o referéndum”.

EL PUNT-AVUI